Luciano Álvarez
Era el 13 de febrero de 1728, durante el frío invierno de Boston, cuando el reverendo Cotton Mather entregó su alma a Dios. Para muchos de sus contemporáneos acababa de morir un santo y un sabio: "Posiblemente el principal ornamento de este país, su más grande estudioso… Más allá de su universal sabiduría y su exaltada piedad, será recordado también por su permanente caridad [fundó numerosas instituciones de beneficencia], su entretenido humor y su apacible temperamento". A lo largo de sus 65 años Cotton Mather escribió y publicó trescientas ochenta y dos obras que abarcaban un amplísimo y docto espectro: sus obras teológicas e históricas son documentos fundamentales para comprender los usos y las costumbres de la Nueva Inglaterra Puritana.
También fue un científico progresista que en sus "Ensayos para hacer el bien" (1710), enseña que el maestro debe premiar en lugar de castigar y el médico debe estudiar el estado mental de su paciente como una probable causa de enfermedad. La Royal Society de Londres, la más prestigiosa institución de su tiempo lo aceptó entre sus miembros luego de publicar "Curiosa Americana", ochenta y dos comunicaciones científicas compuestas entre 1712-1724. Durante la epidemia de viruela de 1721 y 1722 defendió vigorosamente la vacunación, a pesar de la enorme oposición pública. Para reafirmar sus convicciones Cotton Mather vacunó a su propio hijo, que estuvo a punto de morir por esta causa, pero al fin los hechos le dieron la razón y la Royal Society publicó, complacida, la experiencia.
En aquel tiempo todo hecho era interpretado por los puritanos como un pronunciamiento de Dios para señalar a sus elegidos o de Satanás para perderlos. El éxito era sinónimo de gracia divina y ser partido por un rayo una prueba de carecer de ella. Cotton Mather era un lector obsesivo de esos signos. Una vez perdió el manuscrito de tres conferencias y no dudó que era obra del diablo. Cuando se enfermaba del estómago consideraba que era el mismo Satanás quien le golpeaba ocasionándole los dolores. Si tenía jaqueca se preguntaba qué pecado habría cometido. Su vida, confesó, era "una conversación continua con el cielo". Por momentos pasaba horas horribles, convencido de su eterna condenación y en otros entraba en éxtasis, seguro de su gloria.
Aparentemente Cotton Mather había recibido muchas señales celestiales que lo colocaban dentro de la escasa cuota de Santos que Dios admitía en su seno. Con sólo doce años ingresó a Harvard, al cumplir ampliamente con los requisitos de ingreso, pues leía y escribía latín y declinaba los nombres y verbos griegos. En 1678, con quince años obtuvo su primer título universitario y un Master en 1681. Fue su padre, Increase Mather, presidente de la Universidad entre 1685 y 1701, quien le entregó el título. En agosto de 1680 había pronunciado su primer sermón en la iglesia de su padre y en octubre predicó en el mismo púlpito de su abuelo, el venerado John Cotton. En 1685 fue ordenado Ministro.
Pero en los umbrales de su muerte sus conversaciones con el cielo comenzaron a atormentarle. A pesar de su gloria académica, no había logrado uno de sus objetivos más preciados, la presidencia de Harvard, para el cual fue rechazado en noviembre de 1724. De los quince hijos que tuvo de sus tres esposas, sólo vivían dos. ¿Acaso había perdido el favor divino como consecuencia de sus pecados en los aciagos días de 1692 y 1693 en la aldea de Salem? En las notas de su diario se muestra como un hombre "lleno de pánico de que el Señor tome venganza" por la muerte de aquellos veinticinco desgraciados ejecutados por brujería y los dos centenares de presos y torturados. En sus momentos de desesperanza Cotton Mather, seguramente, se veía tal como habría de describirlo Ho-ward P. Lovecraft exactamente dos siglos más tarde: "Severo como un profeta judío, y lacónicamente imperturbable como nadie hasta entonces" y quizás presagiara la descripción que Nathaniel Haw-thorne publicaría en 1835, en "La invocación de Alice Doane": "Ufano de su bien ganada fama, como el representante de todos los rasgos infames de su época; el hombre sanguinario en quien fueron concentrados aquellos vicios del espíritu y errores de opinión que bastaban para provocar la demencia de la turba circundante." También vería "desfilar a los inocentes que habrían de morir, y a los culpables que deberían envejecer por largo remordimiento". ¡Cómo olvidar al pastor George Burroughs que rezó lenta y piadosamente el Padrenuestro cuando iba a ser ejecutado! Tal acto era imposible para cualquier persona culpable de una alianza con el Diablo, él lo sabía bien, tanto como la multitud, tan conmovida que algunos pidieron suspender la ejecución. Pero Mather, montado en su caballo, proclamó que "el Diablo suele travestir a sus hijos co-mo ángeles de luz". Aquellas palabras fueron suficientes; bajo la mirada llorosa y confundida de quienes rodeaban el patíbulo, Burroughs fue ahorcado.
¡Cómo olvidar la terrible muerte de aquel Giles Cory, de 80 años! Al negarse a acusar de brujería a su esposa, Cory fue sometido a "el detector de mentiras", un brutal sistema que consistía en atar al acusado a cuatro postes a unos centímetros de suelo. Ante cada pregunta no contestada de acuerdo a las expectativas de los jueces se le colocaba una losa de piedra sobre la espalda, agregando todas las que fuera necesario. Si el acusado sobrevivía dos días se le consideraba inocente. Lógicamente nadie lo lograba y el viejo, Giles Cory no fue la excepción.
Aunque no había integrado el tribunal de Salem, Cotton Mather fue uno de los grandes protagonistas. En 1693, publicó "Las maravillas del Mundo Invisible" donde defendía aquella abominable cacería de brujas. Cuando años más tarde, en 1700, Robert Calef, un bautista de Boston escribió "Nuevas maravillas del Mundo Invisible", acusó a Mather como uno de los principales responsables. Éste usó toda su influencia para censurarlo. Primero evitó que se editara en Boston, luego, cuando de todos modos se publicó en Inglaterra y llegaron ejemplares a Massachusetts, logró que su padre Increase Mather, los quemara públicamente, en uno de sus últimos actos como Presidente de Harvard.
Ignoramos los últimos presentimientos de Cotton Mather, en aquel febrero de 1728.