La vieja mansión de los martillos

| La vieja Ferretería Mojana, 1912, se suma al rescate del más tradicional y puro Montevideo

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Ramon Merica

Los viejos edificios-testimonio no desaparecen del todo: siempre dejan un rasgo, un dato, una huella que permita imaginar lo que fueron en sus días de gloria. La legendaria Ferretería de don Martín Mojana de la calle Rincón al 600 no podía ser una excepción. A pesar del gran movimiento que sacude al inmueble desde hace dos años, el silencioso felpudo de monolítico imitando pastillas de mosaico sobre el que han desfilado durante más de cien años miles y miles de montevideanos, reza, sigilosamente: Ferretería/ Fundada el año 1870.

Sobre ese plano mudo, los mocasines del arquitecto Rafael Lorente Mourelle, 63, rebobinan lo que fue y lo que será el destino de ese bello perfil montevideano que pasará a llamarse Centro Cultural de España, como se prometió en 1996 con la visita de los reyes Juan Carlos y Sofía, que allí estuvieran para marcar el Echate a Andar que se hará efectivo definitivamente en este mes de abril del 2003. Con decantado regocijo, el arquitecto Lorente repasa parte de la historia primigenia de la vieja ferretería.

"En este lugar comenzó a funcionar la Casa Mojana en la fecha que dice el mosaico, pero con una estructura edilicia totalmente diferente, que luego fue demolida para dejar paso en 1912 al edificio que hoy estamos terminando de reciclar. En la esquina estaba La Llave, también estaba Turcatti en la otra esquina, después Clericetti y Barrella: era toda una zona de ferreterías ésta donde estamos. Eso tiene una explicación racional: a principios de siglo, y fines del anterior, se formaron varias ferreterías en la misma zona para atender la expansión edilicia de un Montevideo floreciente y explosivo. Un solo ejemplo: todo el barrio del Cordón era una gran obra, cuando Montevideo se expande y se expande, y es en esa época que se importaron absolutamente todos los herrajes, todos los mármoles, todos los cristales, todas las herramientas, y para poder cumplir con esa expansión fueron necesarias ferreterías con grandes volúmenes para depósitos. Esta donde estamos es un ejemplo: son tres mil metros cuadrados. Y la construcción fue hecha pensada para resistir sobrecargas extraordinarias. Las ferreterías fueron las primeras estructuras metálicas que se desarrollaron en el Uruguay, hechas con la idea de los grandes almacenes europeos, nada más que pilares portentosos y planta libre, algo que permitiera cualquier tipo de organización espacial y funcional y donde, de piso a piso, se iban ordenando los distintos insumos de la ferretería. Es el criterio de los grands magasins parisinos".

TIEMPO Y TIEMPOS. A pesar de que en 1912 imperaba el Art Nouveau, el edificio Mojana no participa para nada de rulos, cintas, flores, elementos distintivos de esa modalidad tan novecentista. El arquitecto Lorente encuentra una explicación al caso: "En general, las construcciones del Art Nouveau eran muy decoradas en su fachada, pero internamente eran edificios extraordinariamente funcionales. Esta obra es un ejemplo: de una ferretería del novecientos doce hacemos nacer un centro cultural del dos mil. Tecnologías absolutamente diferentes, necesidades diferentes, funciones diferentes, una inserción de público totalmente diferente, todo eso en un mismo cascarón, el cascarón original".

Cuesta imaginar que en ese otrora reino de tornillos, tenazas y cerraduras hoy el reciclaje hable de expresiones sublimes. "En esta planta baja va a haber una gran sala de exposiciones, con una altura de seis metros, no sólo para albergar cuadros y pinturas, sino grandes esculturas o instalaciones donde cada artista puede proyectar su propuesta. Es, otra vez, un gran almacén donde el artista propone una organización de su creación totalmente diferente. Eso sí: no museística. Esto no está hecho con un criterio museístico sino que se buscó crear una sala de exposiciones contemporánea con todo lo que hay que tener en cuanto a iluminación, seguridad, aire, control de humedad. Todo está concebido con una gran neutralidad".

Es verdad: eso se nota en que todos los espacios están circundados por blancos y grises, con algunas zonas fuera del área de exposición donde asoman un modesto mostaza, un tímido amarillo, una mancha de lacre.

Mientras mira hacia la calle, Lorente se enfrenta con otro monumento en plan de reciclaje: el Hotel Colón, también llamado Palacio Gandós, donde sentará sus reales el Bid. "Esta cuadra va a ser fantástica, va a ser un verdadero ejemplo, no sólo de lo que fue en el pasado, sino un proyecto de futuro. Hay que tener en cuenta que son edificios con tecnologías absolutamente contemporáneas, dedicadas al hoy y al mañana. Ninguna de las dos son obras de restauración: son obras basadas en un pasado pero apostando a un futuro".

VIEJO MUNDO. Recostado contra uno de los portentosos pilares de hierro venidos desde Bélgica y de Francia hace más de un siglo, bulones ahora a la vista, Lorente hace notar en el techo los primeros premoldeados de cemento que hubo en el Uruguay que él ha dejado deliberadamente al descubierto. También ha dejado al desnudo una medianera de ladrillos españoles con la huella de un dintel, algún pilar de tiempo innominado, para conseguir algo que lo ha preocupado esencialmente: el diálogo entre lo viejo y lo nuevo, entre lo que fue y lo que será. "Mirar ese muro", se alegra, "será como pasar hojas de la historia constructiva montevideana". Ese diálogo epocal se repite en todo el edificio reciclado.

Para que no queden dudas de ese interés, en el primer piso, donde va a funcionar el café literario de lectura, el técnico ha puesto como pieza dominante la caja mayor de la añeja ferretería madre, un espléndido mueble que oficiará como mostrador y donde no faltan los infaltables espejitos novecentistas. La moquette gris petróleo redondea ese ámbito que a sus espaldas tiene el generoso espacio destinado a biblioteca. También allí hay un testigo mudo del pasado: el ascensor de rejas que no funcionará pero basta con su presencia.

El que sí va a funcionar, en cambio, es una caja de cristal a bandas esmeriladas que hará posible llegar hasta el cielo de claraboyas donde será instalado un taller de reconstrucción y reparación de piezas de construcción (mampostería, ménsulas, guirnaldas, figuras simbólicas) que marcaron la impronta del lenguaje visual de la arquitectura decimonónica.

En un sacudón de lo contemporáneo, Lorente advierte que los ventanales sobre la calle Rincón están amparados en cristales dobles con cámara de aire al vacío, lo cual impide pasar los ruidos de la calle, algo sumamente importante sobre todo en el recoleto mundo de la sala de lectura. También, para que esa lectura sea perfecta, la luz ha sido especialmente cuidada. "Las luminarias que están acá son las que están en las últimas exposiciones de luminotecnia en Europa: son austriacas, y se adaptan perfectamente, por su diseño, a lo que yo busqué para este reciclaje".

De la misma manera que enseña esos prodigios técnicos venidos de ultramar, Lorente marca lo hecho acá: "Hay que mirar los tubos de aire, todos a la vista, galvanizado natural, en bruto, tal como salen, todos materiales contemporáneos, y de repente se tiene la irrupción de elementos antiguos como el ascensor, la caja, los ladrillos españoles. Es como un entretejido entre el pasado, el presente y el futuro. Porque este edificio va a ser usado desde aquí hasta dentro de cincuenta años. No se puede hacer una obra mirando el pasado. Hay que respetar el pasado, pero enfrentando el futuro".

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