Son pocos, pero hacen mucho ruido. Son los mismos que un día se abrazaron efusivamente con los piqueteros argentinos que cortaban los puentes para expresar su rechazo a la planta de Botnia y ahora, cuando queda claro que el emprendimiento no es contaminante, acusan a la pastera finlandesa de ser la responsable de la prostitución y la violencia en Fray Bentos y adyacencias.
Son los mismos que, hace no mucho, amenazaron con cortar algunas rutas uruguayas para oponerse a la construcción de la planta de Isusa, y que luego se fueron al mazo cuando el gobierno les hizo ver, con razón, que esto no es Argentina y que aquí no vale todo.
Son los mismos que hace algunos días pretendieron copar, con la fuerza de los gritos y la debilidad de la falta de argumentos, la audiencia pública convocada por la Dirección Nacional de Medio Ambiente para que la comunidad de Conchillas pudiera expresarse, con libertad, en torno a la proyectada planta que Ence planea levantar en la zona.
No tienen límites. La crónica publicada por El País reveló que en la audiencia pública celebrada en Conchillas este grupete de revoltosos de profesión utilizó a un niño de apenas 11 años para exhibir a las autoridades que presidían el encuentro y que estaban dando a todos los vecinos de la zona la posibilidad de manifestarse a favor o en contra del emprendimiento, carteles ofensivos en los que se acusaba a los políticos de "corruptos".
El niño, que no tiene la culpa de tener los padres que tiene, fue groseramente utilizado por un puñado de individuos integrado, entre otros, por el tristemente célebre Juan Carlos Borgoño, el mismísimo "naturista" que hace algunos años ganó fama cuando luchó para impedir que sus pequeños hijos fueran vacunados.
¿No es paradójico que esta gente, que dijo luchar un día por la libertad de elección y hoy asegura luchar por el futuro de sus hijos, sea capaz de manejar a su antojo a un menor al hacerle exhibir pancartas con consignas que ese niño, seguramente, ni siquiera comprende?
¿No deberían las autoridades nacionales y departamentales presentes, y la propia fuerza policial que según se pudo ver en la televisión custodiaba el lugar, haber llamado a responsabilidad a esos adultos y obligarlos a respetar a ese menor, en lugar de obligarlo a pararse como una estatua viviente para mostrar una pancarta tan generalizante como injusta, que muestra a todos los políticos como corruptos y pareciera impulsar una forma de gobierno diferente a la democracia por la que tanto se ha luchado?
¿Hay acaso algún magistrado que haya actuado de oficio y citado a declarar a los adultos que se valieron de ese niño para levantar una pancarta que rezaba "Políticos Corruptos"? Y si no lo hubo, ¿no debería haberlo, para advertir a los responsables que eso no puede volver a pasar y a todos los uruguayos que los hijos no se tienen para usarlos como si se tratara de muñecos de trapo, sino para criarlos y educarlos en el respeto, en la tolerancia y en la defensa de los valores que hacen a una nación?
¿Será acaso que ningún político se sintió ofendido por ese cartel?
Si permitimos que una banda de revoltosos utilice hoy a un niño para insultar a la democracia, ¿tendremos mañana derecho de agraviarnos cuando esos u otros individuos utilicen a adolescentes o jóvenes para atentar contra las instituciones como algunos, hace no tanto tiempo, hicieron?
Contra estos males hay que vacunarse. Aunque los Borgoño de turno se resistan.
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