HERNÁN BONILLA
En nuestros debates cotidianos muchas veces utilizamos etiquetas que, en más de una ocasión, buscan descalificar al adversario. Así, por ejemplo, alguien que opina que los monopolios son malos es un "neoliberal insensible" o quien propone la intervención del Estado en un mercado es un "socialista retrógrado". En cualquier caso con una carga notoriamente peyorativa.
En el otro extremo están las definiciones tan amplias que pueden incluir a cualquiera. Si los liberales son los partidarios de la Libertad, los conservadores son los defensores de nuestros mejores valores y los socialistas los promotores de la solidaridad ¡quién no quiere ser las tres cosas!
Y sin embargo, el fin de la historia nunca llegó, y las ideas siguen pesando y todos somos esclavos de pensadores muertos, como argumentó Keynes, sepámoslo o no. Y es que no saber a qué ideología corresponden nuestras ideas no es independencia de criterio, es mera ignorancia.
¿A qué viene todo esto? En los últimos días en distintos medios de comunicación vi usar las tres palabras del título con distintos significados. A modo de ejemplo, ¿El Frente Amplio es un partido conservador? Si la definición de conservador es defensor del statu quo de la sociedad sin dudas lo es. Pero si Reagan y Thatcher son conservadores evidentemente no. Entonces, salvo que explicitemos en cada caso que queremos decir la logomaquia nos puede conducir a confusiones importantes.
Para evitarlo, Hayek da una clasificación muy útil, por cierto mucho más que la simple izquierda - derecha que tantas veces oscurece más de lo que aclara. Consiste en ver qué valor le da cada ideología a la tradición. Los conservadores serían quienes piensan que la tradición tiene un valor superior a la razón y por tanto se atienen a ella, como fuente de verdad.
Los socialistas serían quienes piensan que la tradición no tiene ningún valor y por lo tanto la razón puede crear mejores soluciones a tabla rasa, sin tener en cuenta el pasado. Los liberales serían quienes piensan que la tradición brinda información útil sobre la forma en que los hombres resolvieron sus problemas en el pasado, pero no necesariamente la mejor para todos los casos.
En este sentido, no conviene contrariarla cuando funcionó bien (aún en los casos en que no la terminemos de entender), pero eso no quiere decir no sea susceptible de modificaciones. Es más, existen sociedades enteras que han desaparecido por atenerse a sus "tradiciones" cuando estas ya no se adaptaban a la realidad en que vivían.
Mientras que los conservadores pueden morir atados al mástil por seguir fórmulas anacrónicas, el error de los socialistas es el contrario. No tomar en cuenta la valiosa información que acumularon generaciones de seres humanos a través de un extenso proceso de prueba y error también conduce al desastre. Los impulsos refundacionales o la confianza excesiva en la razón para diseñar soluciones de ingeniería social pretendidamente superiores a la acción descentralizada de los hombres han demostrado ser un rotundo fracaso.
La clasificación de Hayek resulta entonces útil para el análisis y fácil de aplicar. De paso nos lleva de la mano a una conclusión local e ineludible; en Uruguay nos sobran conservadores y socialistas, y nos faltan liberales.
Lo que explica muchas cosas…