Hernán Sorhuet
Como se pronosticaba, finalizó con muy escasos resultados la 17ª Conferencia de las Partes (COP 17) de Naciones Unidas sobre Cambio Climático en Durban, Sudáfrica.
Los optimistas, y desde luego los defensores de la postura de no asumir compromisos que estén a la altura de las circunstancia -tomando en cuenta las advertencias realizadas por lo más respetable del mundo científico-, han catalogado como exitoso el acuerdo final de la cumbre, que comenzará recién en 2021, e incluirá a todos los grandes emisores de gases de invernadero a la atmósfera, incluido Estados Unidos. Les resulta suficiente que los dos grandes contaminadores del planeta -EE.UU. y China- hayan expresado su voluntad de disminuir sus emisiones de gases de invernadero, aunque sin asumir cantidades y plazos concretos.
Pero la realidad de la situación planetaria exige una profundidad y rapidez en las respuestas que, ni por asomo, ocurrió en Durban.
La presencia de más de 190 países y la necesidad de extensión de la duración de la cumbre, dejan en claro la importancia de este encuentro, en el cual todos sabían de antemano está en juego el destino de la humanidad.
No es una valoración exagerada sino la comprobación de la magnitud que están teniendo algunos impactos antropogénicos, sobre la dinámica del clima y el funcionamiento de los ecosistemas.
Se acordó la continuidad del Protocolo de Kioto. Pero, como la voluntad expresa de los grandes contaminadores de la atmósfera es no contraer nuevamente obligaciones específicas en cuanto a la reducción anual de emisiones (como lo hizo el mencionado protocolo que vence en 2012) se puede afirmar que la "salud" del acuerdo de Kioto es más que precaria. EE.UU., China e India, entre otros, lograron impedir que se aprobara un acuerdo de cumplimiento obligatorio.
El documento final solamente recomienda a los países que traten de concretar un segundo período de compromisos en la reducción de los vertidos contaminantes al aire.
Pero no sólo en ello queda manifiesta su debilidad; también logró diferir casi diez años la toma de decisiones importantes.
En cuanto al Fondo Verde Climático, acordado en la COP-16 de Cancún (2010) para ayudar a financiar proyectos de mitigación y adaptación en los países pobres, también se dilató la definición de la capitalización que necesita y su operatividad.
Lejos de comprobarse una respuesta contundente y expeditiva, como la asumida para salvar a los grandes bancos internacionales en la crisis de 2008, aunque lo que está en juego es al futuro de buena parte de la humanidad, sólo se concretó un raquítico acuerdo de último momento, más pensando en finalizar la cumbre con algo que presentar, que en lo que urge solucionar.
Lo alarmante de lo que, año tras año, sigue ocurriendo al finalizar las "COP" es la respuesta implícita que surge una y otra vez, a las dos preguntas claves que sobrevuelan el tema: ¿Qué tanto queremos arriesgarnos? ¿Qué tanto queremos protegernos y proteger a nuestros hijos y nietos?