Los pueblos de Medio Oriente estaban desesperanzados desde hace mucho tiempo por la posibilidad de cambio. Se han sentido condenados a vivir bajo hombres que gobiernan por la fuerza y que han acumulado su riqueza y aporreado el disenso.
Fueron condenados a tener como única alternativa a los islamistas que han impuesto sus duras creencias y han reprimido a la disidencia. En algunos lugares como Arabia Saudita e Irán, los autócratas y los islamistas se fusionaron en una sola fuerza. Pero, en ningún sitio el pueblo ha tenido opción de elegir cómo se gobierna. Occidente también se rindió en la desesperanza, asumió que sólo los que gobiernan por la fuerza podían frenar a los extremistas.
Hace dos meses un vendedor callejero de frutas tunecino, Muhammad Bouazizi, prendió fuego a esos preconceptos cuando, en desesperación ante las autoridades intimidantes y la falta de trabajo, se bañó en nafta y encendió un fósforo. Los tunecinos y después los egipcios ganaron las calles. De manera casi milagrosa, la gente abrumó a los déspotas. En la última semana, decenas de miles hicieron manifestaciones en Teherán, desafiando los castigos. En el diminuto Bahréin, hubo muertos a medida que las fuerzas de seguridad lanzaban una lluvia de balas de goma contra los manifestantes y los cubrían de gas lacrimógeno. En Libia, las multitudes se levantaron contra un dictador terrible. Jordania está malhumorada, Argelia inestable y Yemen en ebullición.
Los islamistas radicales han sido durante largo tiempo los supuestos revolucionarios del mundo árabe, pero estas peleas no les pertenecen. En una región que se descompuso bajo la represión, una generación joven, de pronto, encontró su voz. Liderando a los de edad avanzada, se embriagaron con la posibilidad del cambio. Al igual que el triunfal derrocamiento del comunismo en Europa, en 1989, y hasta sus revoluciones fracasadas de 1848, la sublevación en la escala actual puede transformar las sociedades.
El empuje acelerado de hechos que derivó en la caída del presidente Hosni Mubarak, llegó tan lleno de marcadores que significaban un cambio radical, que sus implicaciones más profundas pueden ser difíciles de discernir. Ahora, las calles de ese país están en calma y el Ejército se hizo cargo de un gobierno interino inestable.
Pasan de la web a las calles
Una pequeña escena, con grand significado, se desarrolló unas 36 horas después de la salida de Mubarak, cuando dos de los principales generales fueron anfitriones de un chat con algunos de los jóvenes militantes cuya organización, para sorpresa de ellos mismos y del resto, terminó derribando a Mubarak. En un mensaje en Facebook, los visitantes describieron la reunión como alentadora. No solo los generales -los dos tienen más de 60 años- afirmaron el compromiso del Ejército con los objetivos de la revolución, incluyendo una rápida transición hacia la democracia, sino también mostraron "respeto sin precedentes por las opiniones de los jóvenes".
Para los egipcios, habituados a jerarquías rígidas de clase y edad, ese último punto fue revelador. La frustración de las multitudes en El Cairo y Túnez estuvo dirigida más que a los líderes, a lo que éstos representaban: autoridad paternalista y sin rendir cuentas. En esencia, ese es el modelo de gobernanza que ha prevalecido a lo largo de Medio Oriente, ya sea disfrazados de reyes, presidentes de por vida, ancianos jefes tribales rústicos en Yemen, caciques políticos sectarios en Líbano o barbudos clérigos en Irán.
REPERCUSIÓN. Una ola de fermento político da audacia a los disidentes y asusta a los gobierno desde el Atlántico al Golfo Pérsico. En la última semana, graves protestas estremecieron a Argelia, Bahréin, Irán, Libia y Yemen, con eslóganes y tácticas que imitan a los de Egipto y Túnez. Quienes apoyan al Movimiento Verde de Irán, volvieron a marchar por Teherán, por primera vez en un año. Manifestantes en Bahréin, tomaron una plaza en Manama, la capital del reino insular. Disidentes en Libia reunieron a 20.000 seguidores en Facebook. La discrepancia hasta se está movimiento bajo la monarquía absolutista de Arabia Saudita. Trabajando a través de Internet, grupos de islamistas y nacionalistas liberales planean formar partidos políticos, hasta ahora prohibidos.
Los gobiernos responden con variados grados de alarma. Con la finalidad de cortar de raíz la militancia a través de Internet, las autoridades de Siria condenaron, el 14 de febrero, a una bloguera de 19 años, a cinco años de prisión por "espionaje". El rey Abdulá de Jordania despidió a su Primer Ministro, emitió un decreto para permitir manifestaciones y prometió otras reformas. El gobierno de Irán y su protegido en Líbano, Hezbolá, simplemente intentó apoderarse de las revoluciones de Túnez y Egipto, al señalar que eran derivados islamistas de la revolución iraní de 1979.
Pero, la ola juvenil de la región va más allá de la política. Los millones de manifestantes que protestaron en Egipto no lo hicieron solo en desafío a Mubarak, sino que muchos cristianos coptos se incorporaron y desafiaron a su patriarca conservador de 87 años, que había llamado a los fieles a apoyar al gobierno. Durante el desasosiego, algunos altos clérigos musulmanes también habían defendido al Estado que paga sus salarios. No solo fueron ignorados, sino que en algunos casos criticados a viva voz durante los sermones del viernes.
En el resto de la región, la atracción de estas revoluciones trasciende a la satisfacción de ver a dictadores odiados ser corridos de sus cargos. Durante el largo periodo de estancamiento bajo Mubarak, El Cairo -que en otros tiempos fue el indiscutido centro del mundo árabe-, fue eclipsado progresivamente por lugares innovadores como Dubai y Beirut.
DESCONTENTO. De pronto, las imágenes heroicas y canciones excitantes de la revolución egipcia, inundan las emisiones radiales y de televisión árabes. Las imágenes muestran a jóvenes solitarios enfrentando a temibles formaciones de soldados. Las letras de canciones de rap, baladas contagiosas e himnos que circulan con fluidez como videoclips en Internet, hablan de heroísmo, honor y por sobre todo, de libertad.
Al igual que los jóvenes occidentales de la década de los `60, los jóvenes a lo largo de Medio Oriente heredaron un mundo con posibilidades mayores que el de sus padres. A través de Internet y en mensajes de texto intercambian chistes sobre los príncipes que envejecen.
Nadie puede predecir cómo las fuerzas desencadenadas en Túnez se desplegarán a lo largo de la región, porque cada país descontento lo está a su manera. Libia y Siria son más represores que Egipto. Yemen aparece complicado por la perspectiva de secesión en el Sur, e Irán por la frustrada sublevación de 2009. El Rey de Jordania gobierna un país que es principalmente palestino. Arabia Saudita y los emiratos tienen un bálsamo de petróleo que alivia. En Irak, que tiene una Constitución democrática y abundantes elecciones, el partido gobernante lucha para no dejar el poder.
El enredo y la confusión podrían reinar. Pero, el mundo exterior puede jugar su papel. Barack Obama eventualmente hizo la opción correcta en Egipto al respaldar las protestas. Debe presionar a los gobernantes para que afiancen sus regímenes mediante reformas y no por la violencia. Los vínculos entre oficiales del Ejército de Estados Unidos y los de Egipto pueden contribuir a guiar las reformas. Occidente también debe presionar más para negociaciones entre Israel y los palestinos. Esa situación no guarda relación son las sublevaciones, pero es una fuente venenosa para el mundo árabe.
El premio puede ser una familia de nuevas democracias: no serán como Polonia y República Checa, pero quizás como Turquía o Indonesia. Esos poderes no se ajustan al diseño de Occidente, pero r5esultan mejores para sus pueblos y la promesa de estabilidad vale más que el sangriento control de un dictador.