Miles de personas se volcaron a las calles en Salto para recibir a los jinetes que integraron la marcha del Bicentenario, encabezada por los Blandengues de Artigas en conmemoración de los 200 años de la gesta emancipadora del pueblo oriental.
La historia del éxodo del pueblo oriental se revivió con la llegada a la zona del Ayuí, en la que participaron distintas aparcerías que se fueron sumando a lo largo del extenso recorrido que un grupo de gauchos de a caballo emprendió desde el departamento de San José el 23 de octubre pasado.
El esfuerzo y la larga marcha fueron para recordar al general José Gervasio Artigas, y que en Salto tuvo su punto final a orillas del Río Uruguay, en el mismo punto al que el prócer, junto a su gente, unos 5.000 carros y más de 15.000 personas, llegó tras levantar el sitio a Montevideo y antes de partir a Misiones.
Al grito de "¡Viva la patria!", y carteles que rezaban "Presente mi General", centenares de jinetes bordearon la plazoleta que lleva el nombre del Éxodo para cerrar esta marcha y hacer entrega de la bandera de Artigas al Intendente Germán Coutinho como recuerdo de las celebraciones de este Bicentenario en una jornada plena de emociones.
Previo a la llegada de esta interminable caravana, los jinetes y gran cantidad de público en la cabecera del puente sobre el Río Daymán, que es el límite entre los departamentos de Paysandú y Salto, descubrieron un monolito y minutos más tarde en la escuela N° 34 de este paraje se plantó un árbol de Ibirapitá, como en todas las escuelas por las que pasó "La Redota", como recuerdo a esta fecha tan especial de la historia uruguaya. Allí también se entregaron moñas con el logo del Bicentenario.
Los gauchos y su caballada se fueron aproximando al promediar la mañana a la ciudad para llegar hasta la Plaza Artigas donde rindieron tributo al pié del monumento al prócer y acto seguido emprendieron los últimos cinco kilómetros para culminar con el objetivo de llegar al mismo sitio donde en 1811 el padre de la patria cruzó a las Misiones.
En ese lugar y con una temperatura de más de 30 grados, autoridades departamentales y nacionales acompañados por gran cantidad de público recibieron a los casi 600 jinetes para celebrar el acontecimiento que es un preámbulo de lo que se vivirá el próximo mes cuando se cumplan los actos centrales de este Bicentenario de nuestra nacionalidad y a la que se sumarán los vecinos de la república Argentina.
El acto. Durante la parte oratoria, el intendente salteño Germán Coutinho, que estuvo acompañado de sus pares de Soriano, Guillermo Besozzi, y José Luis Falero de San José, destacó que esta iniciativa no solo fue la marcha de la libertad, sino de la "unidad" que tanto necesitan los uruguayos.
La fiesta de lo que fue la culminación de un esfuerzo de un grupo de patriotas que quisieron rendir homenaje al general José Artigas a lomo de caballo prosiguió hasta ayer en el Ayuí, donde se montó un enorme escenario por el que desfilaron diversos conjuntos y grupos de danzas (ver aparte) para revivir las tradiciones y en donde el clima se sumó para la ocasión.
EMOCIONES. Momentos de enorme emotividad se suscitaron cuando los gauchos que partieron desde San José comenzaron a separarse y despedirse para retornar a sus lugares de origen.
Sin bajarse de los caballos, efusivamente se abrazaban al tiempo que desde sus gargantas les salía el grito del "¡viva la patria!", y algunos ojos derramaban lágrimas.
Quienes entre lágrimas pero sin salirse del protocolo también fueron receptores de esta despedida fueron los integrantes del cuerpo de Blandengues que encabezaron esta marcha y se encargaron de la seguridad y la logística de los más de 550 kilómetros.
Todos quienes partieron desde San José en aquella jornada del 23 de octubre se acercaron a los uniformados para saludarlos sin salirse del protocolo que los caracteriza, aunque alguno de ellos fueron superados por el momento y voltearon lágrimas.
Germán Coutinho: "Esto representa la unidad que necesitan los uruguayos", dijo.
El sol se sintió sobre el final
Aunque hubo algunos contratiempos climáticos, la mayor parte de los 13 días que duró la marcha todo se pudo desarrollar con normalidad. Como estaba previsto, en cada parada esperaban los pobladores, que agasajaban a los jinetes con grandes banquetes de carne a las brasas.
La delegación de Blandengues que acompañó durante el trayecto se encargó de la seguridad y los primeros auxilios, que fueron prácticamente innecesarios, y además fueron los encargados de preparar los campamentos en cada mojón, para que no hubiera problemas a la hora de descansar.
Pero los dos últimos días de marcha el calor norteño y los rayos de sol se hicieron sentir por demás, por lo que "La Redota", se hizo cuesta arriba para animales y jinetes, que necesitaron más provisiones de agua de lo que venían ingiriendo.
Tal fue el calor, que la fiesta de su llegara a Salto, que tenía previsto extenderse desde las nueve de la mañana hasta las tres de la tarde, finalizó bastante más temprano (sobre las 13:00), porque "el calor era insoportable", dijo uno de los asistentes.
La mayoría de los jinetes no se quedaron en Salto, sino que emprendieron rápida retirada a sus hogares.
"La redota" desde adentro
La Marcha acampó todos los mediodías para almorzar y descansar. Al final de cada jornada y al igual que hace 200 años, la noche fue el momento de encuentro. Un gran fogón esperó a los marchantes para compartir un espacio de recreación y esparcimiento con payadores, cuenta cuentos, los principales exponentes del folclore nacional, danzas, campeonatos de truco y más.
Como si fuera una kermés itinerante, la marcha trasladó la celebración de pueblo en pueblo. Cruzaron pequeñas localidades y capitales departamentales. Cada llegada fue motivo de festejo, con desfiles y fiestas de bienvenida con espectáculos y actividades recreativas. Los centros poblados visitados fueron Ismael Cortinas, Paso de los Carros, Palmar, Colonia Kennedy, Young y Paysandú.
A lo largo del recorrido se visitaron 25 escuelas en las que se organizaron distintas propuestas, desde actividades artísticas, hasta acciones de carácter simbólico, como la plantación de un Ibirapitá. A su vez, se le pidió a cada niño que escriba una carta a sus pares del futuro, contando cómo quieren que sea el Uruguay dentro de 200 años.