Políticamente correcto

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Recorre América Latina -y nuestro país no es la excepción- un catálogo de frases hechas y seudoverdades que clasifican de un modo automático al ciudadano que ose pensar. En virtud de ese catecismo se es progresista o reaccionario, antiimperialista o vende patria, a juicio de núcleos que se siguen autodenominando de izquierda, pese a que la realidad les cambió el libreto en medio de las ruinas del llamado socialismo real, el único que existió, y cuyo invariable legado fue la pérdida de la libertad y la penuria económica.

Quien defienda hoy las llamadas "transferencias condicionadas" inmediatamente será un progresista. Esos programas, que bajo los más diversos nombres, "Planes Trabajar" o "Planes de Equidad", se han instalado en nuestros países, son la nueva panacea. Como el beneficiario recibe una cantidad de dinero salta inmediatamente de categoría y deja de ser "excluido" o víctima de la "pobreza extrema". Nada más confortable. Pero la realidad nos dice que se trata sólo de mejoría estadística, que esa persona no ha avanzado nada en su posibilidad de sustentarse, no se ha hecho más útil a sí mismo y a la sociedad, bastando que pierda la dádiva para que recaiga en su situación anterior. Por supuesto, las famosas condicionalidades poco o nada se controlan y la consecuencia acaba de evidenciarse de modo categórico en nuestro país, cuando el llamado Observatorio del Mercado Laboral del Ministerio de Trabajo, nos dice que el 80% de quienes reciben esa ayuda del Estado no aceptaron la oferta de trabajo que se les hizo. O sea que no se trata de un trabajador desocupado, sino simplemente de un mendigo presupuestado, que no está dispuesto a cambiar su posición, ante la mirada de sus hijos, que se van formando en esa lógica de renunciar al esfuerzo propio, en esa ética despectiva del trabajo que solo conduce al estancamiento y a la pobreza.

Quien hoy sostenga en nuestra América que debe bajarse la edad de imputabilidad de los menores, será tildado de reaccionario, porque no es progresista "satanizar a los jóvenes". No importa que la naturaleza del delito haya cambiado y que hoy suframos una delincuencia más joven y mucho más violenta. El consumo de drogas, el narcotráfico, el debilitamiento de la estructura familiar, hasta las patologías consumistas, han conducido a esta situación y la legislación no puede ignorar esa realidad. Los delincuentes son más jóvenes. ¿Dejamos inerme a la sociedad, especialmente a los más pobres, que son los que tienen menos posibilidades de defensa?

Por supuesto, no hay nada más reaccionario que los Informes PISA o cualquiera otra evaluación proveniente del mundo desarrollado. Como invariablemente aparecemos por debajo de España y Portugal, los de menor nivel en Europa, todo es una maniobra imperialista. Y se sostiene que debemos comparar el rendimiento de nuestros adolescentes con el de otros países subdesarrollados, nunca con los mejores, porque ellos -aparentemente- no son el espejo en el que mirarse. Los mejores resultados los alcanzan países como Corea o Finlandia, que no son las grandes potencias y han dejado atrás el subdesarrollo a fuerza de educar mejor a su gente. Ellos no merecen ser nuestra fuente de inspiración. Eso es -según el pensamiento político correcto- tender al "elitismo", a la búsqueda de una excelencia discriminatoria, a imponer una lógica mercantilista, porque se mide la capacitación y no el espíritu solidario, como si fueran términos contradictorios.

Desde ya que quien recuerde que los palestinos no tienen un Estado porque en 1948 -cuando Naciones Unidas creó dos Estados, el árabe y el judío- el mundo árabe rechazó esa creación, es alguien trasnochado. Si añade que la paz solo podrá construirse mediante el diálogo entre palestinos y árabes, es un yanquista despreciable o una simple víctima ingenua de la propaganda sionista. No importa si Israel es una democracia, como no lo son en cambio los países árabes en general u otros, como Irán, que sin ser árabes, llegan a la negación del Holocausto y de la existencia misma del Estado judío.

Los Derechos Humanos, por su parte, hoy son monopolio de quienes los violaron antes como guerrilleros o los violan hoy, groseramente, mediante el atropello a la prensa o a los partidos, como ocurre en Venezuela, Ecuador o hasta en Argentina. Una justicia teñida muchas veces de venganza persigue a militares de las dictaduras, con razón o sin ella, al tiempo que ignora sistemáticamente los horrores de las guerrillas. Hay muertos de primera y muertos de segunda. Quienes combatimos políticamente a las guerrillas tanto como a las dictaduras, no tenemos derecho a recordar el carácter antidemocrático de ambas. Eso es recaer en la "teoría de los dos demonios", que no se puede invocar sin hundirse en anatema. En nuestro país hasta se ha inventado que los tupamaros nacieron para combatir la dictadura, cuando ya estaban derrotados al instalarse ésta, y esto se repite y repite, aun en los liceos, construyendo una desinformación digna del estalinismo.

Muchas otras facetas componen este "pensamiento único" que sufre la sociedad contemporánea; catecismo de falsedades que sigue siendo el mayor enemigo de nuestro progreso, la sombra más oscura sobre nuestro porvenir.

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