La persecución de los intelectuales

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UNO de los ejemplos más tremendos sobre la persecución de intelectuales es, tal vez, el de la poetisa rusa Anna Ajmátova.

En una biografía de Isaiah Berlin, se cita a la novelista Lydia Chukovskaya, quien recuerda los furtivos encuentros mantenidos con ella en la vieja Leningrado, dominada por el terrorismo de Stalin, a mediados de la década del cuarenta, en los que Ajmátova le leía, susurrando, unas poesías que acababa de escribir, procediendo después a sostener las hojas encima de un cenicero, donde se quemaban en silencio para que no fueran encontradas por la policía secreta.

Perseguida por el régimen político, con un hijo preso que no se le permitía visitar, ofrecía en ese momento lo más grande que está en condiciones de entregar un creador, como lo es su propia obra, concebida naturalmente para trascender pero que, en su caso, debía nacer y morir para siempre al mismo tiempo.

EL lector común debe recrear esa escena, que adquiere mayor dimensión si quien lo hace es además un escritor, para comprender los alcances de una triste y penosa ceremonia que lamentablemente se sigue repitiendo en forma más o menos similar cincuenta años más tarde, teniendo como protagonistas a otros intelectuales, en otros lugares, en una situación agravada por la indiferencia de muchos que deberían considerarse obligados a reaccionar contra ella.

En ese sentido, es oportuno recordar una noticia divulgada hace varias semanas a través de la cual se confirmaba la aplicación de severas condenas a varios intelectuales disidentes detenidos en Cuba, cuyo delito es escribir lo que pensaban, y que en un total de cincuenta encarcelados, fueron castigados con penas establecidas entre veinte y veinticinco años de prisión.

En el grupo figuran también un economista, colaboradores del Movimiento Cristiano de Liberación, otro periodista e incluso mujeres, a las que se negó verbalmente un recurso de apelación.

TANTO o más que esa información, debe rescatarse la denuncia formulada simultáneamente por Blanca Reyes, esposa del escritor Raúl Rivero, preso desde hace meses, a quien las autoridades carcelarias permitieron escribir sólo poemas de amor, dentro de los que se encuentran varios dirigidos a su compañera y que aún no le habían sido entregados a la espera del cumplimiento de una lenta censura previa.

La misma reacción indignada que provoca el ejemplo lejano de aquellas dos tristes mujeres quemando unas hojas de papel, se reproduce hoy ante la situación de un intelectual cercano que no puede escribir sin ser autorizado y que luego debe padecer el otro agravio de un control por parte de su carcelero, antes que la íntima expresión de su sentimiento pueda llegar al destinatario.

Lo que llama la atención frente a los hechos, es el silencio cómplice que rodeó la noticia así como el sostenido desinterés de muchos escritores, rápidos no hace mucho tiempo para suscribir una Declaración solidarizándose con el régimen cubano y que se mantienen inconmovibles ante estos nuevos casos de persecución

JEAN-Francois Revel dice que sólo el totalitarismo concede a los intelectuales un monopolio, mientras que en la sociedad liberal todo escritor no es nada más que un individuo dirigiéndose a otros individuos, que se encuentran en libertad de escucharle o de no hacerle caso, de aprobarle o desaprobarle. Cada día el trabajo de persuasión del público debe empezar de nuevo.

Esa afirmación es compartible, pudiendo agregarse que el despotismo asegura, con su amparo, la divulgación de las obras de los protegidos y una cómoda posición a los mediocres, eliminando la competencia y las posibilidades de discrepancia.

Cada uno podrá encontrar, con nombre y apellido, numerosos ejemplos de ese sometimiento que, además, se pretende extender a los lectores a través de una propaganda dirigida internacionalmente, en un acto de pecado ante el cual hay que reaccionar contraponiendo la rebeldía natural del hombre libre.

EN el Uruguay no son ajenos a esta crítica quienes se negaron a integrar el Jurado de un concurso literario y los que compartieron su decisión; los que repudiaron a José Saramago por su famoso "Hasta aquí llegué" e incluso los que se mostraron doloridos por los fusilamientos en Cuba, manteniendo sin embargo aquel mismo silencio ante otros procedimientos repudiables que siguen ignorándose pese a merecer una fuerte censura.

Es por lo tanto lamentable comprobar cómo el viejo principio filosófico donde se sostenía que "el conocimiento nos hará libres" no tiene vigencia en algunos sectores de opinión, que siendo los más indicados para llevarlo a la práctica, continúan prisioneros de los totalitarismos, ejerciendo además una influencia tendenciosa en el público lector.

Es una obligación poner de manifiesto y tomar conciencia de esas actitudes para que los responsables vayan quedando aislados.

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