Una nueva civilización urbana

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Dentro del cúmulo de noticias internacionales que regularmente invaden los diarios, hace unos meses pasó relativamente desapercibida una en la que se informaba que por primera vez China, uno de los gigantes de la economía moderna, pese a no vivir en un estado de indigencia rural, contaba con más población urbana que rural, debido a una urbanización que se calificaba de desenfrenada y a un éxodo masivo que no dejaba de plantear numerosos problemas.

En el país más poblado del mundo, hace treinta años sólo un chino de cada cinco vivía en la ciudad; en el 2011 tenía 690,79 millones de personas en las ciudades y 656,56 millones en el campo en una cifra que había alcanzado al 26% en 1990, el 36% en el 2000 y ahora, de acuerdo al último censo, con una población total de 1.347 millones de los cuales el 51,27% habita en las ciudades, estimándose que en el 2020 seguirá creciendo para alcanzar los 800 millones. Esos números y porcentajes que pueden parecer indiferentes, se inscriben en una metamorfosis muy importante en la historia de las civilizaciones, sobre la que el Banco Mundial ha llamado la atención y que tiene repercusiones no sólo en la economía sino también en el mundo de las ideas, que los estudiosos han identificado como una nueva civilización.

Guy Sorman ha recordado así que este nuevo hecho transforma la vida familiar, que pasa de simple familia ampliada a familia con padres e hijos, donde crece la distancia entre las generaciones y el sentimiento comunitario se evapora. La relación con el trabajo pasa del ritmo de las estaciones al compás de los relojes y las computadoras; la vida religiosa se simplifica y las convicciones ideológicas evolucionan, ya que el campo es más conservador mientras que las ciudades favorecen las inclinaciones liberales o progresistas; el nivel educativo se eleva junto al de los conocimientos y la información, no siendo un fenómeno menor que la economía y la productividad se incrementan por la urbanización, lo que debe ser un hecho a tener en cuenta en los mercados.

No deben ser ajenos a aquellos datos objetivos, otros recientes que han estremecido precisamente a China y conmovido al mundo, que parecían imposibles hace varios años y que van desde una crisis en el gobierno ante un cambio de autoridades hasta la destitución de un popular jefe zonal y el arresto de su esposa, sospechosa del asesinato de un ciudadano británico y denuncias de casos de corrupción, cuya filtración hubieran sido imposible tiempo atrás. Incluso la fuga de un disidente ciego, detenido en su casa por discrepar con la política del hijo único y que pretende dejar su país en el avión de Hillary Clinton, dan cuenta de que algo pasa en China y que hay que estar preparado para ello.

Ese cielo no se tapa con el arnero de cerrar sitios de Internet o intensificar la censura, sino que por el contrario, y precisamente, se agravan con ello, por lo que Occidente y los países pequeños, sobre todo, deben estar alertas ante las posibilidades comerciales que se abren. Los banqueros chinos no sólo abastecen a Estados Unidos sino que además hay bocas y espíritus esperando dentro de ella ser alimentadas por Occidente. En vez de que el socialismo destruya Europa, el mundo libre debe alimentar a los sobrevivientes de aquellos seiscientos millones de muertos que Mao enterró con su Revolución Cultural, convocada, según él, para "inaugurar mil años de felicidad" y los tres mil que murieron el 4 de junio de 1989, aplastados por los tanques en la Plaza de Tiananmen, que deben estar sonriendo en sus cielos ante la comprobación de estos hechos por los que lucharon.

Puede causar sorpresa que un hecho aparentemente tan anodino como el que se comenta, dé lugar a conclusiones tan trascendentes y que una de ellas sea que el socialismo -la gran utopía de las últimas generaciones como la califica Hayek, con tantos puntos en común con el nacionalsocialismo de Hitler y el fascismo de Mussolini-, tienda a desaparecer. Lo que no pudo lograr la democracia de un solo golpe, lo está consiguiendo el tiempo que sigue siendo un gran gentilhombre, y que aún con bombín negro y el bastón de las ideas, sigue transformando el mundo, afectado aún por la imbecilidad de algunos hombres.

Los chinos se merecen todo esos cambios y mucho más.

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