El regreso de un gran maestro

| Solís. El director indio dará mañana un único concierto con la Filarmónica de Israel

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ALEXANDER LALUZ

Una figura imponente entró con paso decidido a la conferencia de prensa. Se sentó. Habló con soltura, buen humor. No escatimó opiniones. Habló de todo. Una leyenda de la dirección orquestal rompía con las frialdad de los protocolos.

Era Zubin Mehta, pero no en Nueva York o Munich. La cita fue en un hotel céntrico de Montevideo, varias horas antes de su presentación con la Filarmónica de Israel en el teatro Solís, hace cuatro años. La prensa, era de esperar, se vio intimidada ante su presencia. Pero el protocolo pronto cedió el lugar a la espontaneidad. Y así ocurrió también en el recordado concierto, donde orquesta y director, pese a lo fugaz de la visita, dejaron toda su calidad musical en el escenario, reconfirmando el porqué de sus prestigios.

Mañana, la cita se repite. Cumpliendo con su tradición, de alternar cada año los destinos de sus giras internacionales, esta vez la orquesta israelí, con sus 121 integrantes, y su director titular y vitalicio vuelven a Latinoamérica. La programación se inició el pasado 8 de agosto en Brasil. Luego, recalaron en Chile, Argentina. Y mañana, iniciando el tramo final del tour, cruzarán el Río de la Plata para tocar a las 20 horas en el teatro Solís, y el domingo regresarán a Argentina para dar las últimas actuaciones previstas en el vecino país.

Para la gira se han alternado tres programas diferentes, con una selección de obras de repertorio. En Montevideo, la propuesta sinfónica reunirá a Richard Strauss y a Beethoven. Dos extremos del siglo XIX. El primero, llegará de esa fértil y modulante transición hacia el siglo XX, donde los modelos formales tradicionales experimentaron profundas transformaciones. Las obras que se revisitarán son Don Juan, Op. 20, y el bello poema sinfónico Las alegres travesuras de Till Eulenspiegel. Y Beethoven llegará desde los gérmenes estéticos del romanticismo, en los albores del XIX, con un título obligado: su Sinfonía N°7 Op. 92. Una obra que a pesar de la ingente cantidad de versiones que ha tenido, siempre revela nuevos y conmovedores detalles. Mucho más en manos de la virtuosa sociedad de Mehta y la Filarmónica de Israel.

No faltará quien cuestione la emoción y la expectativa del público o el interés de la crítica por este concierto. Que es una propuesta elitista. Que seguramente atraerá sólo a la comunidad israelí en Uruguay. Que el programa no tiene mayor interés ("otra vez más de lo mismo"). O, en el otro extremo, que Zubin Mehta ya no tiene demasiado para decir, y todo se agota en el brillo que tiene su nombre en las marquesinas del mundo de la dirección orquestal. Quizás esos pensamientos, que aquí, vale aclarar, están expresados en forma caricaturesca, tengan algo de razón.

Mehta es un clásico. Y hoy, cuando acaba de cumplir 73 años, nadie lo discute. Y es, además, como se ha reconocido en algunas reseñas de sus presentaciones en Argentina y Chile, un director muy popular. Pero su prestigio en el ámbito musical, así como su proyección masiva, no sólo está apoyada en aquella serie de conciertos junto a las voces de Placido Domingo, José Carreras y Luciano Pavarotti.

Su historia personal y musical, arranca en su infancia en el entorno de una familia zoroastrista parsi, en la India. Con su padre, el músico Mehli Mehta, fundador de la Sinfónica de Bombay, inició la formación musical que luego, a partir de los 18 años, completó en Viena junto Hans Swarowski. En aquellos años, a comienzos de la década de 1950, Mehta se integró en la capital austríaca a una activa generación de músicos, entre los cuales estaban Daniel Barenboim y Claudio Abbado.

Tras su debut como director, en 1958, en esta ciudad histórica, su carrera despegó de forma meteórica. Las principales orquestas se lo han disputado para sus temporadas, giras, y mucho más para tenerlo como director titular o estable. Privilegio que sólo llegaron a tener la Sinfónica de Montreal por 6 años, la Filarmónica de Los Angeles por más de una década, la Filarmónica de Nueva York desde 1978 a 1991, o la Filarmónica de Israel, a la que dirige desde 1968 y de la que actualmente es, en un caso muy poco común, su director vitalicio.

Su pasión y vocación por la música sinfónica y la ópera -esta última que lo une, desde los años noventa, casi en exclusiva con Florencia y Munich-, también ha estado asociada a un compromiso social y hasta político. Muchos de los proyectos en los que se ha embarcado tuvieron como eje la tensión cultural entre oriente y occidente, así como un interés manifiesto en restablecer los lazos entre comunidades separadas por el horror de la guerra o los genocidios. Muestras de ello son el concierto en Madrás, en septiembre de 2005, organizado en solidaridad con las víctimas del maremoto que el año anterior había azotado el océano Índico, o el concierto de agosto de 1999 en la ciudad de Weimar, reuniendo a la Filarmónica de Israel con la Sinfónica de Baviera para hacer la Sinfonía N°2 Resurrección de Gustav Mahler. En estos y otros conciertos, Mehta ha fundido su especialización en los lenguajes románticos y posrománticos con la idea de que los conciertos pueden ir más allá del disfrute estético. Algo que, además de acercarlo a proyectos como el de Barenboim y Edward Said, sintoniza con la idea de que la difusión de un repertorio puede movilizar contenidos y símbolos de mayor densidad cultural. Puede ser discutible. Pero cuando la calidad técnica y expresiva es homenajeada en ese contexto -tal como ocurre con Mehta y esta orquesta- merece una atención especial.

En la vorágine de una agenda

Esta gira que la Filarmónica de Israel está realizando por América Latina, al igual que la de hace cuatro años, está marcada por una agenda muy apretada. Mañana la orquesta llega a Montevideo, toca a la noche y al día siguiente sigue viaje para Argentina y nuevamente Chile.

Zubin Mehta, por su parte, este año ha cumplido con una programación igualmente exigente. En abril, celebrando su 73 cumpleaños, dirigió a la Orchestra del Maggio Musicale Fiorentino en varios conciertos sinfónicos, que fueron elogiados por la crítica y ovacionados por el público, y ratificaron la seriedad, la pasión y la técnica con que el director indio aborda repertorios sinfónicos y operáticos. Esta programación en Italia continuó hasta julio, y a la vez inició con la Filarmónica de Israel una intensa serie de actuaciones en Tel Aviv y en Jerusalén, con el mismo tono estético de los conciertos que ahora brinda en nuestro continente. En junio el panorama fue igualmente exigente, con varias presentaciones en el Palau de les Arts de Valencia, España.

Semejante agenda no sólo es signo del estatus de un director, sino de la calidad de un especialista en la dirección, que puede abordar repertorios más populares como los más "cultos".

La palabra del director

El Mercurio I Magaly Arenas

1 Maestro Mehta, ¿qué tiene en mente cuando trabaja con la orquesta? ¿Qué lo guía?

El mensaje del compositor. El principal objetivo es transmitir lo que yo comprendo de lo que el compositor escribió en la partitura. Lo que yo interpreto de lo que él escribió, y para ello tengo que comprenderlo profundamente.

2 ¿Cuál fue la enseñanza más importante que recibió de su profesor, Hans Swarowski?

La disciplina, disciplina musical, y el modo de analizar las partituras e interpretar la escritura de los compositores. La información que obtenemos de los compositores es muy importante para poder luego traspasársela a la orquesta.

3 Nadamos, flotamos juntos. Nos inspiramos mutuamente. Es un trabajo maravilloso entre colegas, trabajando juntos.

Sus relaciones profesionales han sido siempre largas: 40 años con la Filarmónica de Israel y 13 años con la Filarmónica de Nueva York. ¿Usted no abandona las orquestas, o son ellas las que no lo abandonan a usted?

4 Usted pareciera ser una persona de buen carácter, pero ¿qué lo hace enojarse durante un ensayo?

Ah, no, eso no es justo, porque de hecho soy un director bastante democrático. En ocasiones me enojo cuando siento que los músicos no están prestando atención, pero nunca por razones musicales, porque los músicos son de tan alta calidad que si algo sale mal uno tiene que inspirarlos y animarlos para que toque mejor. Hay veces, cuando algunos no están concentrados, que me hacen enojar, pero eso no sucede a menudo.

5 ¿Qué diferencia a la Filarmónica de Israel de otras orquestas?

Especialmente el hecho de que sea una cooperativa, lo que significa que sus miembros son accionistas y que no hay un directorio. El directorio es la orquesta misma. Tenemos un directorio público que a veces recauda fondos. Recibimos poca ayuda de subsidios de parte del gobierno.

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