El prestigio vale más que el dinero

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CARLOS MAGGI

Jorge Batlle ganó las elecciones, en 1999; cuando por inercia, los precios seguían bajando y la inflación seguía enjaulada.

Pero sucedió que Brasil había devaluado y ese sacudón hizo saltar los tapones de nuestra economía como saltan los fusibles de la luz, no solo aquí, sino también en Argentina; y eso resultó fatal, de este lado del Río.

Argentina se descompuso más que el Uruguay. El Ministro de Economía, Domingo Cavallo, un delirante, había atado el peso argentino al dólar, uno a uno. El sistema no admitía devaluar.

Cuando la economía real empezó a crujir y el gobierno no atinaba a nada, la gente se inquietó a tal grado que se inició una corrida bancaria suave, que fue aumentando en proporción a la inoperancia política.

El ministro de las grandes ocurrencias, tuvo entonces una segunda inspiración: prohibirle a los bancos que devolvieran los depósitos; y el 1º de diciembre, por decreto del Presidente Fernando de la Rúa, se impuso la pérdida de confianza en los bancos; nadie pudo retirar un peso.

En consecuencia, nadie le pagó a nadie; y las calles de las grandes ciudades argentinas se llenaron de gente furiosa que arremetía y rompía cuanto tenía cerca.

Asediado por la situación imperante, renunció el presidente de la Rúa y un buen tiempo después, quemados varios presidentes, Eduardo Duhalde al recibir la Presidencia, avisó:

- "La cadena de pagos está rota, no hay circulante que sea capaz de poner en marcha la economía".

Antes de eso, el Poder Ejecutivo (presidente Rodríguez Saa) había declarado que la Argentina no pagaría la deuda soberana (el default mayor de la historia universal: más de cien mil millones de dólares). La noticia provocó aplausos en la sala de sesiones del Senado.

Los argentinos desesperados ante el cierre de sus bancos, (por necesidad o por miedo justificado) empezaron a retirar sus fondos de los bancos uruguayos en especial del BROU donde la suma de depósitos en moneda extranjera, era muy abultada.

El República aguantó durante meses, pero llegó un punto en el cual necesitó liquidez de manera urgente. En ese momento, el Fondo Monetario Internacional (FMI), le dio un golpe de gracia: condicionó su ayuda a que el banco República publicara diariamente, el monto de sus reservas.

Viéndose en los diarios, caer esas reservas a razón de 50 millones de dólares por día, la alarma se agudizó y la corrida se hizo arrolladora. El banco perdió la mitad de sus reservas.

Después de ocho meses de sangría, se aprobó la ley del 5 de agosto del 2002, que postergó los vencimientos de los depósitos a plazo en el BROU.

Terminó así un feriado bancario y los bancos sobrevivientes al reabrir, en vez de ser apurados por el retiro de sus depósitos, vieron cómo los depósitos aumentaban.

A la caída del República se agregó la quiebra escandalosa del Banco Comercial -el banco local más grande del país-, provocada por una defraudación cometida por uno de sus directores.

Arrastrados por la desconfianza de la plaza, cayeron otros bancos privados; y aparecieron otros delitos financieros. Por si fuera poco, un hecho natural gravísimo había desbaratado las exportaciones uruguayas: un foco de aftosa trabó la venta de carne.

Las finanzas se resintieron a tal grado que se hizo imposible el pago de la deuda externa.

El país había hecho uso para superar la crisis bancaria, de cuanto crédito pudo obtener y el desprestigio que lo rodeaba (el riesgo-país sobrepasaba los 3.000 puntos), hizo imposible colocar deuda nueva para cubrir la amortización y los intereses que se vencían.

El FMI -responsable en parte del colapso del BROU- presionaba ahora, para que Uruguay siguiera la receta argentina y decretase el default. Era lo más fácil,… para "ellos".

Solo que el gobierno uruguayo hacia cuestión de honrar su firma. Podía estar impedido de pagar, pero no estaba impedido de hacer todo lo posible para refinanciar.

Disminuido ante el mundo por los hechos y por las opiniones provenientes del FMI, el gobierno uruguayo se propuso lo más difícil: canjear su deuda con la aprobación de los acreedores.

Para lograrlo había que contar con la aceptación previa del FMI, principal acreedor; y luego, convencer a un gran porcentaje de los tenedores de títulos de deuda (80%) diseminados por todo el planeta. Hubo penosas entrevistas con los directores del FMI y por fin la institución estuvo de acuerdo: permitió salir a convencer a los acreedores.

De grupo en grupo y a veces de persona en persona, de Alemania a Japón, peregrinaron los representantes del Uruguay y lograron, no ya el 80% de aprobación sino el 92%. Trabajo brillante dirigido por Julio de Brun.

El pesimismo y la modorra burocrática del FMI se expresa bien en los comentarios de Anne Krueger, la subdirectora ejecutiva del Fondo Monetario Internacional. Dijo en una conferencia en Munich, hablando del Uruguay:

- Si una proporción numéricamente significativa de acreedores elige no participar en la reestructura, si un cierto grupo desea oponerse, la reestructura inevitablemente va a fallar.

Era la segunda autoridad del FMI la que continuó haciendo notar públicamente, que era mejor no pagar la deuda que aplazar el pago. En el momento en que se publicó el discurso de Anne Kruegger, el FMI ya había firmado el plan del Uruguay. Era el momento crítico; y mientas Uruguay hablaba con sus acreedores, para conciliar.

Krueger se distanciaba de las acciones del Uruguay, para poder decir: "¡Yo se los dije!", si las cosas salían mal.

No tuvo suerte. Aunque su cautela era comprensible, solo que dejaba de lado un factor que vale más que el oro: el prestigio de los países. Como dijo Carlos Sténeri:

- "Nosotros estábamos tratando de implementar algo que nadie había hecho antes" (y el motivo era de orden moral).

Las discusiones más absurdas fueron las previas, con los directores del FMI. Ganada esa partida en un tablero de burócratas, el resto del mundo fue más inteligente. Muchos acreedores conocían la situación y solo reclamaron una confirmación sobre el monto y la tasa de interés.

Y eso era fácil, puesto que Uruguay había decidido de antemano no hacer quitas. El plan procuraba obtener una espera; y punto. Félix Salmon (1) cuya nota usé para sintetizar esta historia, cierra su artículo con estas palabras:

- "Algo quedó bien sabido: el Uruguay pasó por una crisis que quemaba, y salió ileso. Transformó esa crisis paralizante en una de las más suaves y elegantes operaciones jamás vistas en las finanzas internacionales. Esto fue, sin duda alguna, "la" transacción en América Latina del año 2003. (2)

COMENTO: El nombre del país se había salvado y de pronto, la economía se arregló sola. Pero eso es otra historia llamada el "El boom del agro" o San K, con K de Kirchner.

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(1) Félix Salmon es un periodista financiero de la agencia Reuters. Ganador del premio de la Asociación Americana de Estadística, Excelencia 2010.

(2) "La elegante transformación del Uruguay", en revista "Euromoney", Nueva York, febrero del 2004.

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