Sobre dos realidades

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En la ciudad de Montevideo no se vive una realidad sino dos, desdobladas como en los casos clínicos de esquizofrenia. Esas realidades se superponen, se confrontan, se irritan mutuamente y se toleran a duras penas, sin que exista una intervención de la autoridad capaz de remediar tales quebrantos, con lo cual la disgregación se agudiza en lugar de aliviarse. En todos los ejemplos que pueden ofrecerse al respecto, la esquizofrenia urbana -un cuadro de disociación idéntico al que se diagnostica en medicina- es el resultado de la convivencia entre aquellas dos realidades, cuya confluencia en el paisaje ciudadano determina más contradicciones que armonías y provoca más daños que beneficios. Armadas de buenas intenciones pero no de capacidad reflexiva, las autoridades auspician esa dualidad sin percibir (y seguramente sin medir) sus consecuencias.

En primer lugar tenemos los contenedores, esos recipientes para basura domiciliaria que en teoría son la gran solución para superar el problema endémico de la dispersión de residuos. En términos generales, los residentes de cada zona han respondido disciplinadamente al servicio que prestan esos tanques, pero la actividad de los hurgadores (un batallón que crece con el paso del tiempo) arruina el ordenamiento y provoca alrededor de los contenedores un desparramo de desperdicios que no sólo estropea el esmero de los vecinos, anula su diaria prolijidad y desalienta su espíritu de colaboración con la iniciativa, sino que además produce un espectáculo demoledor, el de un adelanto en materia de organización callejera que resulta inutilizado por esa miserable manipulación. A la frecuente sorpresa del ciudadano, que va a depositar su bolsa y se encuentra con un hurgador zambullido en el tanque y revolviendo su contenido, se suma el veloz deterioro de los artefactos por culpa de ese uso indebido (pedales rotos, burletes de goma arrancados, tapas forzadas), el trabajo adicional que deben cumplir los funcionarios de limpieza para despejar el entorno y la clamorosa contradicción de un poder estatal que planifica el Sistema Nacional de Salud sin remediar la temible contaminación (propia y ajena) de la actividad de los hurgadores.

En segundo lugar, a esos rasgos esquizoides se agrega otro igualmente flagrante, el control del tránsito. Mientras los inspectores municipales (a quienes se añade ahora la policía, que también supervisa la circulación) aplican su notoria severidad multando a los automovilistas por infracciones tan sutiles como no detenerse por completo ante una señal de "pare" o no llevar ajustado el cinturón de seguridad, esos mismos cuerpos de vigilancia ignoran las múltiples violaciones a toda norma de tránsito que cometen los demás vehículos, desde los ciclistas (cada día más numerosos) circulando a contramano, sin luces y en zigzag, hasta los motociclistas con similar comportamiento, una transgresión que se agrava en el caso de distribución de comida preparada, con la imprudencia de una velocidad de desplazamiento que supone riesgos para ellos y para todos los demás, sin olvidar la benevolencia que la autoridad dedica a los carros hurgadores y al escándalo de su apariencia, su manejo por menores y su trato despiadado de los caballos de tiro. En ese desigual enfoque de parte de los inspectores hay otro síntoma de la gloriosa esquizofrenia oficial.

En tercer lugar, mientras un Poder Ejecutivo integrado por más de un médico aplica el decreto antitabaquista que ha mejorado el aire de casi todo lugar público bajo techo, desde oficinas hasta restaurantes, complaciéndose en el éxito de esa medida, olvida el efecto devastador que provoca en medio de la ciudad el escape de miles de camiones, ómnibus y autos con el motor sin ajustar. Las nubes negras, malolientes y letales que despiden esos vehículos, tienen un efecto al que las autoridades uruguayas nunca se refieren, quizá porque implementar su control sería mucho menos sencillo y menos popular que la campaña antitabaquista. Esa contradicción es llamativa y permite juzgar el combate contra los fumadores como lo que es: no sólo fragmentario sino más puritano que provechoso, y más vinculado a los beneficios de la publicidad oficial que al mejoramiento de la salud colectiva en todos sus aspectos, que por cierto no empiezan ni terminan en el cigarrillo. En ese desencuentro de exigencia por un lado y distracción por otro, también hay brotes de esquizofrenia que convendría revisar para que lo fracturado sea por fin un esfuerzo unitario.

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