DEBORAH FRIEDMANN
Regina Keil corre lentamente la manga izquierda de su buzo. La tarde está fría en Montevideo. Descubre su brazo. Allí se lee, nítido, escrito en azul oscuro, "A5108". Esa era su identificación en el campo de concentración de Auschwitz. Es la marca tangible de su paso por el infierno hace 62 años, pero ni cerca la más dolorosa. Recuerda a su hermana y a su madre, que no sobrevivieron. A sus vecinos de Tarnuw, Polonia, que vio colgados en la plaza. Recuerda el hambre, la degradación. Recuerda sufrir tanto que ya no le quedaran más lágrimas. Sólo el deseo de que la mataran.
Eva Markowicz tiene un número marcado casi en el mismo lugar que Regina. Viven a pocas cuadras, en Pocitos, pero no se conocen. Eva llegó a Auschwitz con sus padres en 1943 en un tren. Viajaban como ganado. Al llegar los desnudaron, les tiraron agua fría y les quitaron todo el cabello del cuerpo. Los separaron en grupos. Salieron de ese cuarto sólo ella y su madre. Su padre fue directo a las cámaras de gas.
Ellas son dos de las sobrevivientes del nazismo que viven en Uruguay y que reciben mensualmente algún tipo de indemnización por haber sido víctimas del régimen de Adolf Hitler. Regina la tramitó en Alemania en 1966. Bastaron sus relatos y que el médico viera el número en su brazo.
Eva pudo conseguir la pensión en la misma década desde Uruguay. Desde que salió de Auschwitz padece insomnio, no puede dormir sin medicamentos. Dice que eso fue clave para lograr la indemnización.
La embajada de Alemania en Montevideo paga mensualmente unas 300 pensiones a víctimas del nazismo, dijeron a El País fuentes de la sede diplomática.
Además, la Fundación Tzedaka abona a 58 sobrevivientes en situación de pobreza un monto mensual remitido por la fundación Claims Conference. Por ese concepto repartió U$S 147.432 en 2005, informó a El País desde Nueva York Hillary Kessler-Godin, directora de comunicaciones del Claims Conference.
Esa organización abona otras 224 compensaciones, provenientes de cinco programas, dijo Kessler-Godin. Esto no implica que sean 224 personas porque algunos sobrevivientes reciben varios tipos de pensiones, acotó.
En Uruguay se pagan al menos 582 compensaciones. Unas 300 a través de la Embajada Alemana, 224 por el Claims Conference y 58 por Fundación Tzedaká. Hay personas que cobran por mes entre U$S 300 y más de U$S 1.000.
Desde 1950 existen varios programas de compensación. Algunos alcanzaron su fecha límite, pero 17 están vigentes. Varios fondos tuvieron un pago único. Por ejemplo, un programa de trabajo forzado compensó con 7.769 euros a las víctimas.
Una posibilidad a la que aplicaron varios sobrevivientes radicados en Uruguay y que no está cerrada, es el denominado "Artículo 2 Fund", destinado a quienes recibieron menos de U$S 35.000 por otras compensaciones. Tienen que haber sido perseguidos y privados de su libertad. Se cobra en cuotas trimestrales de 810 euros.
Por estos días, la Embajada Alemana en Uruguay informó que las personas con derecho a recibir fondos de la Fundación "Recuerdo, responsabilidad y futuro" por trabajo forzado en el nacionalsocialismo y "otros agravios", que hayan aplicado al programa pero aún no hayan cobrado, pueden reclamar hasta el 30 de setiembre.
BOMBAS. El 1° de setiembre de 1939 amaneció soleado en Piotrkow, Polonia. Ese día Eva Markowicz había vuelto de sus vacaciones con su familia. Tenía 15 años. Era una joven feliz. De pronto empezaron a caer bombas. Una de ellas mató a un amigo a pocos metros. Corrió al sótano de su edificio y se escondió.
Las inspecciones de los alemanes se volvieron cada vez más frecuentes. "Sacaban joyas, pieles, dinero. Había que entregarles lo que quisieran", contó a El País.
Pronto les hicieron ponerse un brazalete con una Estrella de David. Si salían después de las 19 horas los mataban. Eva trabajaba 12 horas en un taller de tejidos. En un día, recordó, los alemanes se llevaron a 5.000 hombres.
Regina Keil tenía 18 años en 1939. En Tarnuw, Polonia, donde vivía, los alemanes recorrieron barrios y directamente comenzaron a matar gente. "Sacaban a muchos hombres. Algunos pocos pudieron escaparse a la Unión Soviética", recordó.
Uno de ellos fue Pinkus Frank. Vivía en Bendzin, Polonia. Allí, el ejército alemán quemó el barrio judío, ocho días después de comenzada la guerra. Pinkus y otros 50 jóvenes cruzaron la frontera entre el 3 y el 4 de noviembre de 1939. Pinkus pensó que se había salvado. Se equivocó.
Poco tiempo después lo enviaron a un campo de concentración en Siberia. Eran 300 personas por barraca. Caminaban seis quilómetros todos los días para cortar árboles. El frío era insoportable. No les daban de comer. Sólo recibían un líquido acuoso.
Pinkus intentó que su pasión, la música, lo pudiera salvar. Le aseguró a uno de los jefes del campo que con su trompeta podía despertar a todo el resto. El oficial aceptó. Entonces Pinkus le dijo que para tocar el instrumento tenía que comer. Así consiguió todos los días un plato de sopa, que compartía con algunos de sus compañeros. Allí estuvo 20 meses, hasta 1941.
GHETTO. Fue en 1941 cuando a Eva y a su familia los sacaron de su casa. Los obligaron a ir a un barrio alambrado y fuertemente vigilado. El ghetto. A las personas mayores no las llevaron. Los asesinaron. A los niños había que esconderlos para que no corrieran la misma suerte, rememoró.
En ese entonces, Regina continuaba viviendo en su casa en Tarnow. "La vida era miserable. Uno vendía lo que podía para comprar un pedazo de pan", sostuvo. Por esos días fue la primera gran matanza. "Asesinaron a 10.000 personas en un día. Muchos en la plaza principal del pueblo", dijo.
Después trasladaron a un ghetto a quienes tenían permiso de trabajo. Ella y su hermana poseían ese papel, pero su madre no. Se la llevaron junto a muchos otros en un tren y la mataron.
Mientras Regina estaba en el ghetto a Eva la llevaron a un campo de concentración, en lo que había sido el cementerio de Cracovia. "Eran barracas con filas y filas de cama. Nos obligaban a trabajar de costureras horas y horas. Nos daban de comer medio pan a la semana. Y cuando uno tiene hambre se lo come en un día. Después se aguanta. Ya no nos quedaban más lágrimas para llorar", contó.
En 1942 a Eva y su familia las trasladaron al campo de concentración de Blizin. Podían cargar solamente una mochila. En el tren, policías alemanes entraron a los vagones y se llevaron a los niños. "Las madres lloraban. Algunas no quisieron separarse y se fueron con ellos", sostuvo.
AUSCHWITZ. Regina y Eva pensaban que habían pasado lo peor. Todavía no conocían Auschwitz. A Regina la llevaron en 1943. "Era horrible. Veías continuamente entrar gente a los crematorios y luego salir el fuego. Sabíamos lo que pasaba. Llorábamos, pero no podíamos hacer nada".
Eva fue trasladada allí un año más tarde, en 1944. Hasta hoy su nariz recuerda el "olor a huesos quemados". "La vida no era la de un ser humano. Te marcaban, te ponían un número. No tenías más nombre. Te sacaban toda condición humana", sostuvo.
"Eramos peor que esclavos. Eramos robots. Casi no nos daban de comer. Dormíamos 10 personas en una cucheta. Eramos mil por barraca. De noche cerraban la puerta y ponían un gran balde para que hiciéramos nuestras necesidades. El olor era insoportable", añadió.
Pinkus Frank estuvo 20 meses en Siberia. Después lo liberaron y se enroló en el ejército de la Unión Soviética, para luchar contra los alemanes. Sobre el final de la guerra llegó hasta Varsovia y después a Bydgoszcz. "Allí encontramos las primeras judías sobrevivientes. No se sabía si eran hombres o eran mujeres. Yo las miraba. No sabía si entre ellas podía haber una hermana o prima mía", contó.
Días más tarde, cuando ingresaron a Lublín, no encontraron judíos vivos. "Los alemanes habían escapado. Había cadáveres, muertos y más muertos. Montañas de pelos y dentaduras de los fallecidos", recordó.
Eva fue liberada por el ejército de la Unión Soviética, cinco días después de que terminara oficialmente la guerra. De Auschwitz la habían llevado a una fábrica de municiones. Antes de escaparse, los alemanes prendieron fuego las barracas donde había judías. Los checos, que hacían allí trabajos forzados, actuaron rápido y apagaron las llamas.
LIBERTAD. Eva y su madre se subieron a un tren rumbo a Polonia. Pararon dos semanas en Praga. "Mi madre se sentía mal. Yo la cuidaba para que no comiera mucho de golpe y se muriera. Muchos fallecieron por eso después de la guerra", dijo. Después fueron a Polonia, directamente a lo que había sido su casa.
La portera del edificio les dijo que no entraran. Su vivienda había sido ocupada por polacos, que estaban dispuestos a todo. Fueron entonces a una comunidad para refugiados judíos.
Allí, Eva se enteró de que su hermana había sobrevivido gracias a un pasaporte falso que decía que era cristiana. Horas después se reunió con ella. Su aspecto, rubia, de nariz respingada y ojos celestes contribuyó para que no la descubrieran y pudiera trabajar a favor de judíos ocultos.
Eva tuvo noticias de su ex novio y fue a su encuentro en Alemania. Allí tuvo el primer contacto con Uruguay. En un campo de refugiados les daban de comer corned beef y duraznos en almíbar en lata enviados desde estas tierras. Se casó y vinieron a Montevideo. "La gente es buena y cordial. Aunque no sabía español, mostraba un papel y las personas me acompañaban hasta el tranvía y le decían al guarda dónde tenía que descender", contó.
A sus 82 años recuerda en sus noches de insomnio sus 15 primeros años en Polonia, antes de la guerra. "Nada ni nadie pudo cambiar dentro de mí el concepto que me inculcaron de amor por mi familia y por toda la gente en general", sostuvo.
En mayo de 1945, Regina fue a Hungría y después a Rumania. Supo que su hermana había muerto de tifus. Estaba en Italia, cuando unos amigos le preguntaron por qué no escribía a su padre, que vivía en Argentina. Ella no quiso, pero sus conocidos escribieron en su nombre. El padre ofreció recibirla. Regina estuvo en Paraguay, en Uruguay y en Argentina. Montevideo la cautivó. "Me gusta su gente, son personas buenas y amables", señaló.
Pinkus es de los sobrevivientes vivos en Uruguay que siempre está dispuesto a contar su historia. "¿Sabés lo que decían muchos judíos antes de que los mataran en las cámaras de gas? No nos olviden. Yo sólo cumplo con eso".
Programas
Los sistemas de reparación existen desde 1950. Hay 17 abiertos en este momento
La vida en las manos de Mengele
En Auschwitz lo llamaban "el ángel de la muerte". Eva Marcowicz y su madre pasaron varias veces por plantones, donde Joseph Mengele revisaba a cientos de personas para someterlas a sus experimentos.
"Nos mandaban desnudarnos. Una vez él miró a mi madre. Yo en el campo de concentración decía que era mi hermana. A los viejos los mataban. Le preguntó la edad. Ella le dijo 38 y él le respondió que por qué decía la verdad", contó Marcowicz.
Hubo una mujer radicada hoy en Uruguay que no se salvó de sus manos. "A una amiga de mi madre y otras compañeras les inyectaron un líquido en una nalga. Muchas comenzaron a morir. Ella tuvo la suerte de que apareció una médica judía y le extirpó un pedazo de nalga. Gracias a eso sobrevivió", contó Rita Vinocur, hija de Ana, sobreviviente de Auschwitz. Rita se puso en contacto con un primo en Escocia a través de los registros internacionales de víctimas.
Especial atención a las víctimas más vulnerables
La fundación Claims Conference, que se encarga de programas de compensación a sobrevivientes del Holocausto, envía fondos desde 2004 a la Fundación Tzedaka de Montevideo para otorgar reparaciones a personas en situación de vulnerabilidad social.
Tzedaka transfiere dinero a 58 personas, 14 que vivían en Hungría, cuatro en Austria y otras 40 en el resto de Europa, explicaron a El País Ethel Katzkowich y Rita León, coordinadoras del programa. Las cifras que reciben los beneficiarios dependen de la situación y de sus necesidades. La periodicidad con que reciben la compensación es variable según el programa.
Para poder acceder a este tipo de compensaciones deben solicitar una entrevista en la Fundación. Allí, además de brindar su testimonio deben presentar comprobantes de los ingresos del hogar. Algunos planes abarcan a quienes están debajo de la línea de pobreza establecida por el Instituto Nacional de Estadísticas y otros ponen un monto debajo del cual deben estar los ingresos personales o familiares.
"En algunos casos no tienen documentación que demuestre que estuvieron allá. De todos modos, si consideramos el testimonio convincente, tenemos la opción de darlos por válidos", sostuvieron las coordinadoras del programa en Uruguay.
Las personas que apliquen pueden estar recibiendo fondos de otros programas. El dinero les es adjudicado para fines específicos, como ser gastos de vivienda o de salud. Cuando las solicitudes son aceptadas, los beneficiarios deben luego rendir cuentas de que destinaron la pensión a los fines establecidos, señalaron Katzkowich y León.
Testimonios grabados y fichas de familiares
Ana Vinocur era uno de los rostros más visibles de los sobrevivientes del Holocausto que vinieron a Uruguay. Hasta su fallecimiento, en enero de 2006, relató una y mil veces su odisea de sufrimiento. Dio entrevistas de televisión, escribió libros, ayudó a quienes quisieran tramitar pensiones y fundó el Centro de Recordación al Holocausto en Uruguay. Su hija, Rita Vinocur, continúa con su labor, como secretaria del Centro Recordatorio del Holocausto. Asumió esa tarea por amor a su madre y por la responsabilidad que siente acerca de lo que le sucedió al pueblo judío. "Nuestro objetivo es preservar la memoria. Tenemos un museo, que fue el primero en Sudamérica", sostuvo.
El Centro es un lugar de apoyo para quienes quieran registrar pensiones. Al terminar la guerra, los criterios de elección eran más limitados y algunos sobrevivientes no quisieron acogerse a esos beneficios. "Pensaban que querían compensarles por su sufrimiento. Ese no es el objetivo. Nadie puede compensar por un ser querido por dinero, ni por lo que se sufrió. Se trata de una pequeña medida de justicia", dijo Vinocur.
"El Centro de Recordación del Holocausto en Montevideo tiene registrados a 90 sobrevivientes que residen hoy en Uruguay y están en contacto con la comunidad judía local", señaló Vinocur.
Entre 1996 y 1998, esa institución participó del proyecto realizado por Steven Spielberg "Historia visual de sobrevivientes del Holocausto". Allí dieron su testimonio 130 personas que estuvieron en campos de concentración y se radicaron en Uruguay.
Hace pocos días el Centro de Recordación lanzó el proyecto "Voces de la memoria", junto al Instituto Ariel Hebreo Uruguayo. El plan implica registrar los testimonios de judíos y no judíos víctimas del nazismo. Sus historias serán enviadas al Museo del Holocausto de Washington y a Yad Vashem, el museo del Holocausto en Jerusalén, explicó Vinocur.
El Centro de Recordatorio del Holocausto remitió a Yad Vashem 3.000 fichas completadas por uruguayos sobrevivientes. Cada ficha corresponde a una persona que conocía y que fue muerta durante el nacionalsocialismo.
Además, el Centro entregó este año una propuesta al Ministerio de Educación para que el "Holocausto sea estudiado como un tema específico en la enseñanza pública como unidad temática". Lilián D`elía, consejera del Codicen, dijo que el planteo será estudiado por la Comisión Programática de Historia.