La soledad de Albert Camus

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Luciano Álvarez

El lector que intime con las 697 páginas de la biografía de Albert Camus (1913-1960), escritas con precisión filatélica por Herbert R. Lottman, no puede sustraerse al impacto que producen la consistencia moral y la honestidad del escritor argelino. Una consistencia moral construida trabajosamente, no desde el aislamiento de la clerecía intelectual, sino desde la pasión del mundo. El filósofo español Fernando Savater lo definió como un "radical humanista de la política en tiempos especialmente inhumanos."

Durante la Segunda Guerra, apenas iniciada la liberación del territorio francés y particularmente luego de la liberación de París (agosto de 1944) se inició la "depuración", esto es, la persecución de los colaboracionistas, aquellos que en grado diverso habían cooperado con el ocupante nazi. En las primeras semanas, especialmente hubo episodios de violencia incontrolada, algunas obvias injusticias "y, sobre todo, desigualdades en el tratamiento de los acusados. Hubo ejecuciones sumarias, vejaciones y tratamientos infamantes, como el rapado al que se sometía a las mujeres acusadas o simplemente sospechosas de haber tenido relaciones sentimentales con los ocupantes." (Lottman)

Camus, que había sufrido por el asesinato, la tortura y la deportación de muchos de sus camaradas de la Resistencia, se ocupó del tema en varios editoriales del diario "Combat": "¿Quién se atrevería a hablar aquí de perdón?, escribió furioso el 30 de agosto de 1944.

El escritor católico Francois Mauriac (1885-1970), que también había formado parte de la Resistencia cuestionó los hechos desde sus editoriales en "Le Figaro" y en particular le respondió a Camus abogando a favor de la caridad y la reconciliación nacional aun a costa de perdonar a muchos colaboracionistas.

A lo largo de varios meses la esgrima editorial entre ambos escritores fue sólida y fuerte. Mauriac se agraviaba, e incluso se burlaba del uso que el no creyente Camus hacía del lenguaje de la teología cristiana y le acusaba de despreciar la caridad; Camus respondía que "un cristiano podrá pensar que justicia humana se suple por medio de la justicia divina y que por consiguiente es preferible la indulgencia, pero que considere el Sr. Mauriac el conflicto en el que se hallan quienes ignoran la sentencia divina y conservan no obstante, la fe en el hombre y la esperanza de su grandeza. Les queda callarse para siempre o convertirse a la justicia de los hombres. Esta no puede producirse sin desgarros. Pero ante cuatro años de dolores colectivos, que han seguido a veinticinco de mediocridad, ya no es posible la duda. Y hemos optado por asumir la justicia humana con sus terribles imperfecciones, preocupados solamente por corregirla con una honestidad desesperadamente mantenida."

La discusión subió de tono, el distanciamiento entre ambos hombres se acentuó y se hizo irreversible, aunque Camus admitiría más tarde "que se habían dicho tonterías por una parte y por otra". Incluso en 1948 terminó por darle la razón a Mauriac.

Sin embargo Camus -aunque de joven fue comunista- y Mauriac estaban entre los escasos intelectuales que no habían coqueteado, ni lo harían, con ningún totalitarismo ni ingeniería social: "El fin no justifica los medios nada más que si la diferencia de importancia recíproca es razonable. Se puede enviar a Saint-Exupery a una misión mortal para salvar un regimiento, pero no se puede deportar a millones de personas y prohibir todas las libertades con vistas a un bien futuro", razonó en 1946, cuando buena parte de sus amigos se dejaban seducir por la Unión Soviética.

Un año antes, en enero de 1945 había sido junto a Mauriac, uno de los pocos intelectuales que firmaron una petición para evitar la ejecución de Robert Brasillach; también lo hicieron Jean Cocteau, Paul Valery, Jean Anouilh y Colette.

Brasillach, escritor, dramaturgo y periodista era un intelectual tan brillante como despreciable. Consideraba al fascismo como "la verdadera poesía del Siglo XX" y desde el periódico colaboracionista Je suis partout había sido unos de los líderes intelectuales de la colaboración con los nazis.

Camus despreciaba a Brasillach, cuenta Lottman, porque "había incitado a las violencias y a las mutilaciones infligidas a sus amigos, jamás había solicitado clemencia alguna para los escritores de la resistencia." Sin embargo firmó; no para salvar al intelectual sino porque se oponía a la pena de muerte, en cualquier circunstancia.

De todos modos Brasillach fue fusilado el 6 de febrero de 1945. En todas la encrucijadas y durante el resto de su vida Albert Camus, creería, por sobre todo en aquellos individuos "que no trabajaban para ninguna utopía, sino movidos por un realismo honrado". Por eso se opuso con insistencia a la noción de responsabilidad colectiva. Si bien criticó al Papa Pío XII, porque pensaba que había guardado demasiado silencio frente al terror nazi, se indignó, y de ello dejó constancia en Combat, cuando algunas voces de izquierda murmuraron que los monasterios habían sido guaridas del colaboracionismo y dio testimonio de la activa participación de la Resistencia en el seno de la Iglesia Católica.

Albert Camus había elegido asumir sus convicciones morales sin coartadas, combatir el silencio y el miedo, defender el diálogo. Por eso, un día de 1948, llegó hasta el monasterio de los dominicos en París y pronuncio una conferencia sobre el tema "El no creyente y los cristianos".

Se dirigía a los católicos como "hombre que comparte vuestras convicciones", que no pensaba que la verdad cristiana fuese una mera ilusión, simplemente no podía compartirla. Desde su perspectiva de no creyente sostuvo que los cristianos estaban obligados a hacer oír más su voz, de lo contrario, los cristianos vivirían, pero el cristianismo moriría. Su mirada desde fuera de la fe, es conmovedora: "Por otro lado, aunque sepa poco de esas cosas, tengo la impresión de que la fe es menos una paz, que una esperanza."

Cuenta Lottman que al salir del monasterio se encontró con un viejo amigo de la Resistencia; de hecho había sido el propio Camus quien lo había incorporado a Combat. Conversaron brevemente, pero aquel viejo camarada mostraba una actitud reservada, "por no decir hostil". Camus registró y comentó aquel encuentro:

-¿Es Ud. Marxista ahora? Le preguntó Camus

-Sí

-Se convertirá entonces en un asesino

-Ya lo he sido.

-Yo también, pero no quiero serlo más.

-Ud. fue mi padrino

-Mire, -concluyó Camus- el problema real es el siguiente: pase lo que pase yo lo defenderé siempre contra los fusiles de la ejecución. Ud., se verá obligado a aceptar que se me fusile. Piénselo.

-Lo pensaré.

"Insoportable soledad. Puedo creer en su realidad, pero no me puedo resignar", concluyó Albert Camus.

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