HEBERT GATTO
Pluna murió pero no lo hizo en paz. Pasado el naufragio nada para inventariar: enormes deudas, pesadas responsabilidades, cientos de personas sin trabajo. Todo, eso sí, con garantía del Estado, incluyendo a los desempleados.
Las primeras líneas aéreas uruguayas no levantarán más vuelo. Con Varig, con Leadgate, o con López Mena, fracasos en serio, agotamos las soluciones y perdimos la imaginación. Con Pluna se van los errores de los partidos políticos uruguayos: su desaprensión, el derroche, la incapacidad para administrar mínimamente. Tanto, como que fuimos capaces de crear un organismo con directorio, oficinas, empleados, pero no aviones. Una AFE duplicada.
¡Y cómo terminamos! Con un cierre de opereta bufa, tan triste, tan paupérrimo y ridículo. Nos estafaron como a niños, nos vendieron un remate, un hombre sin nombre y de paja, un aval de cobro dudoso, una falsa salida, una promesa que nunca existió. Nuestra catarsis impone vergüenza, no solo ajena. Como si fuéramos -quizás lo somos-, un país de ilusos e incompetentes seducidos por aviones de caramelo y retóricas empresariales. Prestos a que nos estafen nuevamente.
Ahora se proyecta crear una nueva empresa sin participación estatal, excepto por el capital, que lo pone y lo pondrá el estado y las garantías, que también asumirá, y el personal que nuevamente, mañana o dentro de unos pocos años cuando nuevamente pierda su trabajo será de nuestra responsabilidad. Como si el asunto se resolviera difiriendo las soluciones. Se habla de una cooperativa, de una organización solidaria de obreros y empleados que a través de un condominio igualitario conservarán la propiedad de la línea y la gestionarán mediante la contratación de una plantilla técnica gerencial. Hermosas palabras.
Como si se tratara de un taller de artesanos, una fábrica de sanitarios o un emprendimiento de manufactura de juguetes, todos inflamados por el espíritu de Rochdale. Solo que esta vez se trata de una empresa aérea. Un giro de servicios muy difícil, pleno de complejidades técnicas, riesgoso, que apenas se sustenta económicamente en el mundo. Pero que además no tendrá capital de giro ni reservas, ni créditos bancarios factibles ni experiencia de administración. Solo pasivos.
Por supuesto, que nadie pretende desamparar a los compatriotas que sin culpa han perdido su trabajo. Agreguémoslos, sin pérdida de sus salarios, a los cientos de miles de funcionarios del estado y procuremos aprovechar sus calificaciones donde sirvan. Pero no repitamos errores, que hoy nos están costando decenas y decenas de millones de dólares. Como si desprendernos graciosamente de los restos del desatino que protagonizamos nos eximiera de cualquier responsabilidad futura.
Supongamos, por último, que no exista otra vía para preservar nuestras comunicaciones, que mantener el servicio y que este camino, agotados los restantes, sea el único viable. Aceptemos asimismo, que para ello deberemos gastar, tal como importamos petróleo o compramos tecnología. Pues entonces señores, no inventemos subterfugio para quitarnos el fardo y mañana, compungidos, cargar otra vez con los restos. Como lo haremos. Eso no es serio. Asumamos el desafío y creemos una empresa pública, bajo el derecho privado y las debidas garantías de gestión. La Providencia, no nos hizo incapaces. En principio, estatizar no es bueno; menos lo es quedarse únicamente con sus riesgos y sus costos.