Jorge Abbondanza
El año pasado, Brasil desalojó al Reino Unido del sexto lugar entre las mayores economías del mundo, con lo cual se despega del resto de Latinoamérica y entra a jugar con los grandes, empezando por el BRIC (Brasil, Rusia, India, China) que lo empareja con tres gigantes. Es que Brasil tiene más de 8 millones de kilómetros cuadrados de superficie y aloja dentro de ella a más de 200 millones de habitantes. Ese cetáceo se jacta con razón de haber aterrizado en la modernidad, de mantener en pie su sistema democrático luego de dos largas décadas de dictadura militar y de exhibir un PBI en veloz crecimiento. No todo es fulgurante, sin embargo.
El martes 31 de enero comenzó en la ciudad de Salvador (Bahía) una huelga de la policía que dejó al lugar sin la custodia de 10.000 efectivos. En las siguientes 30 horas se cometieron 59 asesinatos (que serían 93 en los 6 días posteriores), además de saqueos, disturbios, incendios y secuestros extorsivos, demostrando que la zona era una bomba de tiempo dispuesta a estallar cuando aflojara la vigilancia. El gobierno envió a 3.500 uniformados para reprimir a los bahianos y preparó una fuerza adicional de 4.000 por si hace falta. Pero el sábado 4 había temor de que los desórdenes se extendieran a Río de Janeiro, 15 días antes de que comience el famoso Carnaval en ambas capitales. Las reservas turísticas para esa fiesta siguen cancelándose en Bahía.
El jueves 2 renunció el ministro de Ciudades, bajo acusaciones de corrupción. Por cargos similares, entre junio y diciembre de 2011 habían dimitido otros seis ministros del gabinete nacional, los titulares de Deportes, Transporte, Turismo, Trabajo y Agricultura, además del jefe de Gobierno. Ese múltiple quebranto para la gestión de la presidenta brasileña, denota el auge de los sobornos y del desvío de fondos en la casta política del país. El hecho golpea doblemente la preparación del Campeonato Mundial de fútbol -a celebrarse en Río en 2014- porque se fue no solo el ministro de Deportes sino además el de Ciudades, encargado de coordinar las obras para esa Copa. Golpea asimismo los planes (ya en marcha) para los Juegos Olímpicos, que también se harán en Río en 2016.
La cercanía de esos certámenes mundiales preocupa a las autoridades, porque están librando una larga batalla por el control de las favelas cariocas, esas zonas conflictivas enquistadas en plena ciudad, donde anida el narcotráfico y donde la violencia armada es una amenaza latente. De hecho, en Brasil se produjeron 35.233 asesinatos con armas de fuego durante 2010 y la cifra no pareció disminuir en 2011. Esa cantidad significa el 70% de los 49.932 homicidios cometidos en total durante aquel año. Allí radican algunos de los contrastes de la situación brasileña, brillante por fuera pero inquietante por dentro, como desnivel típico de un proceso de desarrollo que a pesar de todo sigue adelante.