HERNÁN BONILLA
La historia de la humanidad es fecunda en errores recurrentes. Lamentablemente, los pensadores de la ilustración se equivocaron y la razón no disipa las tinieblas de la ignorancia de una vez y para siempre. El progreso no es ni ineluctable ni lineal y aunque en el largo plazo avancemos, los recodos del camino a veces son tan pronunciados que vivimos años o décadas de retroceso.
Eso es lo que está ocurriendo hoy en varios países de América Latina. Mientras algunos van mejorando sus instituciones políticas y económicas otros emprenden empecinadamente rumbos equivocados que ya conocieron en el pasado.
De las múltiples facetas que tiene el tema, una de las más llamativas es el del nuevo empuje proteccionista. Muchos economistas pensamos que era una etapa superada, pero de la mano del populismo una vez más campea por nuestro continente.
La ausencia de la libertad política, el proteccionismo y el estatismo están íntimamente relacionados. Un gobierno populista y de tendencia totalitaria procurará obtener recursos de dónde sea, aun al precio del bienestar de su pueblo. Para conseguir esos recursos y dominar a la sociedad necesita controlar los principales resortes de la economía y por lo tanto será estatista. Y si es partidario de la intervención del estado en general lo será en particular en el comercio exterior y en consecuencia será proteccionista. Puede haber excepciones pero ésta es la regla.
Aunque está absolutamente probado que el proteccionismo reduce la tasa de crecimiento de un país en el largo plazo, es popular. Se puede argüir la defensa del trabajo nacional frente a la competencia -siempre desleal- de los extranjeros, que genera fuentes de trabajo, agrega cadenas de valor, desarrollo tecnológico y, el 2 de la muestra, contribuye a lograr un país productivo con justicia social.
Y sin embargo todo esto es mentira. El problema está en que mientras las consecuencias positivas de una medida proteccionista son visibles y concretas los beneficios de no haberla tomado no lo son. Por ejemplo, si se protege un producto determinado y se comienza a producir en el país se verán los empleos que genera, las empresas que se abren y el gobierno de turno cortando cintas. Pero eso tiene un costo. El producto se pagará más caro, será de calidad inferior e incluso posiblemente haya que subsidiarlo. En cambio si no se protegiera esa industria lo que sucede es que cada persona tiene algunos pesos más en el bolsillo (al pagar el artículo más barato y no pagar el subsidio) y lo gasta en almacenes, carpinterías, bares, etc. a lo largo y ancho del país. Vale decir, gana el sector protegido pero pierde todo el resto de la sociedad. Lo difícil de explicar es que mientras que los trabajos "creados" por el proteccionismo se ven, los que se pierden no, y el bienestar del país en su conjunto disminuye.
En el fondo del asunto está la incomprensión del funcionamiento del mercado, la contraposición de los intereses de corto plazo de los gobiernos con los de largo plazo de los países y las falacias económicas que se niegan a morir. El populismo y sus males aledaños encuentran terreno fértil en las democracias débiles y economías mercantilistas. Por eso es fundamental construir buenas instituciones que den el marco general a una sociedad libre, no para evitar malos gobiernos, sino para que cuando lleguen hagan el menor daño posible.
La ausencia de libertad política, el proteccionismo y el estatismo están muy relacionados.