Una lucha interior

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Julio María Sanguinetti

Si alguien ha sido bien claro en sus propósitos es el Presidente Mujica. Una y otra vez ha insistido en sus ideas, ha desnudado sus sentimientos y dicho muchas cosas sensatas. En general no se duda de sus intenciones, pero los hechos -sin embargo- caminan en otro andarivel y no responden a esos compartibles propósitos.

Da la impresión que los viejos fantasmas de nuestra autodenominada izquierda, incorporados a su psicología, a su cultura, a su idiosincrasia, siguen predominando en la mayoría del equipo de gobierno: a veces por expreso, muchas veces tácitamente, están detrás de sus actos los viejos prejuicios, el espíritu de revancha, el mesianismo gremialista, el desprecio por un Estado de Derecho que durante tantos años desdeñaron y que espontáneamente dejan de lado sin preocupación, simplemente porque no está en su ADN cívico.

En su discurso inaugural el Presidente comprometió "todo nuestro empeño en cumplir los mandatos constitucionales". ¿Cómo puede ser entonces que abiertamente se desconozcan dos pronunciamientos electorales sobre la ley de caducidad y se sigan lanzando iniciativas para derogarla, interpretarla, anularla o tergiversarla? Ya no hay debate jurídico posible. Todos los juristas, aun frentistas, afirman que el cuerpo electoral está por encima de todas las otras instituciones, pero nadie detiene el espíritu revanchista de un núcleo de ciudadanos, incluso algún Fiscal, que se creen por encima de la ley en nombre de una justicia mesiánica.

El Presidente proclamó como su objetivo superior "educación, educación y más educación". Sin embargo, la tragedia está a la vista. El propio Presidente la reconoce pero no se ven signos de rectificación. En el colmo de la irrealidad hasta se anuncia otro "debate educativo" como si de allí fuera a salir algo distinto al desastre del anterior.

De él emanó el retorno de las gremiales al gobierno del sistema y, como consecuencia, la reaparición de criterios que hasta llegan a negar las evaluaciones internacionales y proponen dejar de compararnos con los mejores para sólo cotejarnos con los peores. Faltan palabras para calificar esta actitud.

Se continúa hablando de reforma del Estado. Excepto las seis horas de permanencia exigidas a los profesionales, asunto menor, lo único que está claro es que se han incorporado 8.333 mil nuevos funcionarios en los últimos seis meses. No olvidemos que el Presidente también dijo, como es lógico, "no más ingresos" y terminemos con el "acomodo" de los concursos…

Gobernar, ha afirmado, "es más que nada crear las condiciones para gobernar 30 años con políticas de Estado". Más allá de un buen diálogo político, no se ha avanzado en los terrenos sustanciales. Incluso hemos terminado el año peor que nunca, porque desde el propio gobierno se han levantado las críticas.

Es notorio que el Partido Comunista cuestiona la política económica y lo hace con un argumento importante: algo ha bajado la pobreza, pero ha aumentado la desigualad. Talvi lo ha explicado: es un desarrollo inarmónico. ¿Cómo lo explica un gobierno que se dice socialista?

¿Y los derechos humanos, o sea la vigencia plena de las libertades y garantías que la Constitución le asegura a todos los ciudadanos?

Esta concepción liberal fue históricamente despreciada por el socialismo y desde ya por los revolucionarios cheguevaristas, que afirmaron siempre que de nada servían esos derechos "formales" si había pobreza y desigualdad.

La dictadura, con sus excesos, les enseñó el valor de aquello que siempre menospreciaron. Pero su vieja cultura está detrás. Y por eso no entienden que criterios románticos del Derecho Penal coliden drásticamente con los derechos de una ciudadanía que no puede vivir atemorizada y ahora -además- armada para defenderse por cuenta propia.

No comprenden tampoco que el Estado no puede invadir la esfera de la privacidad de las personas y a título de recaudar tributos o perseguir blanqueos de capitales, llegar hasta la temeridad de afirmar que en nuestro principal balneario se incuban los delitos. En el fondo se ignora la sustancia de la democracia y por eso hasta creen moral sostener que la única amnistía válida fue para los guerrilleros, aun los que practicaron el crimen y el terror, y no la que paralelamente benefició a los militares, con el espíritu de equidad y perdón para todos que Mandela le ha enseñado al mundo.

Una lucha interior se libra en el gobierno. Entre sectores y entre personas. Pero mucho más grave aún, adentro del espíritu mismo de la mayoría de sus cuadros. De a ratos aceptan los códigos de la democracia liberal; sin embargo, basta cualquier tensión para que afloren los viejos prejuicios, el autoritarismo histórico, el desprecio por las libertades.

A veces la ciudadanía no advierte estos riesgos, porque la bonanza económica endulza y permite con dinero acallar reclamos sin resolver problemas. Pero el tiempo corre y el futuro ya no nos lo perdona.

Lo estamos anticipando en aulas llenas de muchachos que ya están frustrando su posibilidad de triunfar en la vida.

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