Para construir el futuro

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HERNÁN SORHUET GELÓS

La realización de la Cumbre RIO+20 en junio de este año, por lo menos servirá para que los líderes de las naciones del planeta realicen una evaluación de sus políticas y estrategias de desarrollo, de cara a lo que se viene.

La pobreza, el cambio climático, la degradación de los recursos naturales, la crisis energética, son algunos de los desafíos que condicionan el futuro de los pueblos. La complejidad del reto radica en que estos grandes problemas están estrechamente vinculados entre sí, aunque casi siempre han sido abordados de manera separada.

Pero este no es el único obstáculo. Estamos aferrados a un modelo de desarrollo globalizado que no es sustentable, sin importar por dónde se lo mire. Parte de premisas equivocadas, como que el crecimiento puede ser indefinido, los recursos son infinitos, no hay que preocuparse demasiado por los grandes problemas -como el calentamiento global- porque la tecnología los solucionará, o que disponemos de tiempo para pensar en cambios de fondo en la matriz energética o en la gestión eficiente de los recursos hídricos.

Asimismo, la última grave crisis mundial nos enseñó que hay que tomar muy en serio el funcionamiento del "mundo" financiero, porque los ilícitos, errores y excesos cometidos en él, provocan graves impactos en todos los estamentos de la sociedad, especialmente los más vulnerables.

Si algo caracteriza a nuestro mundo es el sobreconsumo actual. En medio siglo la economía creció cuatro veces, mientras que la humanidad saltó de 3.000 millones de personas a 7.000.

La consecuencia directa de esta realidad es que se registra una presión excesiva sobre los recursos y sistemas. Algunas de sus consecuencias evidentes son la crisis de disponibilidad de alimentos, el aumento de precios, la disminución de la agricultura, deterioro de los bancos de pesca, disminución de los acuíferos, erosión de los suelos y desertificación de las sabanas y praderas del planeta.

Es un error pensar que lo único importante es lograr inversiones, generar puestos de trabajo, aumentar el PBI. El mundo real es mucho más que indicadores económicos y estrategias financieras. Impone una lógica físico-química-biológica-ecológica, que es la base de la estructura y el funcionamiento del mundo del cual formamos parte.

Al mismo tiempo tenemos que lograr erradicar la pobreza, disminuir las emisiones de gases de invernadero, equilibrar el crecimiento poblacional de la humanidad, estabilizar los sistemas naturales hidrológicos, del suelo y del aire, detener la degradación de la diversidad biológica, elevar la calidad de vida de los pueblos, algo que por cierto le resulta desconocido a la economía.

Basta recordar que un gran derrame petrolero por un lado es un desastre ambiental de enorme proporción, y por otro, su peculiar consideración económica desemboca en que eleve el PBI de las naciones involucradas.

Sabemos que tenemos que abandonar el petróleo pero no estamos dispuestos a hacerlo. Sabemos que el modelo de desarrollo imperante no tiene futuro porque es insostenible en su esencia, pero nadie está dispuesto a cambiarlo porque sigue brindando atractivas posibilidades individuales en el presente.

En esencia, la gente no desea preocuparse por el futuro, algo que seguramente quedará reflejado en la cumbre de junio.

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