Luciano Álvarez
Gaspar de Vigodet, último gobernador español de Montevideo, es una nota menor en los textos de "Historia Patria", una presencia esporádica, poco más que un nombre. En la memoria está aquel cielito que los sitiadores de Montevideo venían a cantar, en las noches oscuras, al pie de la muralla: "Los chanchos que Vigodet / Ha encerrado en su chiquero / Marchan al son de la gaita /Echando al hombro un fungueiro…"
Nunca había querido el cargo y rogó que se "le exonerara del nuevo destino"; incluso se ofreció para "servir en la Península de mero soldado mientras la hostilizaran los franceses". Ya en Montevideo, al menos tres veces pidió ser relevado del cargo. El Plata era un polvorín sacudido por el enfrentamiento entre Montevideo y Buenos Aires, las tentativas de portugueses y británicos -circunstanciales aliados de España- por apoderarse del territorio, sumados a la revolución de Mayo, de la que tuvo conocimiento sólo a su arribo, el 7 de octubre de 1810.
Este Mariscal de Campo de 46 años y 28 de carrera militar, se había desempeñado con gloria en la lucha contra los franceses. Inscribió su nombre como jefe vencedor de alguna batalla memorable e "hizo milagros en las estribaciones de Sierra Morena", dice un historiador. No se consideraba más que un militar y servidor público; en estas virtudes se acunó su desgracia.
Un año más tarde, Elío le dejó solo y regresó a España. Desde entonces, Vigodet, que "era un hombre probado por su firmeza, no hizo más que ratificar la opinión en que se le tenía", dice Bauzá. Fue un eficiente organizador de la defensa de un Montevideo superpoblado por un importante número de emigrados de la campaña, Buenos Aires y Entre Ríos. Mantuvo la tranquilidad pública, ordenó que se hiciesen acopios de alimentos y supervisó la "inversión de caudales hasta el último maravedí."
Conciente de su debilidad militar y de la importancia estratégica de Montevideo envió un incalculable número de notas a las Cortes de Cádiz pidiendo refuerzos; sin olvidar las súplicas para que "se digne resolver su restitución a la península […] que es lo que he pretendido […] en tres distintas ocasiones".
Dos veces se le enviaron tropas. En mayo de 1812 zarpó de Cádiz El "Salvador" con 500 soldados experimentados y de calidad; naufragaron frente a Maldonado, murieron más de cuatrocientos y se perdieron casi todas las armas. Un año más tarde llegaron otros 2.000 hombres de los cuales solo 800 estaban algo sanos, el resto sufría escorbuto. El hospital disponía de 100 camas para 1.200 enfermos; Vigodet logró armar tres hospitales. Cuando se recuperaron hubo de comprobar la mala calidad de aquellas tropas y se quejará amargamente: "La mayor parte de ellas constaba de reclutas que ni aún girar sabían y no era corto el número de los que desde el Presidio de Cádiz fueron conducidos a bordo de los buques".
No eran los únicos problemas de Gaspar de Vigodet. Tal como se le había advertido en sus instrucciones de 1810, tuvo que cuidarse de sus aliados, tanto portugueses como ingleses; estos jugaban subrepticiamente a tres bandas (españoles, portugueses y criollos).
Por otro lado, entre los dirigentes montevideanos había no pocos exaltados, convencidos de que había que presentar batalla. El capitán de navío Miguel de la Sierra advirtió que "no es posible habilitar ni armar pronto los buques, ni menos dirigirse al combate y obtener la victoria". Sin embargo Vigodet cedió a las presiones y armó una escuadra nominal de 13 barcos, "echados a la mar el 14 de mayo de 1814 y despedidos cual si marcharan a una fiesta". A bordo iban soldados de milicias, vagos y gente de leva, tomada a viva fuerza en las plazas y muelles. La Batalla naval del Buceo fue el fin del poder español en el Río de la Plata. El almirante Brown, vencedor, le envió sus condiciones en inglés, que nadie sabía traducir.
El 20 de junio se firmó con Alvear una capitulación honrosa: Vigodet aún pensaba que se trataba de una guerra civil entre españoles que defendían, cada uno a su modo, la corona de Fernando VII. Los insurgentes conservarían la plaza en depósito "hasta arreglar sus diferencias con la Madre Patria, sin enarbolar otra bandera que la española, que se respetarían las propiedades; que a nadie se perseguiría por sus opiniones anteriores y que se enviarían diputados a España para transigir las diferencias políticas". Alvear incumplió todos y cada uno de los términos de la capitulación.
En 1820, cuando se produjo la revolución de Riego, que inició el llamado trienio liberal, era capitán general de Castilla la Nueva. Una vez más dio muestras de su sentido institucional cuando el siempre traicionero Fernando VII armó una conjura: el general Carvajal se presentó ante Vigodet con una carta del rey en la que le intimaba la entrega del mando; se negó e informó al Ministro de la Guerra, abortando el intento.
El 7 de abril de 1823 los "Cien Mil Hijos de San Luis" invadieron España. Las Cortes exigieron al rey que se trasladase con toda la familia real a Cádiz, sede de la defensa contra los franceses. Éste dio tantas vueltas al asunto que las Cortes le declararon "incapacitado" y se nombró una Regencia de tres altas personalidades: Valdés, Ciscar y Vigodet. Los tres consultaron al rey quien les pidió que aceptasen, no fuera "que las Cortes nombrasen en su reemplazo algún enemigo suyo". En octubre de 1823 Vigodet fue encargado de la defensa del gobierno constitucional, refugiado en la isla de León, frente a Cádiz. Sus tropas no sólo eran malas e indisciplinadas, sino que "eran más favorables a la causa de los sitiadores que a la de los constitucionales. Las deserciones estaban a la orden del día".
Fernando VII fue repuesto en el trono absolutista y ese mismo día firmó un decreto condenando a muerte de horca a los tres regentes. La conducta del rey escandalizó incluso a los generales franceses quienes les hicieron salir hacia Gibraltar, casi a la fuerza y protestando por su honor. Desterrado en Francia, Gaspar de Vigodet regresó a España en 1834, luego de la muerte del rey. Murió ese mismo año.