El otoño del Frente Amplio

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Washington Beltrán Storace

La renuncia de Vázquez al Partido Socialista no puede tomarse como un hecho aislado en este 2008. Es simplemente el corolario de una serie de factores que se fueron dando a lo largo del año e hicieron eclosión en los últimos días. Desde el punto de vista de la interna del partido gobernante, es un hecho grave por lo que significa la ruptura del Presidente con el sector político que lo catapultó. Desde el punto de vista del país, es preciso observar cómo se procesa, qué lecturas se le dan y cuál es la reacción que genera, para saber si el deterioro de las relaciones de Vázquez con el conglomerado político en el poder trae aparejados serios sacudones en un momento donde las señales de tranquilidad serían las más aconsejables.

Lo cierto es que el ambiente en la interna frentista estaba muy caldeado desde tiempo atrás, como consecuencia de un adelanto peligroso de los tiempos electorales. Arrastrados por el fuerte arranque del Partido Nacional y presas del nerviosismo de unos muchos y la soberbia de unos pocos por el resultado de las encuestas, el partido de gobierno se olvidó que aún debe gobernar (hasta el 1° de marzo de 2010), que los mercados del mundo se tambalean por una crisis feroz y buscó ponerse a rueda de los blancos. Pero lo hizo de manera desordenada, caótica y sin la certeza de adónde iba, con quién iba y qué quería. Los resultados están a la vista.

El primer conflicto surgió cuando el presidente Vázquez anunció que su fórmula para las elecciones del 2009 era Astori-Mujica. Allí comenzaron sus problemas y se inició el proceso de desafío a su liderazgo. Mujica pareció que aceptaba el dedazo presidencial, pero sin mucho esfuerzo sus compañeros del MPP lo convencieron de que el "dueño" de los votos era él y no había motivos para ser relegado en la fórmula. Aquella aceptación inicial se transformó en cuestionamiento y reclamó su carácter de "delfín", de acuerdo a su sagrada e incoherente premisa de "como te digo una cosa, te digo otra". Que se agravó cuando el movimiento reeleccionista pareció surgir como elemento de amenaza al insubordinado para que se alineara con la decisión presidencial. El MPP, con Fernández Huidobro y el propio Mujica a la cabeza, lanzó artillería pesada contra Vázquez, algo inusual en el disciplinado oficialismo.

Mujica dobló la apuesta y desafió directamente al canciller, Gonzalo Fernández, el hombre de mayor confianza del presidente. Por las suyas inició una serie de contactos a nivel internacional, normalmente reservados a la Cancillería, que incluyeron visitas al matrimonio Kirchner cuando Uruguay vetaba la presidencia de Néstor a la Unasur, declaraciones desafortunadas y tendenciosas sobre este episodio ("es un problema personal del presidente"), a Brasil y al presidente de Venezuela, a efectos de realizar gestiones diplomáticas y comerciales (?).

El liderazgo de Vázquez quedaba abiertamente controvertido. El socio mayor del FA por tres veces lo ignoraba y actuaba a su antojo. Había sido su principal apoyo en los primeros años de gobierno, pero ahora estaba dispuesto a pasar factura y hacer valer sus votos. ¿Por qué ir segundo de Astori? ¿Qué tenía Danilo que no tuviera el Pepe?

Con ese panorama, más la alineación de los distintos sectores frentistas en uno u otro bando (muchos menos y menos pesados en el de Astori) se llegó al tema de la despenalización del aborto. Vázquez había anunciado desde un principio que, si se transformaba en ley, la iba a vetar. Pero su bancada parlamentaria no le creyó y si lo hizo, poco le importó. Con excepción de los diputados Roballo y Semproni, pero con el agregado del ex presidente Sanguinetti, la mayoría oficialista votó la ley. Y el veto cayó implacable. El FA había enfrentado a la Iglesia y a un amplio sector de la población contrario a la ley, para quedarse finalmente sin la bandera electoral de la despenalización del aborto. Los irritó de manera extrema, afloraron facetas ocultas de ciertas personalidades y comenzó la segunda revolución anti-Vázquez. La crítica a la decisión presidencial fue muy dura y no se ahorraron agravios. En una demostración de intolerancia, los propios legisladores frenteamplistas descalificaron de mala manera la posición del compañero presidente. No se le permitió el derecho a disentir, aunque cumpliera con la palabra anunciada y empeñada.

El tercer capítulo fue sin lugar a dudas el Congreso del Partido Socialista, el partido de Vázquez desde 1983. No sólo le hizo el famoso "pito catalán" a su fórmula Astori-Mujica, sino que proclamó otro candidato para la dupla presidencial: el ministro de Industria Daniel Martínez que, además, sin ningún remordimiento, se mostró exultante por su nominación contraria a la posición presidencial. Los socialistas se encargaban de poner la lápida a la influencia Vázquez en el futuro del Frente Amplio.

Blancos, colorados, independientes, la oposición en general, pueden sin problemas iniciar sus movilizaciones con miras a las elecciones del año próximo. Han sido permanentemente ninguneados por las mayorías automáticas del oficialismo y todas sus propuestas descansan en las papeleras. La única alternativa que les queda es luchar para cambiar. Pero el Frente es gobierno. Roló el viento de popa, la crisis mundial estremece los grandes mercados y ha comenzado a llegar a nuestras costas. Los síntomas son graves y amenazan con ser peores. El gobierno no puede enzarzarse en disputas electorales internas, porque debería tener otras prioridades.

Nunca tuvieron aptitudes para caminar y mascar chicle al mismo tiempo, y ahora es menos recomendable que lo intenten.

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