Kim Phuc
En 1972, cuando tenía 9 años, la aldea donde Kim Phuc vivía en Vietnam, fue bombardeada con napalm por los EEUU. Phuc corrió tratando de escapar a las bombas incendiarias, pero en segundos, el napalm consumió su ropa y ella siguió corriendo desnuda y aterrada, junto a sus hermanos, para escapar del fuego. En ese instante, le tomaron la conmovedora foto que recorrió el mundo y cambió la percepción mundial de la guerra de Vietnam. A 37 años de ese episodio, Phuc llegó a Argentina para un encuentro evangélico, y en entrevista con La Nación, relata cómo siguió su vida.
Evangelina Himitian | La Nación
Pasaron casi 37 años desde que se tomó la fotografía; sin embargo, la imagen, que cambió la percepción mundial de la guerra de Vietnam, aún conmueve. La niña de la foto es Kim Phuc, una vietnamita de 9 años que en 1972 intentaba escapar de las bombas incendiarias que los Estados Unidos lanzaron sobre la aldea de Trang Bang, a media hora de Saigón. En cuestión de segundos, el napalm de la bomba consumió la ropa de Kim y ella siguió corriendo, desnuda y horrorizada, junto con sus hermanos, para escapar del fuego.
El viernes, la niña de la foto, que hoy tiene 46 años y vive en Canadá, llegó a Argentina para participar del quinto encuentro ecuménico de la Comunidad Renovada de Evangélicos y Católicos en el Espíritu Santo (Creces), que se realizó en el Luna Park y del que también participó el cardenal Jorge Bergoglio.
Días antes, La Nación dialogó telefónicamente con Kim Phuc, que habló desde Toronto, donde dirige una fundación que trabaja con niños víctimas de guerras en todo el mundo. Durante una hora y media, Phuc contó cómo siguió su vida después de aquella foto, de las 17 operaciones que le practicaron y de las persecuciones que sufrió cuando el régimen comunista le prohibió estudiar para convertirla en el ícono propagandístico de la guerra.
También narró cómo logró escapar a Canadá y cómo se convirtió al cristianismo y pudo perdonar a quienes le causaron tanto daño. Su perdón quedó sometido a la prueba de fuego cuando tuvo que enfrentarse cara a cara con el oficial del ejército norteamericano que coordinó el bombardeo que destruyó a su familia y le cambió la vida.
-¿Cómo se siente el napalm en la piel?
-Es terrible. Causa mucho dolor. El agua hierve a 100 grados, pero el napalm llega a 800 grados. Se mete por debajo de la piel y sigue quemando. No entiendo cómo pude sobrevivir. Nos habíamos refugiado en un templo, pero los soldados vieron los aviones sobrevolando y nos dijeron que teníamos que salir. Empezamos a correr y de repente vi alrededor de mí un resplandor, el fuego quemó toda mi ropa. Mi brazo estaba ardiendo e intenté apagarlo con mi otra mano. En ese instante pensé: "Nunca más voy a ser normal".
-¿Qué sintió por quienes bombardeaban su aldea?
-Odio. Quería encontrarlos, herirlos, matarlos. Ellos tenían que sufrir más que yo. El odio es en realidad el mayor enemigo que siembra la guerra. Toma todo tu cuerpo, como un cáncer. Cuando tenía 19 años me inscribí para estudiar medicina, pero el gobierno vietnamita descubrió que yo era la niña de la foto y me prohibió estudiar. Me obligaban a hacer entrevistas propagandísticas. Llegué a odiar mi vida. Diez años después, seguía siendo víctima de la guerra. Pero todo cambió el día en que conocí a Jesús y entendí sus palabras de que debemos amar a nuestros enemigos.
-¿Se puede perdonar a quienes le causaron tanto dolor?
-Yo no podía. Pero el día que conocí a Jesucristo, dejé de preguntarme "¿Por qué a mí?" y comencé a obedecer su mandato: pude perdonar. Recuperé la esperanza y los sueños.
La hora del perdón. Kim habla con voz risueña. Resulta difícil creer que sea una persona a la que Vietnam le truncó la infancia. Cansada de no poder estudiar en Saigón, se mudó a Cuba. Allí vivió tres años, aprendió español y conoció a su esposo, Bui Huy Toan, estudiante vietnamita. Se casaron y se fueron a Rusia de luna de miel. "Sólo podíamos ir a países comunistas", explicó. Pero cuando el avión de regreso tuvo que parar en Canadá para cargar combustible, ella y Toan decidieron desertar y pedir refugio. "Siempre estuve esperando la oportunidad de irme", dijo. Desde 1992 se establecieron en Toronto.
En 1996, Kim fue invitada como oradora a un acto en Washington, del que participaron veteranos de la guerra de Vietnam. Habló sobre el perdón. Al término de su charla, una grupo de hombres se acercó. Uno de ellos lloraba sin parar. Hubo que esperar 40 minutos hasta que pudo hablar. Era John Plummer, un oficial norteamericano que había coordinado los bombardeos a la aldea de Kim.
-¿Cuál fue su reacción?
-El hombre estaba conmovido. Lloró mucho, y cuando pudo me dijo: "Lo siento mucho. ¿Usted podría perdonarme?". Instantáneamente le dije "Sí, por supuesto". Nos abrazamos y lloramos juntos. Yo había conocido el perdón, pero ese día experimenté la reconciliación. Hoy somos buenos amigos. Yo sentí que con él había recuperado a mi hermano que murió en aquel bombardeo y él dice que yo soy su hermana menor.
Una embajadora
Hoy, Kim es embajadora de la Buena Voluntad de la Unesco y la orgullosa madre de Thomas, de 15 años, y Stephen, de 11.
-¿Cómo les explicó a sus hijos lo que le pasó a la niña de la foto?
-Esa es la parte más difícil. A medida que crecían, yo recordaba mis pensamientos en el momento del bombardeo: "Nunca más voy a ser normal". Un día, cuando Thomas era muy chiquito y lo alcé, vio mi brazo. Me preguntó: "¿Mami, te duele?", y comenzó a besar mis cicatrices. Fue muy sanador.