Contra las libertades

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Hay muchas maneras de atentar contra la libertad de prensa, desde el acto brutal de clausurar una publicación o una emisora, hasta el acoso verbal con que los centros de poder intentan a veces desacreditar a esos órganos de opinión. En cualquier caso, tales ejemplos de hostigamiento o atropello delatan en ciertos gobiernos la ignorancia de los principios que sostienen una convivencia democrática, junto con el desprecio por el juego de valores que aseguran la circulación de las ideas. Cuando dichos valores se respetan, es porque los gobernantes disponen de una razonable formación en materia republicana, que suele ir acompañada de la solidez de sus convicciones y del conocimiento que puedan tener sobre la delicada red de puntos de vista, matices y discrepancias, en cuya variedad se apoya la marcha de toda sociedad que pretenda mantenerse al margen de la intolerancia o la mordaza.

Deplorablemente, América Latina ofrece con cierta frecuencia ejemplos de esos abusos oficiales, que suelen apuntar a la libertad de prensa porque quienes esgrimen el poder no saben o no quieren reconocer el papel que la multiplicidad de conceptos ideológicos o el abanico de posiciones políticas deben desempeñar en el seno de una comunidad abierta, tolerante y ventilada. Claro que se trata de principios impalpables, y ya se sabe que algunos dirigentes no sienten demasiado aprecio por las entidades abstractas, entre las cuales debe figurar la defensa de los derechos del prójimo. A menudo, los atentados contra la prensa o los medios audiovisuales, reflejan el desplante de quienes gobiernan con más soberbia que inteligencia y con más gusto por la fuerza que por la razón, empecinados en someter a los demás (ya se trate de particulares o de empresas) a un único molde de opinión, cancelando a los disidentes en beneficio de los dóciles y los sumisos. El resultado es entonces un tipo de sociedad que resbala -salvo valerosas excepciones- hacia la autocensura, la inseguridad y el miedo, por no hablar de ciertos extremos como el silencio, el exilio o el asesinato en que a veces incurren algunos países.

Entre los ejemplos recientes de ese catálogo de los enemigos de las libertades públicas, figuran casos descollantes como la decisión del presidente venezolano de sacar del aire a seis canales de televisión para abonados, que no habían difundido en los días previos una de las apariciones de ese mandatario, que como se sabe tiene su propio programa ante cámaras y lo protagoniza con frecuencia semanal. Eso sucedió el sábado 23 de enero y confirmó la tendencia de dicho gobierno, que con anterioridad -y bajo excusas administrativas- había clausurado algún otro canal y varias emisoras radiales. "Exijo lealtad absoluta", dijo el presidente venezolano en esos días, aludiendo a la obediencia que ordena entre quienes lo acompañan en ese camino hacia una pendiente de totalitarismo.

Con menos revuelo, pero con similar tenacidad, la presidenta argentina persevera en su campaña verbal contra la prensa opositora, una opción en la que figura asimismo -con parecido entusiasmo- su marido y ex mandatario. En el texto de los abundantes discursos pronunciados por la presidenta durante los últimos días, no faltan las agresiones contra la empresa editora del matutino de mayor venta entre los diarios del país. Está claro que no acepta críticas ni tolera cuestionamientos, como tampoco admite la divulgación de signos de corrupción entre los funcionarios que la rodean. Eso ocurre en medio de una visible aceleración del autoritarismo, que se caracteriza por combatir a todo el que no se someta a una línea oficial. La jefa de Estado no parece inquietarse ante tales embestidas, pero las nubes que comienzan a acumularse sobre el paisaje político argentino, oscurecen el cuadro de las libertades. Así surge otro caso en medio de un continente que cobija unas cuantas arbitrariedades. A veces lo hace bajo el manto legitimador de las victorias electorales y el triunfalismo de ciertas fuerzas políticas, como si esos factores aseguraran el goce de las garantías a que tiene derecho la ciudadanía y los medios a través de los cuales se expresa.

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