IGNACIO DE POSADAS
Habitualmente creemos que no hay mal sin culpa, ni culpa sin culpable. Solíamos enorgullecernos de la integración social. Mirábamos alrededor nuestro, con aires de suficiencia y nos proclamábamos mejores: "en el Uruguay esto no pasa" "habrá pobres, pero no miseria y marginalidad". Pero resulta que sí la hay y creciente. ¿Quién tiene la culpa? Alguien debe ser culpable.
Los dedos suelen apuntar a entelequias fáciles de identificar, ajenas, inasibles: es la sociedad la que margina; es el neoliberalismo, los modelos, etc. Convenientes chivos expiatorios. Pero la verdad es más concreta. Si hay marginalidad, alguien la está causando y ese alguien tiene que ser bien concretito y discernible.
Las posibilidades no son muchas. La persona a quien se tipifica de marginalizado es aquella que no vive dentro de los carriles establecidos y aceptables, tanto del punto de vista económico como social. No integra el flujo económico central de la sociedad, no participa de sus manifestaciones sociales (educación formal, acceso formal a salud y vivienda) ni culturales (estructura familiar, códigos, etc.).
¿Por qué? Los causantes potenciales no son muchos y no vale escudarse atrás de categorías sin rostro, como "la sociedad", "el modelo neoliberal", etc.
Los causantes sólo pueden ser:
- los empleadores
- los sindicatos
- el Estado
- las propias personas en situación de marginalidad.
Esta corta lista no exonera la responsabilidad que otros, (nosotros) tenemos en ayudar a que esas personas que sufren dejen de hacerlo. Pero aquí ya no discutimos causas sino remedios.
Volvamos a los indagados y empecemos por decir que si bien es cierto que hay responsabilidad personal, y es estéril abordar el problema si no lo reconocemos, la cuarta causalidad posible no hace al objeto de este artículo, (en muchos casos, además, es función de las otras dos). Si marginalidad es estar afuera del cauce, ¿quién la causa (o perpetúa)? Los que no dan trabajo, los que no dejan trabajar, los que no dan educación, los que no dejan educar.
Empecemos por los primeros "indagados", los empresarios. ¿Son ellos los culpables por no dar trabajo a los marginados? El sentido común indica que un empresario dará el trabajo que precisa. Salvo que algún fenómeno externo a su empresa lo presione en sentido contrario, ningún empresario se priva porque sí de dar trabajo (si no me creen a mí, pregúntenle a Marx). Cuando un empresario resuelve no contratar personal a pesar de precisarlo, algo hay que lo inclina y ese "algo" es el costo externo asociado al empleo.
¿Cuáles son esos disuasores a tomar gente, aún cuando la empresa precisa contratar? Todos los conocemos: los costos estatales y las imposiciones sindicales.
¿Neoliberalismo cavernícola? No. Si no entendemos esto jamás saldrán de la marginalidad miles de compatriotas. Nadie está abogando por la eliminación de impuestos, de cargas sociales y de sindicatos. Pero si no se ve que ellos (y otras regulaciones burocráticas inventadas desde el Estado) son causa directa de una parte del desempleo y la informalidad (léase marginalidad) en Uruguay, jamás achicaremos el problema.
Los sindicatos no representan al trabajo, sino a una parte de los trabajadores, pero en nuestro país representan, además, una ideología, cuando no directamente a una opción política y eso hace que sus metas no se restrinjan al bienestar de sus representados, sino que abarcan también la derrota de sus enemigos ideológicos y políticos. La gimnasia apropiada para ello redunda del lado de los empleadores afectados en la más firme convicción de no tomar más gente que lo estrictamente necesario. Si no me creen vean lo que sucedió en la actividad financiera y bancaria: en el país llegó a haber más de 40 mil empleados, con buenos sueldos y jubilaciones. Hoy no deben llegar a 12 mil y la Caja Bancaria está tecleando.
La otra gran causa de la marginalidad está en la educación: su falta o lo inadecuado de su contenido. Aquí el chivo expiatorio eran los gobiernos neoliberales que no daban la suficiente cantidad de dinero. Pero hay que ser muy ciego, o muy mixto para creer en eso. Basta considerar cuatro realidades:
1) Desde 1984 el dinero para la educación pública ha ido aumentando, al tiempo que los resultados van para atrás (y en disciplina, ¡mal!).
2) En las reconocidas épocas de oro de nuestra escuela pública, los recursos económicos eran más escasos que ahora.
3) Hay países, comparables con el nuestro, que consiguen mejores niveles de educación (y por ende de inclusión social) con menos recursos.
4) Hay instituciones de enseñanza en nuestro Uruguay (y no precisamente en Carrasco) que educan infinitamente mejor que la escuela pública contemporánea, con muy pocos recursos. Y lo sé por experiencia directa.
El Estado uruguayo es el otro gran marginalizador. Si seguimos cacareando lejos del nido el número de nuestros compatriotas dejados al costado del camino, continuará creciendo.