FREDDY FERNÁNDEZ CARRANZA
Nostalgia, padecimiento, riesgo y la dureza de un ambiente hostil y una guerra ajena, son los ingredientes que pautan la vida de los soldados uruguayos en las misiones de paz, todo por un dinero extra.
Lejos de la patria, por unos dólares que permitan hacer un cuarto nuevo, ampliar la casa, comprar un terreno, cambiar el auto, o, en el más frívolo de los casos, disfrutar de breves vacaciones junto a la familia, miles de soldados y oficiales parten rumbo a las misiones de paz, esa industria sin chimeneas con que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) agració a las Fuerzas Armadas uruguayas.
Desde 1935 en Cachemira, cuando se despachó a aquellas exóticas tierras el primer grupo de observadores al servicio de las Naciones Unidas, los soldados uruguayos han debido arreglarse para convivir con la separación familiar y el peligro de una guerra no siempre comprendida.
Una décima parte de los efectivos en actividad de las Fuerzas Armadas permanecen actualmente fuera del país en misiones de pacificación o como observadores de la ONU.
Hasta ahora, miles de soldados y oficiales han participado en estas misiones que cada gobierno sucesivo confirma y estimula como medio de perfeccionamiento de efectivos, además de ser una lucrativa fuente de ingresos para el país y una válvula de escape para la comprometida situación económica de los militares.
En los últimos cinco años, unos US$ 100 millones han ingresado al país por la participación de sus soldados en estas tareas, dijeron a El País fuentes militares.
Pero, como toda actividad militar, conlleva el riesgo de la profesión misma. En cada despedida, militares y familiares intentan no pensar que puede ser la última vez que vean con vida a su ser querido. Allá lejos de sus seres queridos, dan lo mejor de sí, en naciones pobres, donde la paz es una palabra cuyo significado no todos comprenden.
Pocas horas después de la tragedia que cobró vidas de uruguayos y jordanos, este periodista dialogó con el coronel Raúl Gustavo Passarino, jefe del Batallón Uruguay 1, quien en su condición de oficial superior con mayor antigüedad en el grado, es el jefe de nuestras tropas en Haití.
Tras aportar datos primarios de la tragedia, que permitieron escribir la crónica de la víspera (domingo) el militar compatriota se comprometió, vía correo electrónico, a aportar más datos. La respuesta se demoró porque reconoció que hay imponderables que no se pueden manejar en un país como Haití como la energía eléctrica y el acceso a Internet.
CONGOJA. Passarino, al hablar de la tragedia, señaló que "la noticia del accidente ha calado hondo en todo el personal de las Fuerzas Armadas. Si bien uno cuando expresa su voluntad de participar en este tipo de operaciones sabe que puede experimentar un accidente, cuando ello ocurre, produce todo tipo de sentimientos y reacciones, fundamentalmente de dolor e impotencia".
Es consciente el militar que, en estas circunstancias, "debe surgir el liderazgo de quienes comandan las tropas, no solo para dar el consuelo por la pérdida de los camaradas, sino para hacerlos comprender que es parte de nuestra profesión. Vivimos a diario con el peligro de un ataque, un accidente o un contratiempo como puede ser una enfermedad. De la fortaleza de cada uno de los compatriotas es que vamos a salir adelante, no le quepan dudas", sentenció el militar.
Después del trágico accidente, entre las fuerzas uruguayas desplegadas en Haití impera "la moral en alto para seguir cumpliendo la misión asignada, pero, también, es notoria la congoja por la pérdida de seis camaradas compatriotas", anotó Passarino.
A inicio del año 2004 y luego de haberse determinado que la situación en Haití seguía constituyendo una amenaza a la paz y la seguridad de la región y actuando en virtud del Capítulo VII de la Carta de las Naciones Unidas, el Consejo de Seguridad, en su resolución 1542 decidió establecer la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (Minustah).
el deber. Los cascos azules han participado de la Minustah desde sus inicios y continúan hasta hoy con el mismo ímpetu, las mismas ganas, viéndose en cada rotación semestral de contingente la satisfacción del deber cumplido en las caras de todos los soldados que regresan a nuestro país. "Muchas cosas buenas y malas han sucedido, alegrías y tristezas, viendo asimismo a lo lejos como nuestro país también va cambiando minuto a minuto, esperando ese anhelado momento en que las ruedas del avión toquen suelo patrio y los soldados se vuelvan a encontrar con sus seres queridos", aseguró Passarino.
Según el militar, los uruguayos han entrenado duro para llegar a un país muy golpeado desde muchos puntos de vista, viendo como la seguridad, la pobreza extrema y la violencia, caminan sobre una delgada línea roja.
Liderazgo: En estas circunstancias los oficiales esperan que surja el líder en la tropa.
UNA VISIÓN LOCAL DE LA TRAGEDIA
La tragedia se vio reflejada en crónicas de diarios del interior. La Unión, de Minas, donde la familia del piloto José Ignacio Larrosa es bien conocida, recordó que el fallecido aviador es hijo de un militar de carrera y una maestra de escuela. Su niñez transcurrió en Treinta y Tres, Minas, Colonia y Mercedes, donde tuvo destino en el Ejército su padre, el Tte. Cnel. Bolívar Larrosa, oriundo de la localidad de Charqueada, al igual que su esposa y madre del piloto, Adela Píriz. También en la etapa liceal, Larrosa fue de ciudad en ciudad con su familia, pasando por Montevideo, nuevamente Treinta y Tres y Minas, donde concluyó sus estudios secundarios antes de ingresar en 1992 a la Escuela Militar de Aeronáutica, de la que egresó en el año 1996.
Fue por esos días en que conoció en la capital serrana a María Isabel Pérez, con quien formó una familia para recibir hace siete años a su única hija, María Victoria.
En 1997 Bolívar Larrosa se retiró del Ejército y junto a su esposa se radicó en Treinta y Tres, aunque a la maestra le tocó ejercer su profesión como directora en la escuela de Lascano, en Rocha hasta este año en que logró el cargo de directora en la escuela 9 de la localidad de Charqueada, en la que la familia se reunía cada vez los períodos de licencia lo permitían.
A su egreso de la Escuela el capitán aviador José Ignacio Larrosa Píriz se radicó con su esposa en Montevideo donde estaba su actual destino, en la Base Aérea 1, en el escuadrón de Transporte, como piloto comandante. Esperaba en 2010 ascender al grado inmediato superior.
Crónicas de Mercedes se ocupó de destacar que el aerotécnico Enrique Montiel Ludueña era nacido en Dolores, Soriano. Al respecto, recordó que Enrique Alejandro, de 32 años, nació en Barrio El Chaco y siendo niño junto a su familia se trasladó a Las Piedras. En esta ciudad su padre Alejandro Montiel cumple tareas como Sargento en el destacamento de Bomberos. Allí también están su madre María Rosa Ludueña y sus hermanos Ruben (30), Eder (25), Viviana (20) y Matías (14).
A los 16 años, Enrique ingresó en el Liceo Militar y luego continuó sus estudios en la Escuela Técnica de Aeronáutica, de donde egresó en 1994. Estaba casado con Rosa Bentancor y tenía una pequeña de 3 años, de nombre Melina. Ya había cumplido una misión en el Congo y había llegado a su nuevo destino en Haití a mediados de septiembre de este año.
Durante todo el fin de semana hubo gran consternación en la ciudad de Dolores, donde residen sus abuelos Julio Montiel y María Josefa Correa, como así también sus tíos y primos. Estos recordaron que pocas semanas atrás, antes de partir en misión, Enrique estuvo visitándolos.