REBAR
En Estados Unidos de América, Gran Bretaña, Alemania y España existen hoy -y aumentan año tras año, desde hace veinte-, grupos de gente muy evolucionada dispuestos a eliminar del diccionario conyugal, dos palabras que sólo sirven -en su convicción- para desestabilizar la relación entre los matrimonios y, asimismo, los practicantes del concubinato: hipocresía e infidelidad.
Según detalla la periodista Brenda Focas en nota para "Perfil", en edición del 23 de agosto ppdo., esos núcleos adoptaron el poliamor, un colosal invento que permite a un hombre y una mujer (con o sin libreta del Registro Civil) ensayar el amor abierto (con orificios de entrada y salida) alternándolo con el compromiso legal y, también, con la muy de moda relación de pareja, aceptando la participación (puede cambiarse este vocablo por colaboración, en ciertos casos) de una tercera (o un tercero) que venga a ubicar una nota renovadora en la habitualidad sexual que, incluso, contribuiría a mantener la ironía en alcobas hogareñas y habitaciones alquiladas, sin riesgos de hastío... o de fallas en la sintonía... o en las frecuentes cefaleas femeninas a la hora de dar las cartas del truco y el retruco, que tantas veces interfieren en la felicidad del género humano.
De acuerdo a las afirmaciones de predicadores y cultores del poliamor, éste ayuda al individuo a no caer en la hipocresía que aflora cuando debe ocultar una infidelidad: y, además, el poliamor aumenta sensiblemente la dosis de tolerancia que, si se quiere de verdad, hay que tener con el otro (u otra). Hay más sinceridad y amor en el acto de llegar de noche a casita confesando el motivo de una tardanza en toda su dimensión auténtica, que simulando una fatigosa e interminable jornada laboral, de esas que dejan al tipo completamente agotado. Cuánto más sano que acudir al teleteatro del agotamiento, es decirle a la esposa:
-Vengo radiante, querida. Esta tarde tuvimos un encuentro todo terreno con Fulanita -tu amiga del alma- que te manda saludos y te felicita por el Superman que tenés de marido.
Añade Brenda, la periodista, que en su ronda de entrevistas sobre el tema, conoció a Marina (que protegió irreductiblemente el apellido) quien definió más o menos así su adhesión a la innovadora modalidad: "Para mí es más fácil vivir día a día con la libertad de formar relaciones, y poder compartir todo con mi marido. La última vez que estuvo con una mujer sus ojos brillaban, y lo bueno es que se sentía bien por poder hablar conmigo en ese momento especial". Sería lamentable recibir al esposo, gritándole a la cara la infamante sospecha:
-Venís contento, ¿eh?... ¡Ya estuviste con la otra!
Y algo peor, todavía: que el tipo... el hipócrita... el infiel... tratara de defenderse, parapetado detrás de una letra de tango que es una obra maestra del terror; y cantara, con voz temblorosa y dramática desafinación: "Yo no sé quién es la otra/ si mi vida está en tu amor./ ¿Dónde puede estar la otra/ si no en tu imaginación?
Yo sentía sincera estima por el autor, Lito Bayardo: pero, después de "Con la otra" le retiré el saludo.