En Río se apagó el Sambódromo pero no el Carnaval

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El Carnaval de Rio terminó hoy en el Sambódromo de la "cidade maravilhosa", donde durante dos noches la fiesta más famosa de Brasil mostró que en tiempos de crisis, la creatividad y la alegría, típicas del espíritu carioca, es el mejor antídoto para encarar los temores y espantar el mal humor de los mercados financieros.

Suele decirse que "toda crisis tiene un lado positivo" y también que "a mal tiempo, buena cara".

Y eso es lo que demostraron los casi 50.000 integrantes de las escolas de samba que danzaron y cantaron al son de las batucadas por la pista, además de los más de 100.000 espectadores que se dieron cita en el "templo" del Carnaval más famoso del país, asistiendo a los desfiles durante ocho horas cada noche.

Es cierto que esta vez faltaron muchos de los tradicionales patrocinios financieros para las escolas de samba, cuyo costo promedio para sus desfiles es de unos 2,5 millones de dólares. (La excepción fue la Vila Isabel, que conmemoró en su desfile el Año de Francia y Brasil y por ese motivo, contó con apoyo de compañías privadas de ese país).

Es verdad que los precios de los materiales de las fantasías (disfraces) se dispararon a las nubes, pero también que el 80 por ciento de los materiales ya había sido comprado cuando estalló el agravamiento de la crisis global.

Y es cierto además que hubo menos turistas extranjeros en el Sambódromo y se compraron menos fantasías para darse el gusto de desfilar, al menos una vez en sus vidas, en el considerado "mayor espectáculo popular de la Tierra".

Pero ante los impactos negativos de la crisis económica mundial, los cariocas echaron mano de varias de sus mejores virtudes: la creatividad y la decisión inquebrantable de que la fiesta más querida y esperada a lo largo de todo el año en la ciudad, debe continuar.

Con ese espíritu en marcha, y afectadas por la crisis, las escolas resolvieron sortear, al menos por este año, la crisis, apostando fuerte, por ejemplo, a sus respectivas comunidades, en donde muchos moradores recibieron gratis las fantasías que en general, compran los turistas o los brasileños de dinero.

De esa forma, hubo un aumento de casi 30 por ciento en el número de desfilantes provenientes de las comunidades más pobres de la ciudad y de donde, paradójicamente, surgió la tradición del Carnaval.

La mayor participación "de gente del pueblo es buena para el espectáculo, porque la comunidad canta, salta y grita en el Carnaval con un entusiasmo que estaba faltando en los últimos años", explicó a ANSA, el presidente de la Liga Independiente de las Escolas de Samba (Liesa), Elmo José dos Santos.

"Hubo escolas que llegaron a dar gratis el 90 por ciento de las fantasías, por increíble que parezca", destacó el dirigente en alusión a una de las fuentes de ingresos económicos que van a los cofres de las agrupaciones, ya que el precio de las fantasías puede llegar a los 500 dólares, y a veces, aún más.

En ese sentido, los jóvenes Amilton Soares, de 21 años, y Dalma Neire, de 22, desfilaron por primera vez en la Beija-Flor, del municipio de Nilópolis, en la Bajada Fluminense.

"Estamos más que felices y entusiasmados. Siempre quisimos desfilar en el Sambódromo, pero no podíamos comprar las fantasías. Es como un sueño estar aquí", comentaron a ANSA antes de entrar en la pasarela para desfilar durante 82 minutos, por los 700 metros de la pista, bajo el calor de los aplausos de la platea y al ritmo de la batucada.

Las escolas también contaron con una ayuda oficial extra.

Conciente de la importancia del Carnaval carioca para el país, el presidente Lula da Silva autorizó semanas atrás la liberación de 2,6 millones de dólares, a repartir entre las 12 escolas del Grupo Especial que desfilaron por el Sambódromo para disputar el título de Campeonas, y hasta asistió a los desfiles por primera vez desde que llegó al Palacio del Planalto, sede del gobierno, en enero de 2003.

Con todos los esfuerzos sumados, el Carnaval de Rio volvió a brillar, a mostrar su esplendor y majestuosidad en la "Avenida Sapucaí" (nombre popular del Sambódromo).

Y también a demostrar que, algunas veces, la alegría es toda brasileña. (ANSA)

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