El voto desprolijo

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Enfoque

El voto es el arma suprema de los ciudadanos para elegir al gobierno que les parece mejor. Aquél que permita el bienestar general para ellos y asegure oportunidades de superación para sus hijos. Normalmente -en todos los países del mundo civilizado- para atraer la atención de los votantes se apuesta a las bondades de los candidatos: sus conocimientos, su trayectoria, su inteligencia, su honestidad, su visión de los desafíos de un mundo cada vez más globalizado y, sobre todo, su programa de gobierno. Es decir, qué piensa hacer en caso de triunfar, cuál es su propuesta para un desarrollo de la sociedad firme, seria y justa, qué tipo de país nos propone, hacia dónde encaminará sus principales esfuerzos. De alguna manera, se buscan destacar los mejores valores de una nación, sus aspiraciones más caras y potenciarlos, porque eso es lo que genera esperanzas en un pueblo. Éste decidirá cual de las propuestas de país que se le ofrecen es de su agrado o coincide con su pensamiento. Quien gane en definitiva, después deberá rendir cuentas sobre los resultados alcanzados, los logros o los fracasos. El soberano juzgará: siempre tiene la última palabra y es dueño de su destino.

Es este respeto por el voto y lo que él representa en una democracia republicana, que me obliga a marcar mi más profundo rechazo a su banalización, al desprecio irrespetuoso que surge de una publicidad (convertida en remera) para distribuir entre los jóvenes -nada menos- que dice "Soy desprolijo. Voto al Pepe" (informe publicado en el semanario "Brecha", viernes 13 de febrero). Más allá de la sinceridad del aserto de que quien lo haga sea un desprolijo y vote al Pepe, cuando un partido político o un candidato utilizan esos argumentos para cargar el arma más sagrada de un pueblo, significa que tenemos una sociedad al borde del abismo, que los valores más elementales han desaparecido, que la chabacanería ha arrollado al respeto y que el programa de gobierno de ese candidato lo escribió hace años Discépolo como letra de un tango, al que llamó "Cambalache". Lo peligroso también es que esta publicidad desnuda el concepto de Mujica sobre el voto ciudadano, más afín y en sintonía con su pasado terrorista, que con su condición de Senador y candidato a la Presidencia de la República.

Y no se interprete ni se diga que la crítica obedece a un puritanismo exacerbado. ¡Qué va! Es el simple y elemental respeto a las instituciones de la Patria que he aprendido de mis mayores, lo he asumido con orgullo y busco legar a mis hijos. Hay cosas con las cuales no se juega, porque si las desvalorizamos, les quitamos contenido y las tugurizamos, estaremos ilegitimados para reaccionar después cuando otros arrasan la estructura jurídica del país y pisotean carísimos derechos.

Para desprolijidades, alcanza y sobra, por ejemplo, con la ciudad de Montevideo, sus calles poceadas, los semáforos descoordinados, los barrios alumbrados por una insignificante bombita, el terror que campea por las noches, la basura que engalana sus esquinas y los carritos de hurgadores -con niños incluidos- que recorren incesantes todas sus arterias. Desprolijidades -y algo más- es la situación de la enseñanza pública en escuelas y liceos. Desprolijidades -y algo más- es gestionar en secreto la instalación de una central eléctrica a carbón, con los altísimos riesgos de contaminación que ello supone. Desprolijidades -y algo más- es la situación de inseguridad que se vive en todo el país y se agrava día a día. Desprolijidades -y algo más- es lo ocurrido con Pluna o nuestras relaciones y negocios con Venezuela. Podríamos seguir con los ejemplos, hay muchísimos; pero como muestra alcanza y si se quiere para terminar, por ser los más recientes, el manejo del tema de la sequía en el agro y de la crisis financiera internacional (todavía faltan venir los peores dolores de cabeza).

Todas estas desprolijidades son graves y suficientes como para que alguien que integra el gobierno quiera seguir con el tema. El asunto es que Mujica lo agrava e incluye en su mochila de desaliños el voto ciudadano y la Presidencia de la República (porque a eso, nada menos, se postula). Quiero pensar que eso es un error garrafal, un sacrilegio para el cual no hay penitencia. Que en Uruguay existe un alarmante decaecimiento en el tema de valores, pero no llega aún a extremos de trivializar el voto. Que el uruguayo sabe lo que ello significa, lo que ello permite y decide. Que no se ha alcanzado el punto de declive -como decía Marcello Figueredo en su columna días atrás- en que una sociedad está dispuesta a transformar en virtud un defecto espantoso. Y quiero pensar también que en Uruguay aún hay respeto a las instituciones, como es la de Presidente de la República esa persona que, en las buenas y en las malas, con apoyos y discrepancias, nos representa a todos.

No quiero pensar que el Presidente de la República Oriental del Uruguay sea el presidente de los "desprolijos" y así nos consideren en el mundo. ¿Habremos caído mucho en nuestra autoestima y en la consideración de la importancia de la ética? ¿Será tanto?

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