Van 50 rapiñas. La última fue el viernes pasado. Se baleó cinco veces con delincuentes, entregó seis a la Policía y mato a uno. Ahora piensa cerrar la tienda de repuestos de autos de la que es dueño para "vivir tranquilo" los años que le quedan.
"Nunca pensé que por tener un negocio iba a terminar corriendo ladrones, agarrando ladrones, tiroteándome con ladrones", dice Leonardo Curzio.
No vive en el Lejano Oeste. Vive en Montevideo, en Avenida Belloni y Avenida de las Instrucciones, en una casa que construyó detrás de su comercio de repuestos de automóviles harto de los saqueos nocturnos. Allí lo han robado 50 veces.
Es al que más han robado pero no es al único. "El miércoles de la semana anterior robaron la carnicería de enfrente, el jueves la panadería y el viernes la farmacia. A otra panadería que está a la vuelta la roban todos los domingos de mañana", cuenta.
"Me siento un viejo idiota", dice Curzio. "En lo poquito que he estudiado la Constitución dice que el Estado nos tiene que dar seguridad. Eso no lo están cumpliendo. Si uno trabaja, paga los impuestos, cumple con todo como ciudadano, como tiene que ser, del otro lado tiene que haber respuesta".
En su barrio no la hay. Según, el comerciante, la Policía es insuficiente y no está entrenada para dar respuesta a la actividad criminal.
"Hay una casquete policial, un policía que da una vuelta en las mañanas y en la tarde pasa otro par, pero lo que se precisa son Coraceros o un grupo entrenado", afirma.
VARIEDAD. Hace 20 años que la tienda de repuestos está instalada en el mismo lugar y hace 30 años que la familia Curzio vive en la zona. Entonces, las familias dejaban las puertas sin trancar y los robos eran meramente ocasionales. "El cambio más importante fue en los últimos diez años. Han robado a todo el mundo", dice.
Él ya no se asusta, no como se asustó la primera vez. Ese día un hombre se paró en la puerta del local, de adentro de la campera sacó un revolver cromado y le pidió el dinero y la billetera.
"Le pedí que me dejara los documentos y se enojó. Dio la vuelta y me golpeó con el arma en la cabeza", recuerda. "Cuando se fue, yo quería hablar por teléfono, pero no podía acordarme del número de casa, no sabía dónde estaba o cómo me llamaba y me brotaba la sangre de la cabeza. Después de ese robo, cuando un cliente sacaba la billetera de adentro de la campera, se me aflojaban las piernas".
Los robos han sido con suerte diversa. En varias oportunidades él detuvo a los delincuentes. Una de ellas fue la primera vez que intentaron robarle el auto. Entonces eran tres contra él, y él los entregó atados con una cuerda prestada por un vecino.
Los ladrones del barrio no distinguen circunstancias y eso lo apena. El día en que falleció su hijo y el local cerró por duelo, los ladrones alertados de la desgraciada circunstancia intentaron abrir un boquete en la pared. Algunos vecinos los detuvieron. Sin embargo, los ladrones fueron liberados.
Cierto domingo en la noche sonó la alarma y le avisaron desde la empresa de seguridad. A la media hora, le confirmaron que no era nada.
"Pero cuando el lunes llegué al local me habían abierto el techo. Lo mejor es que tenía una esquela de la empresa que decía `Sin notificación`", cuenta ya sin resabios de incredulidad.
Las armas en el negocio, vinieron después de las armas en su antigua casa, una chacra cerca del arroyo Toledo Chico, a tres kilómetros del local. Allí los copamientos eran ley.
"O tenías armas, o te llevaban a vos", cuenta Curzio. Pero antes él fue a la comisaría con actas de vecinos, a la Comisión de Seguridad Ciudadana, llamó al Ministerio del Interior e incluso a Presidencia de la República. De cada asalto, Curzio ha dejado constancia, denuncia de por medio. Y eso le sirvió cuando la pelea fue de vida o muerte. (Ver columna aparte).
"Yo no soy un cowboy, no me gusta hacer alarde, pero soy de los que pienso que me tengo que defender. El Estado no me puede acusar por defenderme cuando no cumplen con lo pactado en la Constitución", opina.
SIN CONSTITUCIÓN. En cada robo que Curzio menciona despliega una serie de anécdotas que dejan en claro su instinto de supervivencia y ponen en tela de juicio sus 63 años.
"Yo soy de un carácter que no puedo tolerar que me lleven las cosas, porque hice un enorme sacrificio para tener lo poquito que tenemos con mi mujer", trata de explicarse.
Probablemente ese carácter sea el que está detrás de su valentía. Pero los años también están y se sienten. "Ya estoy viejo. No me quiero jugar la vida. ¿Cuántos años más me quedan? Cinco, tres, dos.... quiero estar tranquilo", dice.
Esa reflexión es reciente. Tiene tres días. Es el resultado inmediato del último robo, del que fue víctima el viernes pasado mientras atendía a una persona detrás del mostrador.
Dos motos pararon de golpe frente al negocio y dos hombres se bajaron de ellas con revólveres en la mano. "Quédense quietos y tírense al piso", cuenta que dijeron. "Yo me tiré al piso atrás del mostrador, fui gateando hasta donde tengo la pistola nueve milímetros", relata.
Del otro lado del mostrador estaba un cliente, pero Curzio no podía ver en qué lugar. Por eso no se animó a disparar. Sin embargo, al ver el movimiento, uno de los delincuentes sí lo hizo contra él. El tiro dio en una lata de grasa que estaba a 15 centímetros de su cabeza.
Desde entonces, la idea de cerrar el negocio a fin de año, comprar una casa en Piriápolis, mudarse para allí y jubilarse está fija en su cabeza.
"No somos millonarios, pero con lo que tenemos podemos vivir bien", explica Curzio. "El problema es que la gente que puede invertir, trabajar y darle trabajo a otro no lo hace. Si cierro el comercio, dejo a un joven sin trabajo y yo no aporto. Y no me parece justo. Yo no tengo que tener alarmas, guardias de seguridad y seguro. Yo tengo que poder trabajar".
UN NEGOCIO DE RIESGO EN TOLEDO CHICO
Leonardo Curzio tiene desde hace 20 años una tienda de repuestos de automóviles en Avenida Belloni y Avenida de las Instrucciones
Le han robado 50 veces y se ha baleado con delincuentes en cinco oportunidades.
Hace ocho años asesinó a un ladrón cuando, una noche junto con otros, ingresaba al local y se robaba los productos
El caso fue considerado legítima defensa y Curzio no fue a prisión.
Hace dos años, el día en que velaba a su hijo, los ladrones aprovecharon el duelo comercial para abrir un boquete en una pared del negocio. Fueron detenidos en un arresto ciudadano por algunos vecinos que los entregaron a la Policía.
Antes vivía en una chacra a 3 km. del local, pero se mudó para no tener que quedarse a custodiar por las noches.
El viernes pasado fue asaltado nuevamente. En la rapiña uno de los ladrones le disparó. La bala pasó a 15 centímetros de su cabeza.
La semana anterior habían asaltado la panadería, la carnicería y la farmacia de enfrente al negocio.
Ahora, Curzio piensa cerrar el negocio cuando termine el año, jubilarse e irse a vivir a Piriápolis.
Legítima defensa y un muy mal trago
"Pueden pasar solo dos cosas", piensa Leonardo Curzio, "que yo los mate a ellos o que ellos me maten a mí". Por eso, dice, no siente miedo, porque por esa situación ya pasó. Él mató a un delincuente, pero fue en legítima defensa.
Fue hace ocho años. Entonces, Curzio todavía vivía en una chacra cerca del arroyo Toledo Chico, a tres kilómetros y medio de su negocio de repuestos para automóviles ubicado en la Avenida Belloni y Avenida de las Instrucciones.
Para evitar los robos, contrataba a un guardia de seguridad que custodiaba por las noches el local. Pero, como el dinero no le alcanzaba para pagar el servicio todos los días, él alternaba con su empleado.
"Un día se quedaba él y otro día me quedaba yo. El tema fue que los que no sabían pensaban que el guardia venía alternado y el local el resto de los días quedaba solo", explica ahora. "Ese día, los que venían pensaban que no había nadie".
Esa noche, los ladrones empezaron a golpear y abrieron al puerta. "Me desperté y sentí un ruido y me quedé en la cama escuchando y sentí otro ruido más. Agarré el revolver y me fui para el frente del local", recuerda el propietario.
Curzio se ubicó detrás de una puerta y preguntó "¿quién está ahí?". La respuesta fue una balacera en su dirección. "Entonces saqué el brazo y, como yo conocía de memoria cómo era el local, tiré para la puerta y le di a uno". Cuatro balas salieron de su revolver. Tres quedaron en uno de los delincuentes.
Los ladrones salieron en el auto cargado y huyeron, salvo el herido que, apenas caminó unos pasos, cayó muerto. Entonces, Curzio llamó a la Policía.
"Me llevaron al juzgado y cuando entré me dijeron `acusado de asesinato`, ¿sabe cómo me sentí?", rememora. "Lo único que me faltaba era que me metieran en la cárcel por asesino".
Lo llevaron a un calabozo, "que es como una jaula grandota de fierro, todo barrotes", dice. Compartió el lugar con los delincuentes que ese día estaban en el juzgado.
"Contaban lo que habían hecho y ya se sabían las penas que les iban a dar. Uno me preguntó qué había hecho yo. Dije que había matado a uno, pero no aclaré. Al otro día fui y el juez me dijo que no me hiciera problema. Los nervios igual los pasé".