CARLOS CIPRIANI LÓPEZ
Cerca de 5.000 piezas creadas en fábricas de azulejos europeas e ingresadas a Montevideo desde tiempos de la colonia constituyen el acervo de un museo nacional admirado por especialistas de todo el mundo.
Por la variedad y cantidad de piezas que tiene en exhibición, el Museo del Azulejo de Montevideo es el más importante del mundo, aunque existen otros 10 que lo superan en cantidad de reliquias reunidas.
El de Lisboa, por ejemplo, que es el más grande del planeta aunque sólo tiene en su acervo azulejos portugueses.
La decisión de crear un museo en la capital uruguaya se tomó hace casi 15 años, el 5 de noviembre de 1997, cuando el arquitecto y coleccionista Alejandro Artucio Urioste suscribió un convenio con la Intendencia de Montevideo y la fábrica de azulejos Metzen y Sena. En diciembre de 1998 fue inaugurado definitivamente, en una casa de la calle Cavia, junto a las oficinas municipales de la Comisión Especial Permanente de Pocitos. Funcionó allí hasta 2009, cuando se mudó al Centro, a la esquina de las calles Yí y Mercedes.
Pero, mientras la muestra permanente del museo pocitense apenas superaba las 1.500 piezas, en la nueva sede se muestran casi 5.000 azulejos fechados entre 1780 y 1930, procedentes de fábricas de muchas ciudades del mundo.
Los modelos que fueron usados en las viviendas coloniales, a fines del siglo XVIII, eran todos de origen catalán, pintados a mano. Más adelante se agregaron los valencianos, también pintados a mano.
Por 1840 comenzaron a importarse piezas napolitanas, y desde esa época hasta 1900, todos los azulejos llegaron por millones desde Desvres, departamento francés de Pas de Calais. Y eso fue así al punto que, en esa propia villa, en la actualidad casi no existen muestras de lo producido por sus fábricas, que tuvieron por principales clientes a Montevideo y Argel, según quedó documentado en los libros de exportaciones.
De lo producido en Desvres, el museo de Artucio tiene alrededor de 1.000 ejemplares diferentes, cosa que ha interesado a los más importantes coleccionistas franceses y promovido ya varios intercambios.
Sólo hay dos argentinos que tienen acervos similares al uruguayo, pero que nunca los expusieron al público.
Entre las piezas que acaso más deslumbren a los visitantes, en las vitrinas del museo están los azulejos art nouveau, que llegaron aquí hacia la entrada del siglo XX, enviados desde Inglaterra, Bélgica, Alemania y también Francia.
Dentro de lo producido en Europa desde 1900, se destacan los azulejos valencianos y los sevillanos. Estos últimos integraron importaciones masivas desde 1920 a 1930, cuando fueron edificados los barrios de Pocitos y Carrasco.
Todo esto y mucho más es lo que hoy cuenta de memoria el arquitecto Artucio, a cuyo empeño fervoroso se debe el tesoro que durante el año 2011 fue visto por 10.000 personas.
COLECCIONISTA NATO. Artucio, director técnico del museo desde que éste quedó abierto, comenzó a adquirir azulejos en 1964, recorriendo casas a punto de ser derrumbadas y barracas de demolición, contactándose con otros coleccionistas locales y después, con directores de diversos museos del mundo.
Antes de la mudanza a la calle Yí, en 2004 Artucio concretó una donación modal de todo su acervo a la Intendencia de Montevideo. Este contrato establece -por un lado- que él posee todos los derechos para el manejo del museo según su voluntad hasta que decida retirarse. Por otro lado, compromete a la comuna al mantenimiento del patrimonio y su exhibición, durante 30 años.
"Yo soy un coleccionista nato -confiesa Artucio-; de chico coleccioné tapitas de botellas, caracoles, cajas de fósforos, o aviones de armar. Lo de los azulejos fue un poco casual. Empecé un día cuando descubrí que iba a ser demolida una casa colonial de 1820, en la calle Reconquista. Me moví bastante para evitar eso, pero no lo conseguí. Lo que sí me dio el demoledor -de regalo- fueron algunos azulejos y la puerta de la casa".
La actual ubicación del museo, además del valor histórico y artístico de la obra que se custodia, ofrece una peculiaridad de orden familiar y arquitectónico. La edificación, de estilo moderno pero con ingredientes art déco, fue mandada construir en 1932 por el padre de Alejandro Artucio y proyectada por un primo mayor, el arquitecto y reconocido profesor universitario Leopoldo Carlos Artucio.
En los años `60, la casa fue adquirida primero por el Sindicato de la Aguja, y tiempo después por la Dirección Nacional de Aeronáutica Civil e Infraestructura Aeronáutica, que desde 1940 dependía del Ministerio de Defensa.
Durante años estuvo a la vez conectada con la vivienda lindera, la Casa Pérsico, obra del arquitecto Vilamajó que también había sido adquirida por la institución militar para sus oficinas.
Artucio recuerda que cuando la Intendencia le dio a elegir entre las dos viviendas para instalar y ampliar el museo, él optó en base a dos razones.
Porque la casa de la calle Yí había sido su lugar de nacimiento, en donde además su padre tuvo instalado un consultorio médico. Y también porque la Casa Pérsico no dispone de espacios tan amplios como la casa familiar, en donde son aprovechadas al máximo para la exposición las tres plantas, casi 600 metros cuadrados de construcción.
La amplitud de los espacios, que triplicaron el área disponible en la sede de la calle Cavia, permite organizar muestras de pintura, cerámica y escultura.
En 2012 se recibirán equipos y mobiliario para inaugurar una sala de conferencias.
EL ANTECEDENTE. Corrían los años `90 del siglo pasado cuando la colección de Artucio ya rondaba los 1.000 azulejos franceses. Entonces la dirección del Arboretum Lussich de Punta Ballena se interesó en organizar una exposición. Ante el éxito de ésta, la Intendencia de Maldonado demostró interés para darle carácter permanente, es decir fundar un museo.
Con el aporte de Artucio, quien llegó a prestar 350 piezas que poseía repetidas, más la colaboración del anticuario Daniel Vignoly y otro coleccionista, el doctor Juan Reneé Delger consiguió reunir más de 500 azulejos, aunque en tal caso, todos de origen francés.
El reciclaje de la "Casa Pérsico" será ejecutado en 2012
Con entrada por la calle Mercedes, la "Casa Pérsico", lindera con el Museo del Azulejo, llama la atención por un estilo ecléctico, que suma signos clásicos y modernos, y revela la influencia de la arquitectura española a través de múltiples elementos que se incrustan en su fachada. Son evidentes por ejemplo las referencias a la arquitectura morisca, de lo que da cuenta un balcón saliente, como los que se ven en Toledo. La proyectó el arquitecto Julio Vilamajó hacia 1926 y desde 1986 es Monumento Histórico Nacional. En diciembre de 2011, el Ministerio de Defensa cedió la casa en comodato al Ministerio de Relaciones Exteriores, que allí instalará una escuela de diplomacia (el Instituto Artigas del Servicio Exterior) y un archivo. Según el Director Nacional de Arquitectura del Ministerio de Transporte y Obras Públicas, el arquitecto Jorge Lima Valverde, el proyecto de reciclaje supone una suma de intervenciones complejas, que exigirán cateos previos para confirmar la viabilidad de las obras.
Una vez que termine la licencia de la construcción, y en caso de que no surjan contratiempos en obra, la readecuación del inmueble se llevará adelante por etapas. Se estima que a fines de 2012 queden terminados los trabajos dentro de la finca. En 2013 se iniciarían las tareas de restauración de las fachadas, que dan tanto a la calle Mercedes como a Yí. Originalmente, el caserón fue vivienda y consultorio odontológico de Augusto Pérsico.
La superficie del predio es de 230 metros, pero hay edificados 920 metros cuadrados.
Al igual que la casona donde hoy funciona el Museo del Azulejo, la "Casa Pérsico" fue parte de la sede de la Dirección de Aviación Civil del Ministerio de Defensa. Desde el año 2005 permanece cerrada. El plazo del comodato a favor de la Cancillería quedó estipulado en 15 años, y será renovable por otro período igual.