Evaluación

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Juan Martín Posadas

Muchos blancos, después de las elecciones, han comenzado a hablar de autocrítica. Lo hacen con recato, escarmentados por dolorosos antecedentes.

Hay otra dimensión evaluatoria y de autoanálisis que no implica riesgos y que es, a la vez, indispensable. Se trata de una mirada cuestionadora referida no a la coyuntura de esta elección que acaba de pasar sino a un enfoque electoral sistémico.

Nuestro país se encuentra electoralmente dividido en dos mitades casi iguales. Esto es un hecho de la realidad. Hace ya bastante tiempo se acuñó el concepto de familias ideológicas para describir la división de la sociedad uruguaya. Nunca he estado de acuerdo con ese enfoque, que refiere a otra dimensión. El planteo que ofrezco ahora se dirige a algo concreto, casi aritmético: la forma en que se reparten los votos. O sea, acá estamos hablando de un país dividido en dos electoralmente.

Esta división es inducida, en último término, por la normativa que rige desde la última reforma constitucional. El mecanismo electoral que se introdujo en dicha reforma subdivide el proceso eleccionario en varios pasos, siendo el último de ellos y culminante, el balotaje. Eso quiere decir que, excluyendo la victoria electoral en primera vuelta (caso excepcional aunque ya se haya dado) el asunto termina inexorablemente en un cotejo entre dos. El par, la división electoral en dos, más allá de cualquier consideración filosófica, es producto de las reglas electorales vigentes. Por tanto, esa situación se va a repetir en el futuro mientras esas reglas se mantengan. Sea cual fuere la cantidad de partidos, tradiciones y corrientes políticas que existan, la cosa tiene una dinámica dual y termina en un cotejo entre dos.

Las reglas electorales despiertan el ingenio de los partidos para obtener de ellas la mayor ventaja y provecho para sí. La izquierda uruguaya vio (y constató en sucesivos fracasos electorales), que funcionando a través de varios lemas o partidos perdía sin remedio todas las elecciones a las que comparecía y se privaba de cualquier posibilidad de acceso al gobierno. Decidió entonces -y logró- formar un frente bajo el cual votaran todos esos partidos, sin desaparecer ni disolverse, aunándose bajo un programa único y un candidato común. El programa único fue siempre un poco "pour la galérie", pero el candidato era -y, en cierta medida sigue siendo- común a todos. Así fue que ha ganado dos elecciones seguidas y es hoy una mitad del electorado.

La otra mitad del electorado tiene por delante imaginar combinaciones electorales que le sean representativas y favorables. De no hacerlo, de no explorar "inventos" de ingeniería electoral que le permitan moverse con éxito en las actuales circunstancias, se verá excluida, casi por definición, de cualquier éxito electoral, tanto en lo nacional como en lo departamental (en los 19 Departamentos).

Aquí se está dando un engaño: creemos que los partidos de izquierda y los partidos tradicionales juegan el mismo juego electoral con las mismas reglas. Sí y no. Se juega el mismo partido pero con distintas reglas. Los partidos de la izquierda conservan su identidad, sus espacios de influencia, sus estilos y, sin mengua de ello, votan por una misma y única candidatura. Así funciona esa mitad. La otra mitad -que conceptualmente seguirá siendo mitad por fuerza del balotaje y la lógica binaria que impone- no se ha planteado aún acomodar su conducta a la nueva realidad. Esta es la autocrítica. Queda planteada.

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