¿Las mujeres afganas vuelven al infierno?

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CLAUDIO FANTINI

Desde tiempos remotos, el Código Pashtún rige a ese pueblo indómito que resistió a las civilizaciones india y persa. Tiene dos conceptos básicos: el Nang y el Namos (honor y orgullo). Por eso la venganza es uno de sus pilares. Sin embargo, cuando los talibanes instauraron la versión más brutal del Nang y el Namos, si una mujer era violada, su padre, hermanos o marido tenían derecho a matarla para salvar el honor. O sea que la venganza no se concretaba castigando al violador, sino matando a la ultrajada.

El régimen lunático con sede en Kandahar que abolió el cine, la música y el arte pre-islámico, fue el que más cruelmente se ensañó con la mujer en toda la historia. Pero Afganistán siempre ha sido el infierno del sexo débil. Lo prueba el mulá Nasrudín, grotesco personaje de los chistes con que las elites cultas y liberales retratan el carácter retrogrado y cerrado de los imanes. Un chiste muy popular pregunta: ¿qué hizo el mulá Nasrudín cuando su hija llegó magullada porque el marido la había golpeado? La golpeó él también y la mandó a su yerno con el mensaje de que, si volvía a golpear a su hija, él le golpearía de nuevo la esposa.

La realidad fue siempre así de ridícula, pero con menos humor. Aún hoy los pactos se sellan entregando las hijas como esposas. El emir Omar y Osama bin Laden son a la vez yernos y suegros entre sí, porque firmaron la alianza entre el Talibán y Al Qaeda casándose con sus respectivas hijas. Durante el régimen que instauraron, la mujer quedó atrapada bajo la burka porque dedujeron del Corán que "el cuerpo de la mujer es fuente de tentación y pecado". Por eso con la primera menstruación, perdía el derecho a la atención médica, prohibiéndosele además trabajar y estudiar. Sólo podía salir de la casa acompañada por un varón de la familia y al adulterio lo pagaba con la lapidación, apedreadas hasta la muerte.

Todo ese horror parecía superado desde la invasión de la OTAN. Sin embargo, el presidente Hamid Karsai acaba de aprobar la Ley de la Familia Chiíta, por la cual la mujer no puede salir de la casa, ni trabajar, ni estudiar, ni ir al médico sin permiso del marido. Peor aún, está obligada a satisfacerlo sexualmente al menos cada cuatro días, por lo que, de negarse, el esposo tiene derecho a violarla.

Por qué hizo algo así este hombre elegante y culto que llegó al poder con la ocupación occidental. Karsai es de la elite laica y de mentalidad abierta. Pero a cambio del apoyo de los jeques hazaras en las próximas elecciones, cedió al reclamo de imponer esa ley oscurantista.

Los hazaras son un pueblo de origen mongol que desciende del Gengis Khan. Habitan el desierto de Bamiyán y hablan farsi como en Irán y también son chiítas como los iraníes. Pero la interpretación hazara del vínculo entre la hija de Mahoma y su esposo Alí bin al Taleb, primo del profeta que creó el chiísmo en su guerra contra la dinastía Omeya, es mucho más radical que la de los ayatolas persas. La historia afgana está plagada de retrocesos. Tras expulsar al Ejército Rojo, los jefes mujaidines Ahmed Sha Massud y Gulbudín Hekmatiar lucharon entre sí allanando el camino a la milicia de los turbantes negros. Pero el progreso que trajo la caída del régimen es traicionado por un gobierno inoperante y corrupto, a cambio de votos. Si no se corrige a tiempo semejante regresión, el mejor momento en la historia de la mujer afgana habrá sido el de la ocupación soviética, porque los títeres del Kremlin Karmal y Najibulá habían establecido la igualdad de géneros.

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