EDUARDO BARRENECHE
La madre del "Ricky", uno de los menores fugados del INAU y acusado de violentas rapiñas, se refugió en una ciudad del interior por temor a que la maten. En varias ocasiones, la Policía escondió a Cristina G. por reiteradas amenazas de muerte.
"Todos los padres deberían denunciar a sus hijos que cometen delitos. Ricardo es autor de 88 rapiñas. Si voy a pagar por todos esos atracos, me muero dentro de la Cárcel de Mujeres. Como no pude con las juntas de mi hijo, pedí auxilio al INAU. Pero esa institución tampoco ha podido con adolescentes de 17 años", dijo ayer Cristina G. (42) a El País.
"El Ricky", que hace dos semanas volvió a protagonizar una espectacular fuga de un centro de internación del INAU, comenzó a ser noticia en 2010. Según la Policía integró las llamadas bandas "del marrón" (asaltaban locales de cobranzas) y de "la granada" (reducían a los comerciantes amenazándolos con activar un explosivo).
Hasta los 13 años "El Ricky" se crió junto a su madre y tres hermanos -una chica y dos mellizos- en un apartamento de Euskal Erría. El hermano mayor se crió con otros familiares en La Tablada. El padre se fue a trabajar al extranjero y desde la lejanía mantuvo una buena relación con su ex esposa. Los vecinos de Malvín Norte lo recuerdan como un niño respetuoso, de cutis blanco, ojos algo achinados y rostro agraciado. Sus víctimas, en cambio, lo recuerdan como un joven frío y despiadado. El 3 de junio del año pasado, "El Ricky" y otros dos menores protagonizaron un violento atraco en el restobar "Gazpacho" de la Unión. Allí se abrió paso a tiros baleando en las piernas a un cliente y a un joven repartidor, al que hurgó en los bolsillo en busca de dinero, mientras el herido se debatía en el suelo.
MUERTE. El periplo delictivo de "El Ricky" comenzó a los 14 cuando apuñaló con un cuchillo de cocina a un "rastrillo" que asolaba el barrio, porque "no iba a permitir que robara a nadie". Por el delito de lesiones fue internado en un hogar del INAU y enseguida se fugó. Poco después, comenzó su carrera de rapiñas.
Su madre lo seguía a todos lados y luego informaba a la Policía dónde se encontraba el menor. Era detenido e internado en el INAU, de donde se fugaba al poco tiempo.
Practicante de la religión evangelista, Cristina G. rechaza el modo de vida de su hijo.
"Él se está haciendo daño y está dañando a otros. Yo hago pan casero para sobrevivir pero vivo con tranquilidad de conciencia", dijo.
En junio del año pasado, Cristina G. recibió una llamada de su hijo. Este se había cansado de que su madre lo delatara quebrando la ley de silencio de otras madres de menores infractores que encubren a sus hijos. "¡Buchona, miliquera, te voy a mandar a uno que te explote la cabeza!", dijo "El Ricky".
La amenaza era seria. A los pocos días se repitió. "Con solo lo puesto, agarré a mis dos hijos y salí corriendo de mi apartamento en Euskal Erría", contó Cristina G., entrevistada en una vivienda del interior del país
Relató que pasó por varios refugios y agregó que, en una oportunidad, la Policía la escondió en un pequeño pueblo de campaña.
"Pienso que Ricardo no tiene la valentía de matarme. Pero la gente que está con él sí. Son delincuentes pesados", explicó la madre de "El Ricky". Agregó que los menores en Uruguay son utilizados como "perros" (peones) por organizaciones criminales.
"Cuando mi hijo se fuga, ¿quién le consigue las armas y los autos para que cometa rapiñas? Los menores son redituables en este país", advirtió.
Por temor a las represalias de los delincuentes que integran la banda de su hijo, Cristina G. alquila una pequeña y pulcra casita de dos habitaciones y un baño.
Junto al living se encuentra la cocina donde dentro de un "tupper" de plástico hay una masa para preparar pan casero. Contra una pared, se apoya una pequeña mesa donde Cristina G. coloca un paquete de tabaco criollo. No tiene suficiente dinero para comprarse cigarrillos.
El dormitorio tiene una cucheta donde duermen los dos mellizos hermanos de "Ricky", y una cama de una plaza que utiliza la madre del menor fugado. El baño es limpio, reducido y moderno. La casa cuenta con un piso de cerámica imitación madera y un cielorraso de compensado marrón que le confiere un aire acogedor.
Cristina G. se acomodó un mechón de pelo y trató de relajarse: "Esta es una casa pequeña pero tengo tranquilidad. No me da vergüenza decir que no tengo dinero; vergüenza es robar".
MIEDO. La madre de "El Ricky" no tiene buenos recuerdos de su infancia en el barrio La Tablada de Montevideo. Dijo que su familia se quebró luego que su madre se separó de su padre cuando ella aún era soltera.
"Miembros de la familia de mi madre se dedicaron a delinquir. En la de mi padre son todos gente de trabajo y algunos profesionales", dijo.
La contención en su infancia provino de sus abuelos y un hermano de su padre, quienes profesaban la religión evangélica. "Yo practiqué de niña, luego dejé y ya adulta me enganché otra vez. Yo no juzgo a mi madre ni a nadie. Quien juzga es Dios", explicó Cristina G.
No ocultó que su hijo mayor, hoy de 22 años, también incurrió en el delito -hurto- por influencia de familiares y su adicción a la pasta base. "En cambio "El Ricky" se perdió por las malas juntas de Malvín Norte, porque no fuma pasta base. Creo que no se recuperará más; considera que los que trabajamos somos los giles y él es un vivo", expresó.
Señaló que "El Ricky" y otros adolescentes infractores visten prendas caras: championes Nike de $ 5.000 y equipos deportivos de $ 4.000. "Se identifican con esa ropa", dijo.
Cristina G. teme recibir un día la llamada fatídica que le anuncie que su hijo cayó herido o muerto durante una rapiña.
Indicó que algunos funcionarios del INAU incurren en eventuales actos de corrupción aunque aclaró que también encontró trabajadores honestos en el organismo. "Después de una fuga, me contó que le costó $ 1.500 que lo dejaran ir sin las esposas. El otro día (martes 19) se escapó cortando los barrotes con una sierra. Una sierra no supera nunca una requisa. La pasan los propios funcionarios", apuntó.
La última vez que Cristina G. vio a su hijo fue hace más de un año. Se encontraron en una sala del Hospital Pasteur donde el menor se recuperaba de un balazo disparado por un almacenero de La Teja, rapiñado por "El Ricky" y otro adolescente.
Según Cristina G., su hijo comenzó a insultarla apenas la vio, y a exigirle que se fuera.
"Me acerqué y le pregunté: `¿Estás bien? Hasta aquí llegué`, le dije. Luego me fui".
"Mi dolor de todos los días"
"Mi dolor es de todos los días y tiene dos caras: por dentro sufro por mi hijo rapiñero porque no quiero recibir una llamada que me diga que está muerto o herido; por fuera debo aparentar que estoy bien para los otros dos chicos que estoy criando", dijo Cristina G. Agregó que "duermo tranquila cuando él está encerrado en el INAU. Debe pagar el daño que ha hecho. Es mi hijo y lo amo más que mi alma".