Llegó el lobo

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JUAN ORIBE STEMMER

Me temo que los juegos de nuestra infancia han sido sustituidos por la televisión y la PC. Especialmente los juegos al aire libre, con los amigos del barrio. Que incluían, por supuesto, la mancha (con su variedad, la "venenosa"), la escondida y el lobo feroz. En nuestro caso, seguramente existían otras versiones, este último juego comenzaba con un canto ("juguemos en el bosque mientras el lobo no está") a lo que seguía la pregunta "¿lobo estás?". El lobo se hacía esperar: respondía que se estaba poniendo las botas, luego lavándose los bigotes o afilando el cuchillo, y así seguía. Lo que le agregaba suspenso al juego. Hasta que, de pronto, salía a la caza de sus víctimas, entre la corrida general.

Nuestro país ha estado jugando al "lobo estás" con sus problemas, por décadas. Incluyendo la marginalidad social; la crisis del suministro de energía; y los cambios en la cantidad y la estructura demográfica de su población.

Ninguno de esos tres "lobos" es de corto plazo. Todos son el producto de procesos de larga duración, conocidos y estudiados. Pero, en ninguno de ellos se adoptaron a tiempo, estrategias de largo plazo que permitiesen enfrentar eficazmente los desafíos que previsiblemente deparaba el futuro. A diferencia de lo que sucede con los niños, que bien preparados están cuando el lobo exclama "¡lobo estoy!" y sale a correrlos, la sociedad uruguaya ha permanecido indiferente ante lo inminente, rumiando con cara pensativa los mismos problemas y haciendo gala de una asombrosa capacidad para redescubrir lo que ya se sabía desde hace tiempo. De acuerdo solamente en que es necesario ponerse de acuerdo en acordar algo.

La magnitud de uno de aquellos desafíos, está demostrada en el libro "Demografía de una sociedad en transición: la población uruguaya a inicios del siglo XXI", presentado por el Programa de Población de la Facultad de Ciencias Sociales y el Programa de Población de las Naciones Unidas (El País, 13 de julio).

No sólo tenemos una población escasa, sino que ésta se encuentra estancada. Cada año nacen unas 47.000 personas y mueren 32.000. La tasa de fecundidad de las mujeres es de 2,04 niños por mujer; apenas suficiente para mantener la población estable. A ello debe agregarse que en la última década emigraron unos 126.000 uruguayos, en promedio 12.000 o algo más por año. La mayoría de los emigrantes son jóvenes y adultos en edad activa. Es cierto que algunos llegaron a sostener que la emigración no era tan mala porque, suponían, quienes se radicaban en el exterior iban a enviar remesas de dinero a sus familiares y, así, contribuirían al desarrollo del Uruguay. No ha sido así: sólo el 0,3% de los hogares sale de la pobreza por aquellas remesas; el 36% de los hogares perdió al menos un contribuyente por la emigración.

Las consecuencias de esa situación incluyen el aumento de la proporción de la población no activa: hoy hay 65 pasivos por cada 100 activos. Es probable que esa relación se torne aún más desfavorable. Como resultado, menos activos deberán soportar el costo que representa una población creciente de ancianos. Algo que hará crujir los sistemas de previsión social y de salud.

En realidad enfrentamos dos problemas. El primero son los desafíos de largo plazo de los que depende nuestro futuro; el segundo es nuestra incapacidad para establecer consensos y formular, a tiempo, políticas de largo plazo eficaces, y luego aplicarlas metódicamente. De los dos problemas, el más grave es el segundo.

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