El lector ya estará enterado de la cumbre que comenzó el lunes en Copenhague para analizar medidas contra el cambio climático. Lo que no debe haber escuchado tanto es sobre la polémica que ha estallado a nivel científico, y que pone en cuestión mucha de la literatura de catástrofe sobre el clima, con la que día a día nos atacan los medios.
Los antecedentes son conocidos. Existe un "consenso" a nivel científico acerca de que el planeta está experimentando un proceso de aumento de temperaturas, que se vería potenciado por la emisión de gases de efecto invernadero que viene haciendo la humanidad desde tiempos de la revolución industrial. De ahí ha surgido una preocupación auténtica, aunque alentada por caza fortunas que lucran con sembrar miedo, sobre qué medidas se pueden tomar para frenar el proceso. Entre ellas, se ha creado un grupo internacional de científicos apadrinado por la ONU, el IPCC, que emite recomendaciones en ese sentido.
Existe también un grupo más reducido de expertos que relativizan mucha de esta información, afirmando que los cambios de temperatura responden a ciclos naturales del planeta, y que cuestionan el rigor de las mediciones que utilizan sus colegas del IPCC para tener a la humanidad con el corazón en la boca.
Este grupo, tuvo las últimas semanas un inusitado protagonismo, cuando se filtraron una serie de correos electrónicos cruzados entre algunos de los más visibles expertos del IPCC, en el que admiten haber manipulado datos que podrían poner en duda sus predicciones. También reflejan que han tomado actitudes poco éticas para excluir de las publicaciones científicas a aquellos colegas que osaban cuestionar sus postulados. "Acabo de completar el truco de Mike [Mann] en Nature de añadir la temperatura real a cada una de las series para los últimos 20 años (de 1981 en adelante) y desde 1961 para las de Keith para ocultar el descenso", dice Phil Jones, director del Centro de Investigación del Clima de la Universidad de East Anglia, una de las más prestigiosas a nivel mundial, en uno de los mails expuestos en internet. Ocultar el descenso se refiere a eliminar datos que no encajan en las gráficas del calentamiento. Por supuesto que después de eso debió renunciar.
Una nota de El País de Madrid, donde se bautiza el escándalo como el "climagate", recoge expresiones de expertos que sostienen que Michael Mann, Phil Jones y Stefan Rahmstorf, tres de los científicos con más publicaciones en el campo, deberían ser excluidos del Panel de Cambio Climático "porque las evaluaciones científicas en las que participan ya no son creíbles".
Este escándalo suma a un creciente proceso de desconfianza acerca del fanatismo con el que muchos de estos científicos están manejando el tema. El ya célebre Lord Stern, autor de un informe terrorífico sobre el impacto del cambio climático en la economía global dijo hace poco que "toda la humanidad debería hacerse vegetariana, porque la carne es un absurdo despilfarro de agua y de emisión de gases invernadero". Otro jerarca del IPCC salió diciendo que toda persona que tenga más de un hijo está atentando contra el futuro de la humanidad. Declaraciones que exceden en mucho sus áreas de conocimiento, y que hacen pensar que más que preocupados por el clima, estos expertos están abocados a un proceso de ingeniería social muy por encima de sus cometidos.
También se ha denunciado el uso publicitario que se hace del tema. Hace poco el gobierno de Islas Maldivas realizó una reunión de gabinete bajo el agua, como forma de alertar sobre el peligro que afronta su país, si sube el nivel del mar tal cual lo anunciado. Pero un estudio del sueco Nils-Axel Mörner, que ha estudiado los cambios en el nivel del mar en esa zona, afirma que la amenaza es irreal, y que el océano en Maldivas ha bajado 20 cm desde 1970.
Más allá de la polémica, desde el punto de vista gubernamental es evidente que no se puede ignorar esta posible amenaza. Como jerarca de un país, cuando un consenso tan grande de expertos recomienda actuar ante un problema, sería de una enorme irresponsabilidad no tomar medidas. En ese sentido es de esperar que de la Cumbre de Copenhague surjan acuerdos para reducir la emisión de gases invernadero. Sin cucos, sin visiones catastróficas absurdas, y sin querer usar esto para planificar la vida de la gente. Pero mientras la ciencia se pone de acuerdo en sus vaticinios, los políticos no se pueden quedar con los brazos cruzados.