El abuelo de Catalina, Hermann Sthal, era vitivinicultor en Alemania. Una vez que terminó la Segunda Guerra emigró junto a un amigo hacia América, empujado por la falta de trabajo y la pobreza en su país. Primero se instaló en Brasil, pero algo que su nieta no supo definir con exactitud, lo obligó a dejar esa tierra de oportunidades y elegir este pequeño país del sur. "Pienso que fue el idioma, al que no se pudo adaptar. Probablemente prefirió el español y decidió trabajar en Montevideo. Mi abuelo ya estaba decidido, desde que vivía en Alemania, a dedicarse a la confitería", dijo Catalina.
PUERTA A PUERTA. Pocos años después, la sociedad montevideana se deleitaba saboreando la masa de hojaldre y tomando el te, en la que sería la más famosa cafetería de todos los tiempos: El Oro del Rhin. Mientras tanto, el abuelo de Catalina, había conocido a la que sería su esposa, una joven alemana que había llegado a Montevideo como niñera de una familia del mismo origen. Como marido y mujer, iniciaron lo que sería una pequeña empresa, preparando masas y tortas en su propia casa y vendiéndolas puerta a puerta. Como cualquier pequeña empresa, empezaron paso a paso. Primero trabajaron con un repartidor, más tarde compraron un vehículo y después se instalaron en un local en la calle Américo Vespucio. El nombre fue pensado para la confitería una vez que estuvo ubicada en la calle Colonia. Una ópera de Wagner, en la que se mencionaba una historia sobre el oro escondido en río Rhin, fue lo que inspiró a sus dueños para ponerle el nombre, hoy por todos conocidos.
LO CLASICO. Desde aquellas épocas al día de hoy, muchas cosas han cambiado, pero sentarse a la mesa de la confitería alemana, sigue siendo un ritual placentero para muchos habitantes de la ciudad. El local conserva elementos valiosos que el cliente asocia a su marca, como la madera de las mesas y sillas. "Entre los clientes hay opiniones encontradas: algunos opinan que el local debe modernizarse y otros, que debe permanecer como está, porque evoca recuerdos a varias generaciones", contó Catalina.
Aunque los propietarios de la confitería saben que, parte del capital de la empresa es ser parte de la memoria de sus clientes, han tenido en cuenta el paso del tiempo. En otras palabras no han querido dormirse en los laureles.
"Muchísima gente nos dice que cuando eran niños venían a la confitería con sus padres. Ahora llevan a sus hijos, extendiendo la tradición de tomar el té en el Oro del Rhin", comentó Catalina.
TIEMPOS MODERNOS. El Oro del Rhin, ha tenido la virtud —como también lo han hecho otras conocidas confiterías— de adecuarse a los tiempos modernos. Una de esas apuestas, ha sido expandirse hacia los dos shoppings pocitenses, a la conquista de un mercado diferente.
El público que lo visita es sumamente tradicional en sus gustos. Lo más servido en sus mesas son las trenzas, los cuadraditos de manzana y los pañuelitos de ricota, la masa de hojaldre y la torta árbol, uno de los símbolos de la casa. Por ello, los cambios que se plantea la empresa son llevados a cabo sin prisa, de forma de adaptarlos a la clientela.
Gastón Zapater quien, junto a Sebastián Piñeyrúa, franquiciaron la empresa Oro del Rhin, dijo que uno de los grandes desafíos fue modernizarla, con el fin de ubicarla en el mercado de los shoppings, sin perder los conceptos clásicos, que han convertido a la firma en un emblema de la ciudad. Ingresaron a la empresa después de haber hecho amistad con Catalina, por ser entrenadores de rugby de sus hijos en el Colegio Alemán.
Por ello, en los shoppings, la empresa ha conservado el estilo sin estridencias en la decoración, pero sumado algunos cambios en la carta. Por primera vez es posible almorzar al mediodía un menú ejecutivo, que ofrece tres platos distintos a elección. Esa opción sólo es posible probarla en Montevideo Shopping, porque dispone de un amplio local. Allí mismo, han puesto a disposición del público un delivery de sandwiches y masitas, que pueden ser despachadas telefónicamente, o desde la plaza de estacionamiento.
"Los shoppings provocaron un cambio de rutinas muy importante en la población. En primer lugar, quitaron clientela al centro. Hoy en día, el público de Punta Carretas y Montevideo, tiene todo a mano, cine, confiterías, restaurantes. Por esa razón, prácticamente no pisan el centro, que además es hoy mucho más inseguro que antes. Con estas nuevas confiterías hemos tratado de recuperar ese público, y lo estamos logrando", dijo Catalina, decidida a emprender un nuevo desafío empresarial.