Nos visita desde hoy el Presidente de los Estados Unidos. Es todo un acontecimiento para un país al que no le llegan todos los días gobernantes de la potencias mundiales. Es cierto que la figura del Presidente no es precisamente simpática en el mundo por su política exterior, especialmente por el error mayúsculo de la intervención militar en Bagdad.
Invocando argumentos que en ese mismo momento otros países de peso universal controvirtieron por no estar suficientemente probados, y que los hechos posteriores les dieron la razón, Bush decidió la invasión a Irak en el entendido que el gobierno de Saddam Hussein poseía y construía armas de destrucción masiva: No era cierto. Bush lo admitió pero contra viento y marea sigue llevando adelante una guerra contra la resistencia, que resultó ser más fuerte y organizada de lo que se pensaba. En contra de los más serios asesoramientos que recomiendan encarar una prudente retirada, insiste en una campaña bélica por la cual el país está pagando elevadísimos costos, en vidas humanas, propias y ajenas, y en dinero. Esta es la razón fundamental por la cual el prestigio de la persona de George W. Bush está seriamente deteriorado en la opinión universal.
Pero la Presidencia de los EE.UU. como órgano trasciende a su titular, a quien la desempeña, al hombre y sus circunstancias, al decir de Ortega y Gasset, a sus aciertos y a sus errores. En un sistema de gobierno con los contornos más relevantes de presidencialismo que se conozca, es la institución de mayor importancia en un país que en toda su existencia ha sido en forma constante el faro de la democracia universal. Hacia el exterior, por su papel decisivo al decidir las guerras mundiales a favor de las causas que combatían el autoritarismo, el sojuzgamiento de los pueblos, la demencia criminal, levantando las banderas de la libertad. Pero además por su orden interno. En Estados Unidos un Presidente que concentra la suma del poder puede perder su cargo e incluso ser condenado por delinquir en el marco de un sistema cuyos engranajes no fallan. La sombra de Richard Nixon lo comprueba. En EE.UU. un Presidente puede ser reelecto por un período, pero terminado éste se terminaron para siempre sus aspiraciones de volver al cargo, y a nadie se le ocurre pensar en la posibilidad de perpetuarse por medio de reformas oportunistas. En una palabra, en EE.UU. las Instituciones son inmaculadas, están en el sentimiento de sus ciudadanos, en la raíz de su historia, en la esencia del país, por encima de la veleidad de los hombres, como lo enseñó Artigas.
Es curioso entonces que quienes han aclamado a gobernantes que -esos sí- son verdaderos dictadores, liberticidas, asesinos, como Fidel Castro, o de quienes se encarnan en personalidades con rasgos autoritarios que han venido a poner sus pies en nuestra región como el señor Chávez, sean los que rechazan la presencia del Presidente de los Estados Unidos en nuestro Uruguay.
Y en lo que tiene que ver con George W. Bush persona física, en lo que atañe a nuestro país, habrá que recordar que bajo su Presidencia, al haber mermado nuestras ventas al exterior hacia Chile, hacia Brasil, hacia Rusia -y no hablemos de una Argentina que se ha retirado prácticamente de los mercados- se transformó en nuestro primer socio comercial. Si ponemos por ejemplo el caso de la industria textil, fuente de ocupación de miles de trabajadores, la aceptación a la propuesta del Tratado de Libre Comercio ofrecido por su administración, la habría sacado de la crisis en que se debate actualmente encontrando en dónde colocar sus productos, en lugar de encarar como solución de sobrevivencia de las fábricas quebradas, el mendrugo de la intervención en ellas de la Corporación Nacional para el Desarrollo.
Finalmente, si no hubiera estado en la presidencia de los Estados Unidos el señor Bush, la catástrofe bancaria que se vivió en el país por reflejo del desastre argentino hubiera terminado en default. El haberlo evitado con el préstamo puente conseguido cuando estábamos al borde de la línea de la muerte, fue la rampa de lanzamiento que permitió la recuperación económica del país y tanto le facilitó la tarea al gobierno en funciones.
Por lo que simboliza el cargo, y por sus actitudes para con los uruguayos "El País" le da la bienvenida, señor Presidente.