El rock en tiempo de dudas

| Por primera vez en sus 22 años, la banda de Thom Yorke pisó Argentina

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BUENOS AIRES | SEBASTIÁN AUYANET

La banda más influyente del rock contemporáneo pisó Buenos Aires por primera vez ante unos 28.000 devotos que esperaron años para verlos. Un concierto para probar que aquello de la música como fuerza removedora todavía es posible.

"La inconsistencia es la nueva consistencia". La frase, ubicada en cada uno de los stands de merchandising y atribuida a Stanley Donwood, artista y diseñador de Radiohead, le calza perfecto a la banda.

Y la carrera de Radiohead no ha sido precisamente regular: en 22 años, el quinteto de Oxford se pasó a los saltos: del éxito fugaz del "one hit wonder" al status de grupo que define una época (con Ok Computer, en 1998). De ahí al hermetismo que los definió desde el salto de las guitarras al sampler y la electrónica compleja en Kid A (2000), cuando cambiaron las coordenadas del rock contemporáneo. Esa época de buenas reseñas y pocos éxitos terminó con In rainbows, su regreso triunfal en 2007.

Con ese disco llegó una gira de conciertos -la primera que toca Latinoamérica- cuyo espectáculo fuerza con más intensidad el efecto de sus discos: un viaje constante de energía y abatimiento, dos conceptos no miscibles que sí se entrecruzan en su música.

Ahí está ese pequeño duende afectado y somnoliento que lidera la banda y se llama Thom Yorke. El escuálido cantante se calza su guitarra ante el alarido del público mientras los otros cuatro de Oxford llegan con velocidad a sus puestos. Ahí va su primer falsete en 15 step, la canción que abrió hace dos noches ese concierto que se esperaba hace por lo menos 15 años, cuando todavía muchos se hacían la repetitiva pregunta de si estábamos ante los nuevos U2.

Los siempre brumosos rumores sobre la visita a la Argentina de la banda, que nunca terminaban de concretarse ni de firmarse, se sacudieron recién en la segunda canción.

Fue cuando las cuerdas del torturador de guitarras y genio obsesivo de la electrónica llamado Jonny Greenwood pulsó el comienzo de Airbag. A partir de ahí, Radiohead pisó Buenos Aires. Y todo eso ante cientos de miradas que ya iban entre la sorpresa y la devoción.

Es que aunque Radiohead pueda ser un culto raro, sólo una palabra así explica un estallido como el de There there, el tercer tema de la noche que, aunque está en las antípodas del rock de arenga, desató un pogo que seguía el ritmo de la percusión, confirmando además que los argentinos tienen la necesidad de futbolizar hasta la tortuosa melancolía de una banda de rock.

A esas alturas, la voz de Thom sufría a todas las variaciones impuestas: el grito forzado, el soul removedor, el susurro con los dientes apretados. Todo. En vivo y a diferencia de lo que viene siendo la gira mundial, las canciones de In rainbows se mecharon con clásicos, muchos de ellos regalados al público argentino, ya que no aparecían en los repertorios de México y Brasil.

Una de las viejas canciones que Radiohead sí toca siempre comienza con una aplastante línea de bajo de Colin Greenwood. Se llama The National Anthem (el himno nacional) y habla, en pocas palabras, de gente que vive teniendo miedo. Ahí, el escenario decorado con varias líneas de luces tubulares que mutaban en una lluvia digital explotó en un rojo furioso mientras Colin Greenwood -siempre mirando a Phil Selway, un baterista preciso y efectivo- aporreaba su bajo y hacía que el cantante bailara como si hubiera que ponerle una camisa de fuerza.

Por ahí ya se habían colado dos regalos: Karma police y No surprises, también de Ok Computer. En esas canciones el que llama la atención es Ed O´Brien, un violero cuyo virtuosismo se opaca sólo porque tiene a su lado a un tipo como Jonny Greenwood. Él es quien habla, saluda, gesticula y se ría. Pareciera hasta que aún disfruta como si no se creyera lo que está pasando con su banda.

Podrían seguirse enumerando canciones e intentar describir sensaciones con la torpeza y las limitaciones de la palabra: la embestida de samples computarizados de Idioteque con Yorke a puro break dance y las 28.000 almas siguiéndolo, la perfección de Reckoner o la intensidad de Bodysnatchers; dos temas de In rainbows que en vivo ganan más fuerza. O se puede hablar también del riff de Paranoid android, todas canciones que registran una intención creativa: huir. Huir de Pink Floyd, de los Talking Heads y, claro está, de U2. En realidad, de cualquier otra banda con los que se los quiera comparar. Por su música, Radiohead se sale con facilidad del encasillamiento y llega al lugar que buscarán tocar sus imitadores cuando ellos ya vayan hacia otro lado.

Pero eso solo no justifica decir que Radiohead es una de las pocas bandas de rock que sobrevivirá a esta generación.

Eso tiene que ver con las inquietudes del grupo y lo que tiene para exteriorizar: En Karma police hay una frase que dice: "For a minute, there, I lost myself" ("por un minuto, ahí, me perdí a mí mismo"). Otra que también sonó el martes se llama How to dissappear completely (Cómo desaparecer por completo). Resulta que Radiohead tiene por lo menos diez canciones que persiguen o mencionan la misma idea: perderse. No sólo del entorno, de la sociedad o de los políticos, sino de sí mismos, una idea que se repite hasta en la remera más vendida de la banda (pone "estoy atrapado en este cuerpo y no puedo salir"). Desaparecer, alienarse. Es probable que en una época de tanta esquizofrenia, ansiolíticos y crisis de identidad, Radiohead sea el grupo que mejor comunica un sentimiento que forma parte de esta generación. Pero a diferencia de otros, ninguna de sus ideas es comunicada desde la certeza, sino desde la misma sensación de duda que comparte la chica que está cantando ese verso de Karma police en el Club Ciudad. Identificarse no es complicado cuando la música de Radiohead -potente por momentos, épica y moderna en otros- hace efecto.

Toda esta catarata de conclusiones cierra cuando el concierto va terminando. En cinco minutos, Radiohead va a regalar el clásico Creep, una canción que también habla de esa imposibilidad de ser normal. Pero antes todo el estadio cantará y bailará con el beat de Everything is in the right place, otro tema que también dice mucho con poco: todo está en su lugar adecuado. En Buenos Aires pareció que era imposible no coincidir con eso.

Una previa a puro baile semihumano

De la formación original de Kraftwerk sólo queda Ralf Hütter, pero como buenos hombres-robot que son, los precursores del género krautrock no tienen piezas fundamentales cuando ya existen las canciones y las computadoras que ejecutan pistas.

Delante de una pantalla con animaciones anacrónicas, como generadas para un juego de Atari o Nintendo, y apenas valiéndose de una mesa y una notebook para cada componente, los cuatro alemanes ambientaron la previa a la entrada de Radiohead con un concierto que en sí mismo fue aleccionador y hasta irónico. Sucede que mientras la vanguardia del rock y el pop jura haberlos redescubierto y afirma sentirse influida por las composiciones mecánicas y sombrías del grupo, Kraftwerk presenta su show como si los años setenta todavía no se hubieran terminado.

Triunfaron entre la gente las piezas más conocidas: Autobahn, Tour de France, Trans Europe Express y Radioactivity. Mensch Machine fue el tema que abrió el show de una hora y poco más de efectos, baile de a ratos y proclama robótico-humana.

Todo eso llegó al clímax en el final, cuando el grupo apareció en trajes anatómicos con luminosas verdes que brillaban como neón. We are the robots y Music non stop dejaron al público elevado, después de ver a una verdadera leyenda de la música.

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