Luciano Álvarez
Las mejores novelas de espionaje son británicas. Es lógico, hay grandes escritores, conocimiento de causa y material en abundancia. Graham Greene confesó que fue comunista por cuatro semanas: "Fue como un juego e intervino en ello un buen amigo mío, que después fue un verdadero comunista." Se refería a Kim Philby el más célebre los espías soviéticos.
En 1979, Margaret Thatcher hizo público un secreto, guardado durante 13 años: El anciano Sir Anthony Blunt, ilustre historiador del arte y conservador de las pinacotecas reales, había sido un espía soviético a lo largo de varias décadas.
Apelando a una trillada grandilocuencia podríamos decir que el Reino Unido quedó estupefacto ante esa noticia. Sin embargo, el país ya estaba curado de espanto. En 1951 se supo que Donald Maclean y Guy Burgess, dos prominentes figuras del Foreing Office y los servicios secretos británicos, eran espías soviéticos. Se fugaron a Moscú.
En 1963 Kim Philby, otra figura relevante del servicio secreto, también huyó a Moscú. Era el tercer hombre de lo que comenzaba a llamarse "el Circulo de Cambridge". "Los tres" se convirtieron en cuatro cuando saltó el nombre de Sir Antonhy Blunt. Luego vendría un quinto.
En 1990, el doble agente Oleg Gordievski publicó "KGB: La historia interna", un libro donde denunció que John Cairncross, otro destacado miembro de los servicios británicos -también de Cambridge-- era el quinto hombre. Entre 1941 y 1945, suministró 5.832 documentos a los soviéticos. Es probable que la cifra de cinco sea provisoria.
Como en el caso de Blunt, se trataba de una novedad para el público, pero no para los servicios secretos. El conservador de las pinacotecas reales había sido desenmascarado en 1964 y Cairncroos, más temprano aun, en 1951.
Sin embargo ambos mantuvieron una vida normal -y profesionalmente exitosa-- durante muchos años. Cairncross se trasladó a Roma, donde trabajó para la FAO, la Organización de las Naciones Unidas de la Agricultura y la Alimentación. Al jubilarse se instaló en el Sur de Francia. Luego volvió a Inglaterra, donde murió en 1995, a los 82 años.
La historia de George Blake, otro infiltrado de primer nivel, fue algo diferente. En 1961 fue atrapado y condenado a 42 años de cárcel, pero en 1966 se escapó de una prisión de máxima seguridad y pudo llegar hasta Moscú donde vive desde entonces, con una jubilación de ex miembro de la KGB.
En 1990 la editorial Jonathan Cape de Londres publicó su autobiografía, "No other choice, ("Sin otra opción"). Michael Heseltine, el viceprimer ministro del gobierno Thatcher, dijo entonces que era "deprimente que una persona que ha enviado a tantas personas a la muerte pueda sacar provecho de ello". Entonces se tomó la decisión de confiscar sus derechos de autor. Blake llevó el caso hasta el Tribunal Supremo, que falló a su favor, autorizándole a percibir íntegramente los abundantes beneficios de su libro autobiográfico. No contento, fue con su querella hasta la Corte Europea, que condenó al gobierno inglés a pagarle 7.000 euros en concepto de indemnización e intereses. En 2007, al cumplir 85 años, Blake fue galardonado con la "Orden de la Amistad", de manos del entonces presidente ruso Vladimir Putin.
Melita Norwood era una "anciana encantadora", según sus vecinos de Bex-leyhead, al Sur de Londres. Viuda desde 1986, madre, abuela y bisabuela, causó sorpresa, cuando en 1999 salieron a la luz sus cuatro décadas dedicadas al espionaje soviético. Había trabajado de secretaria en la Asociación Británica de Investigación en Metales no Ferruginosos, con acceso a documentos confidenciales sobre el programa nuclear. También en este caso los servicios secretos estaban al tanto de sus actividades desde 1992.
Melita Norwood fue descubierta por el académico de la Universidad de Cambridge, Christopher Andrew, en el transcurso de una investigación sobre el disidente soviético Vasili Mithokhin. Este ex oficial del KGB escapó de Rusia con archivos secretos entre cuyos documentos aparecía el vocablo español "Hola", que Andrew identificó como su último apodo profesional. Sin embargo, argumentando su avanzada edad, el ministro del Interior, el laborista Jack Straw, no quiso iniciar trámites judiciales o someterle a un interrogatorio oficial, a pesar de las protestas de la oposición que exigía un castigo acorde a los "40 años de continua traición".
Melita Norwood se presentó ante los medios y dijo que había sido espía por convicción ideológica y no por dinero: "En las mismas circunstancias sé que hubiera vuelto a hacer lo mismo". Falleció tranquilamente el 2 de junio de 2005.
Estas historias que empalidecen cualquier relato de ficción, se iniciaron todas en la década del treinta, cuando los servicios secretos de la Unión Soviética planearon infiltrar el sistema de inteligencia británico.
Ningún reclutamiento fue hecho al azar. Los candidatos debían ser universitarios brillantes y pertenecer a los sectores altos de la sociedad. El proceso de captación comenzaba, lógicamente por la ilusión del comunismo soviético y la indignación ante el fascismo. Luego de ser cuidadosamente cultivados y evaluados, se convertían en topos y borraban toda traza ideológica en su conducta.
Era importante que fueran insospechables de abrigar ideas de izquierda y ser capaces de hacer carrera diplomática o en los servicios secretos. Según los estándares de la época, Maclean, Burgess y Blunt, aristócratas y abiertamente homosexuales, estaban en el extremo opuesto de la imagen de un agente soviético. Philby era hijo de uno de los más respetados miembros del servicio exterior y pasaba por ser un derechista radical. George Blake era hijo de un próspero judío sefaradí que había luchado contra el Imperio Otomano y fue condecorado por franceses y británicos por su valentía.
Junto a la sofisticada red integrada por graduados de Cambridge, hubo al menos otra, la llamada "Green Ring" que reclutó ciudadanos británicos comunes. A este grupo pertenecía Melita Norwood. Estudió latín y lógica en la Universidad de Southampton y en 1936 se afilió al Partido Comunista. Su marido también era comunista, pero no espía.
Los detalles de los secretos traficados es probablemente lo menos interesante de estas historias. Sin embargo, resulta fascinante tratar de escrutar al menos un poco, el alma, la cabeza y las emociones de esa gente capaz de vivir dos vidas a lo largo de cuarenta años; creo que las novelas y menos aun las películas apenas las iluminan; menos aun los historiadores.
Emerge también otra inquietante fascinación. Descubrimientos recientes, como la historia de África Las Heras, espía soviética, escudada en un casamiento con el insospechable escritor uruguayo Felisberto Hernández, demuestran que nuestras costas no han sido ajenas al tráfico de espías. Entonces, ¿Cuántos agentes dobles habrán transitado en medio de nuestra confianza durante los años de la Guerra Fría? ¿Cuántos eventos políticos y sociales han sido el producto del helado ajedrez de los agentes de la CIA, la KGB o el MI6?