Ayer los uruguayos no sólo acudieron a las urnas a testimoniar su voto. También aprovecharon la jornada soleada para compartir un asado con amigos o pasear por la feria del barrio.
Desde temprano las calles de la ciudad eran el escenario en el que militantes o simpatizantes de los partidos lucían con entusiasmo sus colores predilectos. Otros optaron por decorar sus vehículos con emblemas partidarios o imágenes de alguna de las fórmulas presidenciales, para luego pasearse por las principales avenidas de Montevideo. Incluso, las clásicas ferias de los domingos tuvieron su público al igual que algunos medio-tanques y bares.
Así, más allá de la importancia de la jornada electoral, muchos uruguayos vivieron el día como una ocasión para juntarse con la familia, asado mediante, y aguardar los resultados electorales que ofrecerían los canales de televisión a la noche.
Edgar, un jefe de familia que trabaja en Pluna, comentó que el día de ayer era como "cualquier otro domingo" y esperaría con los suyos el desenlace por la televisión o internet luego de votar en la escuela Estado de Israel de San José de Carrasco. Su expectativa, sin éxito a la luz de los porcentajes develados anoche, era de que la elección se termine en primera vuelta por su "salud mental".
En calma. En ese circuito como en otros que recorrió El País, se podía ver cómo convivían los activistas de distintos partidos instalados con sus pequeñas mesas con listas. Afuera de algunos centros de votación se habían dispuesto algunas mesitas sólo con papeletas blancas y rosadas para conseguir el apoyo de los votantes no frentistas a los plebiscitos por la anulación de la ley de Caducidad y el voto epistolar.
En cualquier caso, los funcionarios de las mesas, los delegados partidarios y los votantes coincidieron en que la jornada transcurrió en calma.
Eso, más allá del fastidio de algunos votantes por la espera que tendrían que soportar por lo largo de la "cola" en la que se encontraban.
En tanto y ya sobre el mediodía los titulares de mesa se las ingeniaban para poder almorzar. Los más afortunados tenían a la mano a algún familiar que les acercara algún "refuerzo"; otros simplemente esperaban que pasara algún vendedor ambulante. Ethel, con su canasta de sandwiches en mano, recorrió las mesas electorales del liceo de Solymar. La vendedora prometió una segunda tanda para la tarde; eso sí, después de votar.