El día que Artigas volvió a la plaza

Traslado del Prócer. Una multitud acompañó los restos escoltados por el Regimiento de Blandengues. La ceremonia fue breve y puntual, en medio de la Plaza Independencia vallada

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RENZO ROSSELLO

"Son huesos, son polvo, son las cenizas de aquella gran llamarada de libertad que iluminó las tierras rioplatenses, son la viva impresión del jefe de los orientales y protector de los pueblos libres", comenzó el historiador Daniel Vidart en la plaza.

Cientos, probablemente miles, se agolpaban a lo largo de la avenida para ver el paso de la cureña. Algunos emocionados, otros contagiados del espíritu festivo, la mayoría tomando fotos o filmando con sus celulares o cámaras de bolsillo. Otros caminando por las veredas puestos a lo suyo, e incluso con esa mueca de escepticismo tan propia de los montevideanos. O cuestionadores como la joven que le comentó a la amiga que caminaba a su lado: "¿Pero es que en este país nadie trabaja?". Ninguno indiferente al paso de la abigarrada caravana que guió los restos del Prócer José Gervasio Artigas desde su estadía temporal en el Palacio Legislativo hasta el remozado Mausoleo bajo la superficie de la Plaza Independencia y la estatua ecuestre que lo inmortaliza.

La comitiva, como el protocolo lo indica, era encabezada por los efectivos del Regimiento de Blandengues que con su uniforme de gala flanqueaban y custodiaban a pie y a caballo la cureña que transportaba la urna con los restos. La novedad desde el punto de vista protocolar fue que la custodia directa de la urna estuvo a cargo de un grupo de integrantes del Servicio de Seguridad Presidencial (SSP), con su característico traje negro y camisa blanca sin corbata. A los lados y en un celoso cordón humano de hombres y mujeres de remeras rojas con gorras de color blanco y la bandera artiguista impresa en ellos, militantes de algunos de los sindicatos más poderosos del Pit-Cnt, como el Sunca, impedía (a veces de no muy buenos modos) que el público ganara la calle. Y por último, detrás y rodeado por cientos de escolares caminaba el presidente José Mujica en un sobrio traje azul oscuro y sus gastados zapatos color marrón.

Esta fue la comitiva que partió a las 14.40 del Palacio y llegó minutos antes de las 15 a la Plaza Independencia, totalmente vallada para el público.

MEMORABLE. Luego del recibimiento protocolar, Himno Nacional incluido, y ya con la urna a unos metros de la entrada del Mausoleo, el antropólogo, investigador histórico y docente Daniel Vidart (92) fue invitado al pequeño estrado oficial bajo un sol tórrido e implacable.

En medio de un silencio cargado de respeto Vidart pronunció una memorable pieza oratoria especialmente dirigida a los cientos de escolares. En los veinte minutos que duró el discurso Vidart, literalmente, pintó la figura de Artigas con sus frases menos conocidas. Primero se refirió a la condición de las milicias populares que acompañaron al Prócer; luego describió con sus propias frases el pensamiento libertador y americanista de Artigas y por último, especialmente dirigido a los niños, la infancia del jefe de los orientales.

"Los harapientos integrantes de la montonera, los tupamaros, como los dueños del poder denominaban con desprecio a las tropas criollas irregulares, es decir a los `mozos sueltos de la campaña` y los devotos paisanos que lo seguían a sol y a sombra", describió Vidart al ejército que seguía a Artigas.

O algo de su pensamiento, que Vidart sintetizó en las palabras del Prócer: "Sean los pueblos libres, decidan su suerte y cualquiera que sea su resolución nadie se atreverá de nuevo a violarla, ello serán conforme al espíritu que respira la América por la libertad y las ideas y la fijeza de su destino".

Y, por último, la infancia de Artigas junto a los hijos de los esclavos negros que su familia había integrado en la hacienda, entre ellos Joaquín "que de pronto no era otro que el Joaquín Lensina, el famoso Ansina, cuyos restos hoy yacen en la fosa común del pueblo paraguayo de Guaraparé".

Una cita final del poeta Francisco de Quevedo cerró el discurso de Vidart con una poderosa carga simbólica: "Su cuerpo dejará no su cuidado;/Serán ceniza, mas tendrá sentido;/Polvo serán, mas polvo enamorado".

NOTA DISCORDANTE. Mientras la ceremonia se desarrollaba, sobre la esquina de Andes tenía lugar un incidente que fue rápidamente dominado por efectivos del SSP y la Policía.

Todo comenzó cuando un hombre de unos 40 años intentó acercarse a la comitiva oficial luego de desplegar un improvisado cartel con la leyenda: "¿Socialismo para cuándo?".

Los custodios presidenciales se lanzaron sobre él y lo redujeron para entregarlo a los efectivos policiales que lo llevaron detenido a la Comisaría 1ra.

Según indicaron más tarde fuentes policiales el hombre declaró que había intentado esa protesta en reclamo por una peripecia familiar. Dijo que recientemente su madre había fallecido en un hospital debido a las carencias, aseguraba él, en el centro asistencial. A viva voz el hombre reclamaba al presidente Mujica que mejorara el sistema de salud. Tras permanecer detenido en la seccional hoy comparecerá ante el juez de turno.

MAUSOLEO. Penumbras. Una estudiada dosificación de la luz en el interior del Mausoleo pone la nota de recogimiento que requiere la morada final de Artigas.

El espacio de una absoluta austeridad coloca en el centro y sobre una tarima de mármol la urna con los restos, bajo un cubo que proporciona luz cenital.

En las paredes y bajo una luminiscencia más clara se destacan en grandes caracteres las fechas históricas que recorren vida y muerte del jefe de los orientales. Por último, rodeando la urna se destacan las ocho frases elegidas por una comisión de notables y que reflejan el ideario artiguista.

"La cuestión es sólo entre la libertad y el despotismo". "Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana... vosotros estáis en pleno goce de vuestros derechos: ved ahí el fruto de mis ansias y desvelos, y ved ahí también todo el premio". "Los más infelices serán los más privilegiados". "El despotismo militar será precisamente aniquilado con trabas constitucionales que aseguren inviolable la soberanía de los pueblos".

Si el inconsciente colectivo uruguayo pudiera reflejarse como identidad en un puñado de palabras, seguramente lo haría con estas frases, una banda sonora que acompaña (o debería) a los buenos orientales desde las primeras horas.

Con enorme sabiduría Daniel Vidart cerró su intervención con una cita al griego Pericles: "La tumba de los grandes hombres es la tierra entera, de ellos no solos nos habla una inscripción sobre sus lápidas, también en suelo extranjero pervive su recuerdo grabado no en un monumento sino en el espíritu de cada uno".

De aquella "caballada" en el 2009

Alto, de elegante porte, y un aire inconfundiblemente gauchesco, inmediatamente atrajo todas las miradas. Se trataba de Pedro Graña, un productor rural de Soriano, que había venido con su esposa a presenciar el traslado de los restos.

"Yo fui de los que hizo la caballada en los tiempos de (Tabaré) Vázquez para que no lo movieran del Mausoleo", dijo Graña a El País mientras visitaba el monumento funerario.

Graña vestía pantalones bombachudos, botas de media caña, un poncho color celeste al hombro y el sombrero de ala ancha característico de los paisanos desde siempre. El cinto tachonado de monedas de plata completaba un atuendo de lo más propicio para la ocasión.

"Estoy feliz, me emocionó mucho el discurso de Vidart", confesó Graña mientras salía nuevamente hacia la avenida del brazo de su esposa.

La propuesta del entonces presidente Vázquez, al conmemorar el 19 de junio de 2009, de trasladar los restos al Palacio Estévez había levantado las voces airadas de muchos, incluso al interior de las filas del Frente Amplio. Así nació la "caballada" que ahora recordaba Graña con orgullo y convencido de que, de algún modo, puso su granito para que Artigas retornara a la Plaza Independencia.

ITINERARIO DE LOS RESTOS

El General José Artigas murió en Paraguay en 1850. "Antes de dejar este mundo a los 86 años de edad, pidió en su agonía que ensillara el Bonito, su caballo, porque quería morir montando y no en la cama. En ese momento solamente Ansina estaba a su lado", recordó ayer Daniel Vidart.

Sus restos llegaron al Puerto de Montevideo el 19 de septiembre de 1855. Fueron colocados al cabo de un año primero en la Iglesia Matriz y más tarde en el Cementerio Central. En 1877 se los trasladó al recién creado Panteón Nacional. En 1950, al conmemorarse el centenario de su muerte, se lo exhibió en un altar ubicado en el Obelisco. En 1971, ante versiones de un posible robo de la urna fue llevado al Cuartel de Blandengues.

En 1974, ya en plena dictadura, se formó una comisión honoraria para estudiar un proyecto para la creación del Mausoleo. En 1975 se llamó a un concurso de proyectos que fue ganado por los arquitectos Lucas Ríos Demalde y Alejandro Morón. El mausoleo de granito fue ubicado bajo tierra tal como se halla actualmente y fue inaugurado el 19 de junio de 1977 por el presidente de facto Aparicio Méndez.

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