El final del capocómico evangelista

| El gran actor argentino será enterrado en el Cementerio de La Chacarita, en su ciudad natal

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C.R.

Los restos mortales de Jorge Porcel, fallecido el pasado martes a la noche en Miami, serán traídos a Buenos Aires para que reciban sepultura en el panteón de la Sociedad Argentina de Actores, en el cementerio de La Chacarita. El capocómico murió en el Mercy Hospital, donde había sido operado de la vesícula unos días atrás.

Su salud, sin embargo, venía en declive desde hacía mucho tiempo atrás. Atacado de mal de Parkinson desde hace más de una década, y con un problema de columna que lo confinó a una silla de ruedas, su estado se agravó notablemente hacia fines del año pasado, cuando había sido hospitalizado por una neumonía desatada tras de una complicada operación de peritonitis.

El gordo. Nacido en Buenos Aires en 7 de setiembre de 1936, su exceso de peso lo ayudó a configurar personajes cómicos únicos, que el público consagró gracias a su sentido popular. De hecho, fue su actitud desenfadada ante su propia obesidad una de las claves de su humor, convirtiéndose en un grande tanto de la pantalla chica como del cine y los teatros.

Sus comienzos fueron en la radio a fines de los años `50 en el popular programa La revista dislocada, que desde Radio Belgrano marcó época en el humor argentino. Fue Juan Carlos Mareco quien lo había recomendado para trabajar en radio, y será también él quien lo incorpora de inmediato al teatro, para interpretar un papel de gran lucimiento en una obra de Germán Ziclis, Canallita pero simpático, que se hizo en el Teatro Cómico. Su voluminosa presencia unida a su singular gracia conquistó rápidamente el favor de los espectadores.

La fama, sin embargo, le llegó en los años `60 a través de la televisión, donde edificó su prestigio con títulos como Operación Ja Ja, Porcelandia y Las gatitas y los ratones de Porcel. Paralelamente su carrera se volcaba hacia el cine y los escenarios, siendo una figura constante en los espectáculos revisteriles de los teatros Maipo y Astros.

Su primera actuación en cine fue en 1962, cuando dirigido por Conrado Diana hizo Disloque en Mar del Plata. A partir de allí participó en unas 50 películas, entre las que hubo desde muy flojas hasta desopilantes. En dupla con Alberto Olmedo, con quien conformó el mayor dúo cómico argentino, realizó una serie de títulos que hicieron reír a más de una generación.

Luego de protagonizar, entre otros filmes, El gordo Villanueva (1964), basada en un popular personaje de historieta, obtuvo en 1973 un éxito rotundo con Los caballeros de la cama redonda. Pronto, sus películas de corte picaresco, dirigidas por Gerardo o Hugo Sofovich y coprotagonizadas por Susana Giménez, Moria Casán o Graciela Alfano, ocuparon por años los primeros puestos en la taquilla.

Su humor de doble sentido, sus gestos picarescos y sus chistes improvisados lo convirtieron en uno de los ídolos del humor porteño. En ese registro son muy recordadas Los doctores las prefieren desnudas, Los vampiros los prefieren gorditos, Los hombres sólo piensan en eso, Fotógrafo de señoras y muchas más del tipo.

Los años `80 lo vieron resurgir con La peluquería de Don Mateo, ciclo que abarcó muchas temporadas y que fue recreado por medio de distintas versiones. Allí, su fanatismo por Racing, por ejemplo, se mezclaba en una natural improvisación con continuos comentarios picantes sobre sexo.

En 1993 se radicó en Miami, donde instaló un restaurante (A la pasta con Porcel) y también explotó sus antiguos programas que eran repetidos para el público latinoamericano en canales del estado de Florida. De esa misma época fue su última actuación para el cine, Carlito´s Way, en el que dirigido por Brian De Palma trabajó junto a Al Pacino, haciendo el papel de Saso, el propietario de un local nocturno.

Luego, alejado de la actuación y cercado por la enfermedad, dedicó los últimos años de su vida a predicar como pastor evangélico, tanto en el Río de la Plata como en Miami. Enfrascado en su culto religioso fue que en los últimos años había vendido su restaurante, lugar muy frecuentado por argentinos, para dedicarse a escribir una serie de libros sobre evangelismo.

A Buenos Aires había vuelto por última vez en 1999. Ya por entonces, El Gordo Porcel había renegado de su pasado de cómico, prefiriendo hablar de religión antes que del espectáculo, actitud que sumó a su fama de cómico un extraño aire de misterio.

Innovador

Porcel tuvo un lugar destacado en la renovación del género revisteril y la televisión

El lado oscuro de un cómico de extraño carácter

No resulta fácil pasar raya a la personalidad de un hombre como Jorge Porcel. Entre sus muchos críticos se encuentra Daniel Roncoli, quien en su semblanza El gordo de los costados flacos plasmó las dos caras del artista.

Como actor, el crítico le reconoce indudables dotes para todos los géneros: en el terreno dramático, en la comedia más inteligente, en el realismo o el grotesco. "Tenía una gran ductilidad y enorme talento", sostuvo, remarcando su capacidad para la improvisación, aunque "le hubiera gustado ser más valorado como intérprete musical".

Pero el crítico también fue fulminante con el comediante, en afirmaciones que otros han corroborado: "Envidioso y amarrete con otros cómicos, fue famoso por limitar a sus compañeros de elenco, restándoles posibilidades de lucimiento. Despótico, no administró sus malos humores y fue hiriente, cruel, injusto, con muchos colegas. Omnipotente, creyó que todas las beldades que buscaban un espacio para integrarse al staff de sus programas debían pasar por su alcoba, sometiéndolas a malos tragos y humillaciones. Jugó con el trabajo ajeno, fue mezquino y desalmado".

El gordo En pastillas

¿No es fino? Con su humor elemental, siempre al filo de la grosería, cuando no entrando de lleno en ella, se ganó tantos seguidores como detractores, que siempre los hay. Uno de los aspectos que más se le cuestionó fue el trato que le daba a las vedettes de sus programas, que muchas veces (no siempre) se limitaban a mostrar sus curvas y poner caras de sorprendidas ante los comentarios obvios del actor. Pero hasta sus más duros críticos le reconocían su facilidad para el remate gracioso, sus tiempos precisos y su don para construir personajes paródicos que representaban al hombre de la calle. Fue en ese clima de excesos (y críticas) que el actor acuño una frase que luego llegó a formar parte del habla cotidiana. ¿No es fino?, remataba Porcel sus chistes, como una manera de abrir el paraguas ante las sensibilidades propensas a molestarse.

regreso En marzo de 1997 Porcel ya no era el que había sido. Sin embargo, aceptó la invitación de Gerardo Sofovich para ser el invitado estrella de Polémica en el bar, que comenzaba en esa noche su temporada número 33. En silla de ruedas, el cómico compartió la velada, entre otros, con Javier Portales, Juan Acosta y Ernesto Cherquis Bialo. No demoró en encenderse la polémica, siempre sobre fútbol, claro. Enorme expectativa había en el estudio por miedo a las reacciones del invitado. En un momento Sofovich le recordó a Porcel su pasión por Racing, a lo que el capocómico respondió con rápidos reflejos: "No, ahora soy de los Oriols, de Baltimore", afirmó, dando a entender que desde su residencia en Miami su mundo había cambiado.

politico Justo antes de pelearse con Gerardo Sofovich en 1982, Porcel y Olmedo estrenaron Las mujeres son cosa de guapos, en junio del año anterior. Considerado uno de sus mejores trabajos, la película trata de dos peones (Porcel y Olmedo) que son reclutados por el caudillo Ignacio Malatesta (Javier Portales). Juntos protagonizan una serie de peripecias vinculadas con el fraude electoral, los prostíbulos y las ollas populares. Además de cambiar el contenido de las urnas para alterar los resultados. En esa locura de corrupción, Porcel deja caer un discurso político donde propone "cerrar las escuelas y dignificar las cárceles". Cuando le piden que explique semejantes desatinos, el cómico responde: "A la escuela que no vamos a volver, pero a la cárcel, vamos de cabeza".

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