Acción sobre el tubo digestivo ayudaría a superar patologías

Segundo cerebro. Una red de neuronas vincula emociones y alimentos

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LETICIA COSTA DELGADO

El sentimiento del amor se describe con "mariposas en la panza"; cuando una persona siente que otra le cae mal dice que la tiene "acá" y señala su garganta. El sistema digestivo está mucho más presente en la vida cotidiana de lo que parece.

A tal punto que se habla de un "segundo cerebro": una red de neuronas y conexiones nerviosas que están presentes en el tubo digestivo aún en mayor cantidad que en el sistema nervioso central.

Sí, efectivamente. El sistema nervioso entérico, como se conoce a esta unión de células nerviosas, tiene más neuronas que el cerebro y la médula espinal. Y otro dato que sorprende: su área receptiva, expandida, es más amplia que la piel.

¿Por qué esta capacidad? Después de la piel, es la segunda fuente de comunicación del cuerpo con el exterior, (a través de los alimentos y bacterias que llegan por el tubo digestivo). Además, para lograr la absorción tiene que articular funciones de distintos órganos y sectores del tubo digestivo, contrayendo y distendiendo según su necesidad.

Y un aspecto que lo complejiza aún más: comer es un hecho social, un acto en el que inciden directamente las emociones. No es lo mismo comer un plato pesado en vacaciones que hacerlo en un día de mucho estrés laboral.

Toda esta red de funciones, habilidades y vivencias integradas tan naturalmente a las personas que han pasado a formar parte del lenguaje popular, han llevado a la gastroenterología a bucear en el "segundo cerebro" en busca de reacciones que puedan estar incidiendo o puedan servir para mejorar el tratamiento de enfermedades.

Allí está el objeto de estudio de la neurogastroenterología, disciplina que analiza la comunicación entre el cerebro central y el tubo digestivo. Sus líneas de investigación abarcan patologías tan diversas como la epilepsia, el Parkinson los infartos cardíacos y la depresión.

En Uruguay esta disciplina no existe como tal pero este año la cátedra de Gastroenterología de la Facultad de Medicina comenzará a realizar investigaciones con el Instituto Bustos Fernández, centro argentino dirigido por Luis Bustos Fernández, miembro fundador de la Sociedad Latinoamericana de Neurogastroenterología, red creada en el año 2006 (ver nota aparte).

PARA SENTIR. Para el especialista argentino uno de los aspectos más interesantes del tubo digestivo es que es principalmente sensitivo. A saber, todos los aparatos tienen fibras sensitivas y motoras. Unas realizan una acción en respuesta de una orden y las otras están alertas a las sensaciones. En el tubo digestivo 90% son sensitivas y solo 10% son motoras.

"El aparato digestivo se hizo principalmente para sentir", subraya Bustos Fernández en diálogo con El País. "Lo que pasa es que este `exceso de sensibilidad` a veces lleva a que uno pase muchos sentimientos a través del aparato digestivo".

Por eso, cuando alguien está comiendo y le traen una mala noticia, la comida le cae mal. "De la misma manera que cuando estás mal anímicamente te traen un problema y te hacés un mundo, y cuando estás con toda la fortaleza anímica te enfrentás ante cualquier conflicto. En el tubo digestivo pasa lo mismo", ilustra el especialista.

Pero las reacciones y los efectos del estrés van mucho más allá de un proceso de mala digestión o de acidez estomacal. El estrés emocional varía "la permeabilidad". "¿Qué es la permeabilidad? Es la capacidad que tiene el tubo digestivo de actuar como si fuera una pared, dividiendo el medio interno del externo", explica Bustos Fernández.

Cuando aparece el estrés esa permeabilidad se modifica. Y al recibir un alimento la respuesta que el cuerpo debería tener, liberando sustancias y neurotransmisores específicos en concentraciones puntuales, se altera.

"Se ha visto que esta respuesta por liberación de neurotransmisores, que se llama respuesta inflamatoria, actúa sobre distintos órganos", comenta Bustos Fernández.

Lo de "distintos órganos" es literal. Puede afectar al aparato urinario incidiendo en el desarrollo de cistitis intersticial (inflamación de la pared de la vejiga), al sistema locomotor, provocando fibromialgia (cansancio crónico) o al sistema nervioso central en lo que son las migrañas de origen desconocido. Son "cosas que aparentemente no tienen relación pero podrían llegar a tener una relación indirecta", apunta Bustos Fernández, integrante del Functional Brain-Gut Research Group, agrupación internacional de investigadores.

PROBIÓTICOS. Si la liberación desmedida de sustancias en el tubo digestivo provoca reacciones adversas, quizás, la liberación o el estímulo de determinados microorganismos produzca efectos positivos.

Ese es el concepto básico de la mayoría de las investigaciones impulsadas en la disciplina. "Tienen que ver con los probióticos, que son las bacterias buenas que tenemos en el aparato digestivo y que uno las ingiere con los yogures", comenta el técnico argentino.

Laboratorios de distintas partes del mundo trabajan en probióticos para generar efectos específicos. Un estudio reciente en ratas, por ejemplo, analizó la relación entre estas bacterias y los infartos.

Como consecuencia del infarto los animales entraban en depresión, estado vinculado a su vez a un problema del sistema nervioso central. Los antidepresivos mejoraban la depresión, pero el probiótico también. ¿Cómo? La clave estaría en la respuesta inflamatoria del tubo digestivo, en la acción del segundo cerebro.

Estudios podrían cambiar terapias

Durante 2012 la Facultad de Medicina de la Universidad de la República trabajará junto al instituto del argentino Bustos Fernández en un proyecto de investigación sobre la acción de determinados antibióticos en el tratamiento del Síndrome de Colon Irritable, enfermedad que provoca cólicos y dolor abdominal y es responsable del 40% de las consultas gastroenterológicas.

Una de las hipótesis vinculada a la patología apunta a una alteración en la relación entre el cerebro central y el "segundo cerebro", red de neuronas del tubo digestivo.

Los investigadores evaluarán la relación entre la acción de ciertos antibióticos que no son absorbibles (no pasan al organismo), los neurotransmisores liberados en el intestino y la presencia de ciertas bacterias. Las conclusiones podrían modificar terapias.

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