Guerra en Gaza

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En Medio Oriente no se lucha para hacer respetar unas reglas de juego, sino para establecerlas". Estas palabras del filósofo francés André Glucksmann, aparecidas días atrás en un diario español, dan una idea bastante clara de las razones por las cuales el conflicto entre israelíes y palestinos logra, pese a su ya triste habitualidad, sorprendernos nuevamente con escenas de sangre y horror que conmueven incluso al más indiferente.

Los rostros espantados por el miedo y la ira, de un lado y de otro, que nos ofrecen con lujo de detalle las cadenas televisivas internacionales en esta época de guerras al instante en el living de su casa, llevan a pensar cómo la humanidad en medio de tantos avances, no logra superar esta manera salvaje de resolver los conflictos. Ante toda esa tragedia, parecen absurdos los intentos por buscar las justificaciones, entender los motivos, y definir a los culpables de este nuevo estallido de violencia. Y sin embargo hay que hacerlo. Aunque sea para intentar dotar de algo de razonabilidad, a todo este panorama tan irracional.

Para lograr esto, dejando de lado los eslóganes y enfoques simplistas e ideologizados, hay que ir al principio. Israel es un país reconocido por la comunidad internacional, y por lo tanto con un derecho inalienable a defenderse y cuidar el bienestar de su población. Se encuentra, desde hace décadas (sin éxito y no precisamente por su culpa), en un proceso de negociación con los distintos grupos palestinos, para alcanzar una solución que permita a ambos pueblos vivir en una situación de convivencia armónica.

Los palestinos, por su parte, están divididos en dos grupos. Por un lado el sector de Fatah, partidarios del presidente de la autoridad palestina, Mahmoud Abbas, y que tienen su zona de influencia en Cisjordania. Por otro, los seguidores de Hamas, un grupo extremista religioso, que se basan en la zona de Gaza, y que desde siempre se han negado a reconocer el derecho de Israel a existir.

Mientras que con los primeros, los israelíes han logrado encauzar un proceso de diálogo más o menos fluido, con Hamas la situación es de permanente tensión. De tal forma, que pese a que se había alcanzado una tregua entre ambos bandos, la violencia nunca cesó del todo, y durante esos meses de supuesta distensión, los milicianos de Hamas, se dedicaron a lanzar cotidianamente misiles sobre la población civil israelí, a razón de unos 70 por día. Ataques que incluso causaron víctimas en su propio bando, como fueron dos niñas palestinas de 5 y 12 años que murieron el pasado 25 de diciembre, cuando uno de esos proyectiles cayó en lugar equivocado.

Esta situación de violencia permanente, llevó a que el gobierno de Israel lanzara una fuerte ofensiva militar sobre la Franja de Gaza, una de las zonas más densamente pobladas del mundo, con los efectos previsibles de muerte y destrucción. Efectos que se ven multiplicados por el hecho de que los integristas de Hamas, para quienes la vida humana tiene un valor completamente subsidiario al de sus creencias e intereses, no dudan en montar sus bases militares en medio de la población civil.

Para una mentalidad occidental como la nuestra, resultó chocante escuchar a un líder de Hamas llamando a su gente a no preocuparse por los muertos, porque eran un "peaje" que había que pagar para alcanzar sus objetivos de destruir a Israel.

La situación de Israel es mucho menos cómoda de lo que muchos simplistas análisis que dividen entre débiles buenísimos y sangrientos militaristas, quieren hacer ver. Es un país que se encuentra rodeado de naciones hostiles, en una región en la que la fuerza es la máxima prueba de razón. Y donde el permitir que un grupo extremista acapare fuerza y "prestigio" en base a los ataques a civiles y la intransigencia política, puede derivar en un conflicto aún peor, como quedó claro con la última guerra en el Líbano contra Hezbolá.

En cualquier caso, está claro que lo que está sucediendo en Gaza es terrible, y es de esperar que se logre un acuerdo que ponga fin a esta violencia. Las imágenes de niños ensangrentados y familias destruidas con las que nos desayunan los informativos, no son un panorama que la comunidad internacional en este siglo XXI pueda digerir por mucho tiempo.

Algo que Israel, la única democracia en serio de esa región, y cuyos líderes deben después dar la cara en las urnas, sabe mejor que nadie.

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