Decadencia en aumento

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No exclusivamente las generaciones que peinan canas, sino también las intermedias, que cultivaron los valores inculcados por las que les precedieron, que en buena parte del siglo pasado hicieron de este Uruguay un país admirado por el mundo, están sufriendo -en la cabal acepción del término- un proceso de involución de las costumbres, que provoca rechazo e inadaptación. En poco tiempo, los avances tecnológicos que nos benefician y de los que disfrutamos, vienen acompañados de un proceso de decadencia de nuestro estilo de vida en aspectos que golpean, a pesar de que el acostumbramiento también puede provocar insensibilidad.

Que sea un fenómeno del mundo en que se vive, no es consuelo para nadie. En un país que supo jerarquizar la cultura en la más amplia de las acepciones menos aún. Tener, por ejemplo, un Presidente de la República desprolijo en su presentación, de prosa vulgar y errada, no es causa de nada. Al contrario, es la consecuencia de lo mucho que perdimos, que dejamos perder. Entre ello lo primero es el respeto, en todos los órdenes de la vida. Un ejemplo, si se quiere baladí pero elocuente, es la generalización del tuteo. Hoy, adolescentes recién salidos de la niñez tutean con total desaprensión a mayores desconocidos, de la misma manera que a la inversa, hasta señoras de pretendida alcurnia social, tutean naturalmente a personas que nunca vieron en su vida, como taximetristas, porteros de edificios, empleados de comercios, trabajadores en general.

Son pequeños detalles, pero suman. Por eso no debe llamar la atención la desaprensión de la gente ante las reiteradas violaciones a la Constitución y a la ley. Lo que estamos viviendo en torno a la tristemente famosa Ley de Caducidad, que bien o mal elaborada nació inspirada en una finalidad más que loable como lo fue la de pacificar el país, es la demostración más palpable de la indiferencia popular a lo que pueda ser el final de esta opereta política de cuarta categoría, ¿A quién le importa que la Constitución sea vejada de la manera que lo hizo la mayoría oficialista, menos un Senador en la Cámara Alta?

¿A quién le importa que la Constitución le prohíba al Presidente de la República realizar cualquier acto político excepto el voto, si un señor en el desempeño de ese cargo se aburrió durante cinco años de visitar el país entero, batiéndose el parche en actos partidarios disfrazados de "Consejos de Ministros"? ¿A quién le importa que ese mismo señor quiera justificar el desacato -porque esa es la expresión que cabe- a las decisiones de la ciudadanía en actos de ejercicio de la soberanía directa, como lo son la iniciativa popular y el referéndum, con el argumento que las mayorías a veces se equivocan y que no deben ser consultadas cuando de derechos humanos se trata, cuando él mismo integraba la Comisión pro referéndum? Con ese precedente, y ante la perspectiva que ese mismo señor -quizás- como lo dijo en Rusia, se postule otra vez a la Presidencia y tenga posibilidades de ganarla. ¿Y con ese antecedente, quién se puede enojar con el actual Presidente por hacerles un planteamiento político electoral desfachatado a sus diputados, diciendo que su principal preocupación es la unidad del Frente Amplio para que continúe en el poder?

De la pérdida de respeto, pasamos enseguida a la pérdida del pudor. Ministros que no saben lo que tienen que saber o que le mienten al Parlamento, ya lo indican. Novecientos policías destinados a un mega operativo de seguridad en un partido de fútbol con concurrencia de sesenta mil personas cuyas casas entretanto, quedan desprotegidas y expuestas a hurtos y copamientos, lo comprueban. La politización sindical confesada sin ambages lo ratifica, mientras un dirigente del Pit-Cnt denuncia al Comandante en Jefe del Ejército de violar la Constitución "con el fusil en la mano" porque dijo creer en lo inocencia de un camarada de armas procesado -no sentenciado- por la Justicia penal. Todos los días, paso a paso, vamos marcha atrás como el cangrejo. Perdemos recato, educación, autoestima.

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