Los delitos graves en Estados Unidos están en su nivel más bajo en 30 años, y la publicación "The Christian Science Monitor" no puede entenderlo.
En un artículo de esta semana, titulado "Descenso en crímenes violentos que resulta difícil explicar", Alexandra Marks, integrante del Monitor, informó sobre los datos más recientes de la Oficina de Estadísticas de Justicia, dependencia del Departamento estadounidense de Justicia. Según dicha oficina, ocurrieron 23 millones de casos de delincuencia violenta y en propiedades durante el año pasado, lo cual equivale a 48 por ciento menos de los 44 millones registrados en 1973. (Las cifras no incluyen asesinato, delito del cual el FBI lleva un registro por separado). En tan sólo los últimos 10 años, la tasa de delincuencia violenta ha caído de modo asombroso en casi 54 por ciento, respecto de los 50 delitos por cada 1.000 residentes estadounidenses en 1993, para ser de 23 por cada 1.000 en el 2002.
El marcado descenso en los crímenes graves es penetrante: cruza líneas raciales, étnicas y de género, además de aparecer en cada segmento de ingresos y región. Pero, con lo bienvenido que es lo anterior, los nuevos datos solamente constituyen la más reciente extensión de una tendencia a la baja que se materializó por primera vez en el decenio de los ’80, no mucho después de que una severa represión sobre la delincuencia entrara en marcha en escala nacional. La drástica reducción de actividades criminales llegó tras un auge igualmente notable en la construcción de cárceles y un marcado aumento en las tasa de encarcelación. La conclusión es obvia: castigos más severos han dado paso a menos delincuencia.
Sin embargo, no es evidente para el Monitor. El artículo de Marks no menciona prisiones ni prisioneros. Alega que los criminólogos de hecho "se apresuran a exponer varias de las razones" para explicar por qué la delincuencia debería ir en aumento, como en el caso de la débil economía estadounidense, recortes a los presupuestos de gobiernos locales, aunado al desvío de agentes policiales, a labores de vigilancia en instalaciones públicas en contra de ataques terroristas.
La única explicación que Marks puede ofrecer para rendir cuenta de la constante reducción en la criminalidad proviene de Alfred Blumstein de la Universidad Carnegie Mellon, quien especula que después de los atentados del 11 de septiembre, es probable que los estadounidenses se están prodigando un trato mutuo más considerado. "Lo único que puedo pensar", dice Blumstein, "es cierta forma de cohesión que está saliendo a la superficie a consecuencia de la amenaza terrorista".
Para ser justos, Marks y "The Christian Science Monitor" no son los únicos que tienen un punto ciego con respecto a los nexos entre la delincuencia y el castigo. En un artículo de la Asscociated Press (AP) acerca de los datos del departamento de Justicia, no se menciona el encarcelamiento sino hasta el decimoprimer párrafo. "Algunos criminólogos", destaca a regañadientes la AP, "afirman que condenas más severas en prisión y más prisiones son factores clave".
No se cita a ninguno de esos crimonólogos; en su lugar, se descarta el argumento por considerarlo "retórica política" por parte del Instituto de Política de Justicia, grupo de activismo opuesto a la encarcelación.
Nadie pone en duda que una mayor proporción de criminales esté siendo encerrado tras las rejas en este país o que estén pasando más tiempo en sus celdas. El departamento de Justicia de Estados Unidos informó en julio que la población carcelaria del país había alcanzado una cúspide sin precedente de 2.1 millones, en el 2002, con los criminales violentos representando la mayor parte del aumento. Para cuando terminó ese año, uno de cada 143 residentes estadounidenses estaba preso en alguna prisión o cárcel.
Lo anterior constituye un nivel mucho mayor de encarcelación del que se encuentra en otras democracias modernas, hecho que detractores de tendencia liberal destacan como evidencia de la vengatividad estadounidense. "El precio de encarcelar a tantos ciudadanos estadounidenses es demasiado alto... de cinco a 10 veces mayor que en muchas otras naciones industrializadas", amonestaba el New York Times en un editorial reciente. "Cerrar la puerta y perder la llave pudiera sonar bien para comentarios de campaña, pero es una política costosa e inhumana".
De hecho, mantener bajo encierro a criminales conocidos es una política sensible y efectiva contra la delincuencia. El Times se lamenta de que el costo involucrado en mantener bajo custodia a un reo asciende a 22.000 dólares anuales, pero ese no es un precio exorbitante si se trata de impedir que ocurran millones de asesinatos, violaciones, robos a mano armada y ataques cada año. El costo para la sociedad de un solo robo armado se ha estimado en más de 50.000 dólares; si se multiplica esa cifra por los 12 ó 13 ataques que cometen anualmente los reos promedio que fueron liberados, entonces los 22.000 dólares que cuesta mantener a cada preso harán que parezca toda una ganga.
Si bien la delincuencia ha estado descendiendo en Estados Unidos, ha ido en aumento en todos los demás lugares. "La criminalidad ha alcanzado niveles históricos en París, Madrid, Estocolmo, Amsterdam, Toronto, así como en una amplia variedad de otras ciudades importantes", escribió Eli Lehrer en The Weekly Standard, el año pasado. "En un estudio del 2001, la oficina del Interior de Gran Bretaña encontró que los delitos violentos y a propiedades habían aumentado hacia finales de los años ’90 en cada país rico, salvo por Estados Unidos...".
No todos los reos deberían estar confinados a celdas. Delincuentes menores relacionados con narcotráfico, por ejemplo, califican mejor para ser sometidos a una intensa libertad condicional y tratamiento que para la cárcel. No obstante, en términos generales, la política de Estados Unidos de encerrar a grandes números de criminales durante periodos más largos está logrando sencillamente lo que se proponía hacer: brindar mayor seguridad a los estadounidenses. Quizás los europeos deberían seguir el ejemplo.
© The New York Times News Service