Cuando los pobristas en el poder

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CARLOS MAGGI

Junto a un acierto rutilante como es el "Plan Ceibal", el gobierno cultiva una colección de renuncias y achiques que llenan de vergüenza y malean a la gente.

No voy a perder tiempo en insistir sobre las perlas (infelicidades) de una política que Raúl Seoane llamó con acierto "mentalidad de retro progresismo" (1); pero en su momento, voy a nombrarlas.

El Uruguay retro va hacia los panoramas más latinoamericanos; Bolivia o Cuba, no en su grandeza, sino en lo desaseado y menesteroso; en sus lamparones de impotencia. Leí con cierto detalle, un experimento, del cual tenía una noticia vaga, y me alarmé. La "teoría de las ventanillas" nos calza justo, debiera formar parte de los programas de secundaria; sería un modo de aliviar el abuso por solidaridad; que es la peor de las enfermedades infantiles del socialismo.

En la Universidad de Stanford (EE.UU.), el Prof. Phillip Zimbardo puso en práctica un experimento sicológico. Dejó dos autos estacionados durante días. Dos autos medianos, idénticos; la misma marca, el modelo y el color. Uno quedó en el Bronx, una zona pobre y conflictiva de Nueva York y el otro en Palo Alto, una zona rica y tranquila de California.

Resultó, como era de esperar, que el auto abandonado en el Bronx fue vandalizado, casi de inmediato. Perdió las llantas, los espejos, la radio, los asientos. Se llevaron todo lo aprovechable; y lo que no, lo destruyeron. En cambio el auto abandonado en Palo Alto se mantuvo intacto.

Es común atribuir a la pobreza las causas del delito. Pero el experimento no finalizaba en esta primera etapa.

Cuando el auto abandonado en Palo Alto llevaba una semana en su lugar, los investigadores le rompieron el vidrio de una de las ventanillas.

Entonces el resultado fue el mismo que en el Bronx; el robo y el vandalismo redujeron el vehículo a una ruina.

¿Por qué el vidrio roto disparó el proceso delictivo?

Un vidrio roto en un auto que pasa días sin moverse transmite una idea de despreocupación, algo parecido a la falta de toda ley; entonces vale todo. Cada nuevo ataque que sufría el auto, más se reafirmaba la idea, hasta que la escalada de actos cada vez peores se hizo irracional y destruyeron sin sacar provecho.

En experimentos posteriores (James Q. Wilson y George Kelling) desarrollaron la "`teoría de las ventanas rotas", que desde un punto de vista criminológico concluye que el delito cunde en zonas donde el descuido, la suciedad, el desorden y el maltrato, son mayores.

COMENTO: La sabiduría popular acuñó la frase: el hábito no hace al monje. Pero sucede también que el hábito hace, al monje. El adagio es verdad y su negación también es verdad (hay una larga discusión).

El caso de la ventana rota funciona con ida y vuelta.

En "El camino del tabaco", la novela de Erskine Caldwell, se ve como un Ford último modelo es hecho chatarra en medio de la guaranguería de sus propios dueños, nuevos ricos, en un cantegril.

Tanto la ignorancia como la dejadez ambiente son factores capaces de aumentar la criminalidad.

¿Cómo se explica entonces, que un gobierno "progresista" retrograde a la gente imponiéndole tecnologías obsoletas?

¿Cómo se explica que se prohiba (MSP) la importación de una nueva vacuna contra el cáncer y acto seguido se prohiba la instalación de aparatos capaces de detectar el cáncer precoz? ¿Y que en materia de energía (UTE) se elija la escasez, como sucede con el rechazo a una central nuclear; y el rechazo a los inversores prohibiéndoles instalar sistemas eólicos de última generación, por su cuenta y riesgo? ¿Y que en materia de comunicaciones (Antel) se rechace la red interna de fibra óptica y al mismo tiempo se desprecie la conexión externa con los cables internacionales? ¿Y qué se mantenga una refinería inadecuada (Ancap) que en vez de abaratar los combustibles, los encarece? Todo esto contribuye a la africanización.

Pero el espectáculo más gráfico y más aplicable a la teoría de la ventana, se da en el centro de la ciudad: 18 de Julio hecha harapos; y sus alrededores, impresentables, llenos de durmientes envueltos en trapos, tirados en los umbrales y las galerías. Los carros de los hurgadores repasan las calles.

La misma dejadez se estampa en los edificios públicos, que agregan su fachada a la visión pobrista. Esa desaprensión no es impotencia es gusto en la fealdad y el abandono. La Universidad de la República y la Biblioteca Nacional muestran un estado de dejadez que parece voluntario. Las pegatinas de afiches y los grafitis podrían evitarse con UN sereno que cuidara el frente de esas dos instituciones. Pero no, la norma es despreocuparse; y mostrar humillado lo que debiera ser un ejemplo de pulcritud. ¿Cómo hace la iglesia matriz para no tener nunca una mancha publicitaria en su fachada? ¿Cómo harán los bancos? ¿Será que tienen más empleados que el Estado y por eso pueden mantener una apariencia digna?

Hablamos de un tiempo dorado, para nombrar los primeros treinta años del siglo veinte. Y es bueno que así se haga. El Estado fue en esa época un ente orgulloso de sí mismo. Lo más eficaz, pulido, y aún lujoso, se reservaba para simbolizar al país.

Se construyó el edificio del Banco de la República, que sigue siendo el banco con la sede más impresionante: un templo.

Se construyó otro templo de maravilla, el Palacio Legislativo que es enteramente de mármol, como hay muy pocos en el mundo.

Se hizo precozmente, el Estadio Centenario, un monumento consagrado en el plano internacional. Y al mismo tiempo, se demolió un barrio entero, el Bajo, para desterrar y dispersar una concentración prostibularia; y en su lugar se construyeron jardines y la rambla Sur, en un el vasto espacio ganado el mar.

Hay que comparar esa estética fulgurante con el estado en el cual decae la Facultad de Humanidades que fue una escuela impecable. El hospital del Clínicas, acobardado, que vale más demolerlo que rehabilitarlo. Las "instalaciones" del INAU, capaces de crear por si solas una generación infame y rencorosa.

¿Habrá violación más flagrante a lo dispuesto en la Constitución que la inadmisible situación de las cárceles? El artículo 26 de la Carta Magna previene: "En ningún caso se permitirá que las cárceles sirvan para mortificar y si sólo para asegurar a los procesados y penados, persiguiendo su reeducación, la aptitud para el trabajo y la profilaxis del delito".

Este norma se viola por igual con respecto a los delincuentes, como a menores de edad recluidos; se viola por el solo hecho de obligarlos a vivir en un medio repulsivo, el más adecuado para mortificar, sin posibilidad de reeducarse o cobrar aptitud para el trabajo o lograr una profilaxis del delito, como manda la Carta Magna.

El Estado ha perdido su dignidad, que es el aprecio por sí mismo.

El Estado no cuida su imagen. Del lema tupamaro eligió la segunda parte: puesto que no hay patria para todos, lo bueno es que no haya patria para nadie. Viva la suciedad, el desorden, el maltrato, la insuficiencia, la falta de cumplimiento de las leyes. ¿Será el Estado el gran miserable que engendra la inconducta y aún la criminalidad? Después sucede que no hay policía que alcance.

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(1) Equinox Uruguay, https://sites.google.com/site/equinoxuruguay/Home

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