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El pulpo alemán, y nuestros pulpos

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Este último Mundial puede enorgullecerse en cuanto a que -ausente el buen fútbol en el 90% de los partidos- suplió esa falla con una serie de notas de "episodios asociados", que amenizó el aburrido desarrollo de la competencia.

El récord de las originalidades lo marcó el pulpo Paul, una especie de Nostradamus sin bonete, que emergió para asombrar al mundo con sus increíbles dotes de adivino, embocándoles a todos los resultados que predijo.

La feliz intervención que le cupo a Paul en contratarlo para cumplir variados menesteres: desde un pronóstico para una futura elección presidencial, hasta un pálpito de lo que pueda pasar con el dólar en el año 2020.

En honor a la verdad histórica (tan falseada a menudo) cabe decir que el pulpo -como protagonista en un Mundial de Fútbol- debutó en Uruguay, al estrenarse la disputa de la Copa Rimet, en 1930.

Por aquellos días, en nuestro país había tres arqueros que se cotizaban alto para cuidar la valla celeste, en el desafío mayor de su trayectoria: Andrés Mazali, Miguel Capuccini y Fausto Batignani. Uno y otros tenían credenciales de sobra para aspirar a semejante responsabilidad: sin embargo, y por circunstancias diferentes, el trío se fue desvaneciendo respecto de la titularidad y, paralelamente, surgió el nombre de Enrique Ballestrero como el mejor candidato entre los goalkeepers (golkíper, sí seré viejo, my God)...

El día en que se conoció la lista de los 22 elegidos, la afición se sintió tranquila al saber que figuraba "el pulpo" Ballestrero como guardián de la ciudadela: venía destacándose en las prácticas del combinado, confirmando la valía demostrada en el arco de Rampla Juniors. El mote lo ganó haciendo de sus manos verdaderos tentáculos, apresando cuanto balón volaba o reptaba con dirección a su reducto.

Si bien fue Ballestrero quien introdujo el remoquete en las canchas, debe reconocerse que el apodo se le adjudicó antes a quien lo ubicó en el grito victorioso de los carreristas: el salteño Irineo Leguisamo. Ni más ni menos. Gardel no dejó dudas acerca del dueño del sobrenombre, cuando lo aludió más de una vez en "Leguisamo solo": "... detrás va el Pulpo/ alta la testa/ la mano experta/ y el ojo avizor"... Y, más adelante; "¡Leguisamo solo "/ ya está el puntero/ del Pulpo a la par/... rematando con un final electrizante "¡Leguisamo solo`/ y el Pulpo cruza/ el disco triunfal"...

¡Perdón, Paul!... Pero, como repite frecuentemente el "Toto" Da Silveira: "Hay que decir las cosas como son".

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