El proteccionismo argentino

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HEBERT GATTO

Día a día acrece la preocupación del gobierno uruguayo con las medidas económicas de su par argentino. De las relaciones carnales entre los presidentes, que en algún momento produjeron buenos resultados, muy rápidamente se ha ingresado al enfriamiento y a un cierto clima separatista que ronda el connubio. No solamente el comercio de bienes sino que la exportación de servicios están ahora comprometidos por la política argentina. Al tiempo que cada vez con mayor cercanía se siente la amenaza de dificultar el turismo, imponiendo trabas a los viajeros, como si se reprodujera el viejo proteccionismo de los cincuenta, cuando Prebisch y las recetas de la Cepal, campeaban por sus fueros. O incluso antes, cuando Juan Domingo Perón, dificultaba el arribo de nuestros vecinos. La diferencia es que aquella política era producto de una decisión soberana del estado vecino y de un clima de época; mientras la actual es forzada y anacrónica.

La Argentina cercada por los errores de sus sucesivos gobiernos, incluyendo al primero de la dinastía K, declaró el "default" y ahora, carente de cualquier financiación externa, sufre las consecuencias de su irresponsabilidad. Como un molusco asustado se cierra sobre sí misma buscando, en un mundo globalizado, la imposible autarquía. Lo malo es que con semejante política, que según la Presidenta inaugura una nueva teoría económica demostrativa de la inédita creatividad del peronismo, causa un mal a todos incluyendo a su propio país.

Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, están ligados por un Tratado de Comercio que se firmó con la perspectiva de llegar un día a una unidad más sólida. Tal como lo hizo Europa. Un tratado que alentaba ambiciones de desandar el camino de la separación y el extrañamiento de las patrias para retornar gradualmente, en una epopeya retroactiva, a la perdida república latinoamericana. Aquella soñada por los próceres que, según se decía, la larga mano del imperialismo había frustrado, imponiéndonos tantas naciones independientes como necesitaban las metrópolis para dominarnos. Es ese sueño en gran medida utópico pero inspirador, el que la dura realidad de este momento, ha puesto en cuestión.

Vivimos en un mundo imperfecto donde los intereses, tal como los interpretan los populismos nacionalistas, priman sobre la razón. El sueño latinoamericanista, o el más modesto de una comunidad económica, se encuentran por eso doblemente jaqueados. En primer lugar por una contumaz dejación del derecho del que los gobiernos argentinos son exponente privilegiado. Nada se puede construir, cuando quienes participan de una empresa común no respetan las normas constitutivas. Como ocurre en el Mercosur, donde para el oficialismo vecino, no existen compromisos, laudos, ni instituciones.

Por otro lado y como decíamos, la crisis es aun más profunda. La solidaridad hemisférica, el reconocimiento que los derechos ajenos valen tanto como los propios, no rige por estos lares. Y no lo hace porque la moral que regula las relaciones interpersonales y que hace posible la vida social no tiene vigencia en el ámbito internacional. En tales condiciones poco se puede esperar. Pese a lo cual Uruguay debe mantener una serena política principista, ajena a ideologías, que no equivale ni a la indefensión ni al ruego. Esa tradición es su mejor capital.

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